Hace cincuenta años, medio mundo era hippie y Elvis Presley era el rey de la música en la gran mayoría de los tocadiscos. El mayo francés estaba a unos metros del retrovisor, las universidades eran un hervidero de pancartas, y el Opus Dei aterrizaba en Las Palmas de Gran Canaria con un océano de posibilidades por delante, que ahora se ven todas muy claras. Y entonces, también.
Primero llegaron algunos hombres y algunos sacerdotes del Opus Dei, que fueron haciéndose a la tierra, a su gente. Se instalaron, se asentaron en sus trabajos, consolidaron amigos, se acercaron a Dios. Por el camino, explicaron el mensaje de la Obra a quienes querían oírlo y fueron preparando el camino para que desembarcaran cuanto antes las pioneras del Opus Dei. Todas las historias tienen su prehistoria. Antes de que el primer avión con las primeras ilusiones y los primeros planes rozara las pistas canarias, ya había “tres supernumerarias que vivían aquí, porque sus maridos eran marinos y estaban destinados en las islas. Ellas fueron las que nos recibieron, las que organizaron todo, las que sacaron esto adelante con un cariño que nos hizo sentirnos en casa desde el principio”.
Sisi Pérez-Sierra fue la primera numeraria que se instaló definitivamente en Gran Canaria en 1971 cogiendo el relevo de los viajes intermitentes de Esperanza Castañer. Habla de tres supernumerarias que gestaron este alumbramiento con la participación de quien espera un nuevo hijo: Cari Jorge, Marta Jiménez y Lolina Betancor, la única superviviente de este pilar trenzado sobre el que se asentó este “edificio” que ven ahora, que parece que estuvo aquí de toda la vida, rodeado de mar, y quizá sea así, en términos evangélicos, pero que despliega estas velas porque hubo unas mujeres audaces que dejaron sus tierras para emprender una aventura. Con sus audacias y sus incomodidades. Con sus peros. Aunque ellas solo recuerden ahora todas las cosas buenas que pasan cuando zarpa el amor.
Un hijo más
Lolina viste 91 años y tiene dos hijos. Pidió la admisión en el Opus Dei antes de que la Obra atracara en Gran Canaria, casi a la vez que su marido, César Llorens, que era miembro del cuerpo jurídico de la Armada. Conoció el Opus Dei a través de un comandante de la Marina. Entre barcos y olas, brisas y pescas, aquel faro divino la fue atrayendo hasta hoy.
Cuando Sisi aterrizó en el aeropuerto de Gran Canaria en 1971, allí estaba ella para darle la bienvenida y poner a su disposición una casa acogedora “con la nevera llena”, sus manos, su tiempo y lo que hiciera falta.
De aquel arranque en medio de la España hippie, Lolina recuerda, por ejemplo, los primeros cursos de retiro. Sobre todo, del primero... Qué gracia. Buscaban afanosamente una sede para retirarse a rezar y encontraron un hueco en un hotel de Tafira que se llamaba Los frailes: “Se lo dijimos al sacerdote -rebobina-, que era don Antonio Fuentes, cariñosísimo, muy hecho a todos los canarios, y se enfadó muchísimo. Decía que bastante trabajo tenía ya explicando que la Obra no era una orden religiosa, como para hacer un curso de retiro en Los frailes…”. Entonces ella ofreció su casa -El carril-, que fue punto de encuentro para retiros y convivencias durante más de quince años. La cantidad de historias grandes que se han salido de madre desde esa orilla.
Lolina se ha pasado media vida sembrando. Montó un ropero que hoy sigue vivo. Allí se cose ahora una casulla especial para regalársela a don Alberto, el párroco de la desaparecida Iglesia de Todoque, en La Palma, la isla devorada por la lava. Lolina es un poco volcán. Todo lo que es y lo que ha tenido lo ha puesto a disposición de la Obra. Fue, por ejemplo, el enlace que facilitó la construcción de Orobal, un centro de mujeres de la Obra con 35 años de vida que campa a sus anchas desde entonces en la Avenida Marítima. Desde que quedó viuda, ella vive justo en el piso de encima del sagrario de ese centro.
Sisi recuerda que instalarse en Canarias fue muy fácil: “Tengo una impresión muy grata de mi llegada a Las Palmas de Gran Canaria. Nos acogieron con un cariño tremendo y me sentí muy rezada por toda la Obra. Eso no se paga con nada. Los canarios son simpáticos y acogedores. Si les caes bien no te llaman goda…”. Ríe. Evoca aquellos primeros pasos entre escolares canarias. Aquellas familias que iban descubriendo el espíritu del Opus Dei en aquel local de enfrente de la Casa de Colón, las charlas de doctrina cristiana, la diversión, las clases de manualidades y las de guitarra, “que impartía una hermana del cantante Juan Pardo, que estaba muy de moda entonces”.
