«Descubrí a Dios poco a poco, a través del cariño de mis amigos»

Cuando Fiona nació, sus padres decidieron no bautizarla y que, cuando fuera mayor, decidiera ella para que la fe no fuera algo impuesto, sino querido y elegido por ella si era el caso. Fue a un colegio religioso, con el fin de que pudiera recibir formación cristiana y estar en condiciones de decidir después si seguirla, o vivir al margen de ella.

Creció y se fue de Gandía a estudiar Enfermería a la Universidad de Navarra. Fue un momento muy difícil para Fiona, porque acababa de perder a una persona cercana a la que quería con locura. 

En medio de esa pena, rabia e impotencia, llegó a Pamplona, en concreto a un CET (Centro de Estudio y Trabajo) donde se alojó los dos primeros años de la carrera. Allí compaginaba el estudio con el trabajo en los servicios de dietas y alojamiento de un Colegio Mayor. De esta forma se cubría parte de la pensión. También participaba en actividades culturales, voluntariado y formación cristiana.

Fue un choque de emociones muy fuerte. No estaba acostumbrada a tener a su alrededor gente que practicara la fe, y mucho menos, gente de su edad. Y pensaba en su interior: “si Dios existe y es tan bueno, ¿cómo es posible que haya permitido que se muera esta persona a la que quiero tanto?”.

Veía a sus amigas que iban a Misa todos los domingos, e incluso procuraban ir también a diario, entre semana; rezaban y le contaban sus cosas a Dios con naturalidad; saludaban a Jesús en el Sagrario del oratorio al llegar de la facultad y se despedían de Él cuando se iban… Para ella todo esto era bastante desconcertante.

A través de este testimonio de vida, comenzó a acercarse a la fe poco a poco, sin apenas darse cuenta, de una forma indirecta, a través de su amistad. Sentía envidia de la fuerza que ellas tenían para enfrentarse a los problemas y dificultades cotidianas. Veía que tenían presente a Dios a lo largo de su día, y eso hacía que procurasen cuidar los detalles, se preocuparan por las personas de alrededor, se dieran a los demás, fueran agradecidas… Y ella también quería eso, también quería ser así; deseaba tener esa fuerza y ayuda interior.

En la facultad, se apuntó a un club de lectura donde leían libros de ética y después comentaban valores de la vida cristiana. Empezó a asistir a charlas de formación cristiana, a hablar con el capellán de Enfermería y a acompañar a sus amigas a Misa, sin saber muy bien por qué, un poco por curiosidad. Fue pasando el tiempo, irrumpió la Covid-19 y en marzo de 2020 se impuso el confinamiento domiciliario. Se fue a casa y siguió online las clases de la universidad.

¿Fiona, te gustaría recibir catequesis para bautizarte?

Con la distancia, empezó a echar de menos esa rutina que había adquirido en Pamplona de clases, amigos, Misa, charlas, trabajo, prácticas… y a notar el consiguiente vacío por haberlo perdido. Llegó el verano y el vacío siguió creciendo.

En septiembre retomaron las clases de un modo semi-presencial en la Universidad; y volvió a Pamplona, aunque esta vez a un piso de estudiantes, con otras chicas que habían estado en el CET.

Y sin más preámbulos, un día al salir de clase, así sin más, Águeda, una de sus amigas, le lanzó la gran pregunta: “¿Fiona, te gustaría recibir catequesis para bautizarte?” Y su respuesta casi instantánea fue: “¡Sí, claro que sí!” Era algo que le rondaba la cabeza desde hacía tiempo, y al plantearse la ocasión, no lo dudó.

Primero se lo dijo a sus padres. Y su reacción fue de alegría y apoyo, ya que la veían convencida de ello. Luego a sus amigos, tanto a los de Pamplona como a los de Gandía. Tenía un poco de miedo a cómo iban a reaccionar algunos de ellos, sobre todo los que vivían alejados de la fe. Pero para su sorpresa, solo encontró acogida y respeto por su decisión. Al fin y al cabo todos la veían más contenta, con más paz, feliz.

Gracias a la catequesis, empezó a descubrir la belleza de la fe y a ver muchos aspectos de la doctrina con otra mirada totalmente nueva, distinta. Seguía haciéndose preguntas y teniendo dudas: qué sentido tiene el sufrimiento, cómo todo un Dios se ha querido quedar escondido en un trozo de “pan”, el misterio de la gracia y el pecado, de la libertad… Pero a medida que iba aprendiendo más cosas, las piezas parecían encajar.

El sentido del dolor

Las prácticas de enfermería le ayudaron a descubrir a Dios en los enfermos, en los que sufren, en los necesitados. Y experimentó cómo ella, con su trabajo, podía aliviar ese dolor, darle sentido si lo unía al sacrificio de Jesús en la cruz que se renueva en cada Misa. Comprobó que tan importante como aliviar el dolor del cuerpo es tratar de sanar las heridas del alma. Esto le llevó a ofrecerse para hacer prácticas voluntarias en la UCI durante el verano.

Y por fin llegó el gran día. El 15 de mayo de 2021 recibió el Bautismo, hizo la Confirmación y la Primera Comunión. Fue el día más importante de su vida. Experimentó una felicidad indescriptible. Le dolía la cara de sonreír. Era una alegría profunda, que no podía contener en su interior y rebosaba por todos los poros de su ser. 

Ese día, además, era el aniversario de la pérdida de ese ser querido. Habían pasado tres años de su fallecimiento. Ahora, ese dolor cobraba sentido; podría enfrentarse a él con la esperanza de reencontrarse nuevamente en el Cielo.


Vídeos: María Villarino y Pablo Serrano

Textos: Ana Sanchez de la Nieta e Inma de Juan

Producción: Carmen García Herrería