En medio de un mundo hippie, se siembra con ilusión en estas islas afortunadas. Se comienzan algunos viajes a Tenerife. Después de un paréntesis, Sisi volvió a Gran Canaria en 2002: “Me reencontré con muchas de las primeras. Bastantes cooperadoras de entonces eran supernumerarias. Ha sido un privilegio ver de primera mano que los frutos están vivos y permanecen. Es una alegría haber podido volver a las islas afortunadas”.
Las bodas de oro de Carmen
Recuerda perfectamente que en el primer año de vida oficial del Opus Dei en Gran Canaria: “pidieron la admisión dos numerarias: Carmen Espino y Marisa Medina. Después de tantos años, he vivido hasta hace unos meses con las dos”. Carmen conoció la Obra a través de una amiga que había estudiado en la Universidad de Navarra, allá por 1970. Asistió al primer curso de retiro que se organizó en Las Palmas de Gran Canaria en abril de 1971 “y me hice numeraria. Muy feliz. Muy contenta. En estos años, entre luces y sombras, como en cualquier vida, he ido descubriendo muchas cosas buenas”.
Han pasado más de cincuenta años, pero Carmen tiene grabado a fuego que lo que más le gustó del Opus Dei fue “el cariño que se le tiene a la Virgen”.
Nos cuenta su historia desde un parque donde ella ha sembrado dos devociones con sombra. Carmen ha sido profesora de un colegio público durante mucho tiempo. Cada Navidad animaba a sus alumnos a felicitar las fiestas al Papa de entonces, Juan Pablo II. El pontífice les devolvía unas letras, muchas gracias y sus oraciones, y la confianza postal genera un nexo entre el Vaticano y este extremo de Europa. Cuando muere el Santo Padre polaco, el aula de Carmen se convierte en un parlamento unánime para instar al ayuntamiento a que dedicara este parque al papa Wojtyla que revolucionó el mundo con su sonrisa, su fe, su audacia, su esperanza en la juventud, su nobleza, su celo sacerdotal, su amor a la Virgen. Y el empeño juvenil consiguió su objetivo. Mira: haz clic.
En un segundo round, Carmen sigue agitando el cocotero. Cuando este parque desde el que ella habla hoy mirando al infinito estaba ya operativo, pensó que ganaría mucho colocando una imagen de la Virgen del Pino, patrona principal de la diócesis de Canarias. Hubo el clásico revuelo, pero también hubo valientes, y su propuesta se llevó “el gato al agua”. Pusieron el azulejo, con el nombre de cada municipio de las islas adornando el manto de la Virgen. Y, en frente, un banco para mirarla, rezarle, cantarle, contarle, mimarla.
Han pasado décadas prodigiosas, pero ella sigue recordando como si fuese ayer su primer encuentro con san Josemaría en una tertulia en Valencia, en la que habló de la Virgen como “una madre en el hogar”. Le hizo una pregunta y el fundador del Opus Dei “me guiñó un ojo”. Desde el preescolar de su vocación hasta hoy, Carmen ha estado yendo de acá para allá para hacer el Opus Dei como aprendió en estas islas: Madrid, Valencia, Sevilla, Cádiz, Croacia… Marinera con raíces de espino, pero en volandas.
Juani y todas las primeras
La otra pionera se llama Juani García. La primera vez que oyó “Opus Dei” fue en televisión española con motivo del fallecimiento de san Josemaría, el 26 de junio de 1975. La primera vez que pisó un centro de la Obra fue en 1978. ¿Su embajadora? Su profesora de matemáticas durante su etapa en el instituto. Pidió la admisión en el Opus Dei en Roma, durante una convivencia de Semana Santa cerca de san Juan Pablo II. Es la primera agregada insular.
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Lolina, Sisi, Carmen y Juani son las pioneras de la historia del Opus Dei en Gran Canaria que siguen aquí, en el tajo del medio del mundo. De sus manos y sus almas han salido muchos barcos a vela por todos los mares del mundo. De su ilusión y su tiempo, de su misión y su empeño, de la vocación que une sus historias personales, han salido mujeres mejor preparadas para los retos de sus profesiones y de sus vidas cristianas, jóvenes que hoy son maduras, más felices, familias donde corre la brisa de un espíritu estimulante.
San Josemaría estuvo de paso por el archipiélago canario cuatro meses antes de su marcha al cielo: el 4 de febrero de 1975. El avión en el que viajaba hacia América del Sur hizo una escala aérea en el aeropuerto de Gando, en Gran Canaria. Le acompañaban sus dos primeros sucesores al frente de la Obra: el beato Álvaro del Portillo y Javier Echevarría. Como solía hacer desde los lugares por los que pasaba, el fundador del Opus Dei rezó por los habitantes de las islas, por la Iglesia en Canarias y por el futuro trabajo evangelizador del Opus Dei en el archipiélago. Esas oraciones, como el trabajo de las pioneras, serán eficaces para siempre.