Dentro de los episodios de la Guerra civil española y su relación con la historia del Opus Dei, hay un hecho que es lo que se suele denominar la travesía de los Pirineos o el paso de los Pirineos, que consiste en el traslado del fundador del Opus Dei, san Josemaría y un grupo de hijos suyos, en concreto en los días finales del mes de noviembre al día 2-3 de diciembre del año 1937.
Este episodio general del traslado a la otra zona desde la zona republicana, tiene un único objetivo que es el de recuperar la libertad de movimientos y que san Josemaría, como sacerdote, como fundador del Opus Dei, pudiera desarrollar una labor pastoral en libertad de movimientos.
Es interesante porque esa historia general de la Guerra Civil o dentro de la historia general del Opus Dei, hay muchas pequeñas micro historias que se podrían narrar, hechos sobrenaturales y hechos humanos que se van entrecruzando porque el Opus Dei es divino y es humano.
Quería referirme ahora a un hecho muy concreto que sucede dentro de esa historia de la travesía de los Pirineos, y es todo el tiempo que emplea Juan Jiménez Vargas, que es médico, brazo derecho del fundador del Opus Dei, por su madurez humana y sobrenatural. Él, como médico y especialista en fisiología, dirige la preparación de aquel grupo para que pudiera realizar la travesía.
Este hecho, el de la preparación física, la preparación anímica del fundador y de aquel grupo de jóvenes que le rodeaban, al hilo de la historia que vamos a narrar, se va a comprender por qué se emplea tanto tiempo en esa preparación. Aquel grupo de expedicionarios va a llegar a Barcelona a finales de septiembre de 1937 y sólo hasta el día 27 de noviembre a las seis y media de la tarde es cuando comienza la travesía de cinco días que les va a llevar a través de las montañas del Pirineo a Andorra, y a partir de ahí, a la otra zona en la que había quedado dividida España, durante la Guerra Civil.
La preparación del Paso de los Pirineos
Es interesante estudiar por qué durante esas semanas de espera. Juan Jiménez Vargas, era especialista en fisiología (de hecho estaba haciendo ya su tesis doctoral sobre esa materia) y en 1942, al poco de terminar la Guerra Civil, obtendrá su cátedra de fisiología en la Universidad de Barcelona. Precisamente concentrada en esto, en la capacidad del ser humano para afrontar riesgos, para afrontar aventuras de esfuerzo.
Juan va a dirigir que el grupo por las calles de Barcelona, sorteando los controles que los milicianos sometían a los viandantes, para que puedan a través de esas caminatas, ir preparándose. San Josemaría venía a realizar esa travesía desde la Legación de Honduras, donde había estado refugiado de marzo a septiembre de 1937, en unas condiciones muy precarias, tanto de alimentación como de aireación, porque había estado encerrado en una habitación con otro pequeño grupo, salvando la vida milagrosamente, pero en cualquier caso, encerrado. Tiempo, por tanto, de caminar, tiempo de aprender, de recuperar para subir cuestas, para hacer esfuerzos, para sortear obstáculos, para recuperar equilibrio y tiempo también de alimentación. Porque la alimentación que tanto san Josemaría como los demás habían podido llevar en el tiempo previo, no era la más adecuada. Estaba evidentemente carente de vitaminas y de muchos elementos que en la vida corriente y habitual tenemos, precisamente por la situación precaria de la guerra. Todo eso había disminuido.
A veces uno se plantea el tiempo que se tarda en contactar con los guías que van a llevar a cabo la expedición y el tiempo que tardan en tomar la decisión de afrontar la travesía.
Cuando se produce un visionado de esos videos que se han elaborado sobre la travesía de los Pirineos, cuando se observan los mapas, los cambios de cota, de altura, los vaivenes del trayecto que fueron siguiendo en zig zag. Entonces uno empieza a explicarse por qué Juan tarda tanto tiempo en dar el visto bueno para comenzar la travesía, y por qué aquellos guías tardan tanto tiempo en dar el visto bueno a esos expedicionarios en la travesía. Es decir, por ambas partes, hay una duda real y fundada acerca de la capacidad de poder llevar a cabo semejante aventura.
Hay que tener en cuenta que toda esa zona de la frontera está muy vigilada y por tanto, en cualquier caso, la situación no es fácil ni las relaciones son corrientes y sencillas. Todo es a través de terceras personas.
Comienza la travesía hacia la libertad
Vamos a centrarnos ya en el momento de la travesía. Estamos el día 27 de noviembre, son las seis y media de la tarde y aparece finalmente el guía en los montes de Rialp. Después de unos días en los que se han instalado. Estamos en un clima de pre invierno. De hecho, a lo largo de los cinco días que durará la travesía habrá uno que empezará una pequeña nevada. Y en cualquier caso, sabemos que desde el día 3 en Andorra cayó una gran nevada que les tuvo allí bloqueados durante casi diez días. Por tanto, el clima es de pre invierno.
Cuando esa tarde aparece el guía y da las instrucciones al grupo que va a realizar la travesía, san Josemaría, aquel grupo de universitarios que le rodeaban, de profesionales y otros grupos que se han ido congregando porque la expedición es bastante extensa, son casi 40 personas. Las instrucciones que da el guía son tres, muy precisas. Primero caminarán durante diez, doce horas diarias, nocturnas, por la noche; descansarán durante el día en lugares prefijados por el guía de su confianza. En segundo lugar, caminarán en fila india. Y en tercer lugar, si alguien se pone enfermo, debe ser abandonado en el camino. ¿Por qué? Porque podría poner en juego el éxito del resto de los que van a hacer la travesía.
Las condiciones son durísimas y arranca la expedición. El primero que sucumbe es Tomás Alvira, en la primera de las caminatas, efectivamente, se comprueba que el entrenamiento, que la capacidad de alimentación, de recuperación de la alimentación ha sido incorrecta y cae en el camino completamente desfondado.
El guía pasa a dar la instrucción, contundente, y san Josemaría interviene con la autoridad moral de ser la persona, ser sacerdote y ser la persona más mayor de la expedición. Y le dice ¡No! Tomás viene con nosotros. Ante esa seguridad y esa fuerza, todos tiran de Tomás hacia arriba y casi en volandas consiguen que termine la jornada.
En la segunda jornada quien sucumbe es el profesor Albareda, José María Albareda, que es catedrático de Farmacia de Edafología y, por tanto, teóricamente el mejor preparado de todos, puesto que era un hombre que se dedicaba al estudio del suelo y era especialista en grandes caminatas por la montaña, por las zonas escarpadas de preparación de suelos, etcétera. Pero indudablemente, tantos meses de guerra, de contienda, de falta de una alimentación, ha hecho que en la segunda jornada quedé como atontado, como ido. Finalmente, consiguen entre todos levantarlo y llevarlo.
El Opus Dei, una pequeña levadura
En la madrugada del 2 de diciembre, es decir, ya estamos en el quinto día, es el último -pocas horas después llegarán a Andorra y llegarán a la libertad-, el que sucumbe es san Josemaría, en uno de esos altos que han hecho en el camino, ya casi de madrugada, cuando se sientan, san Josemaría tiembla como una hoja. Tiembla todo su cuerpo. Ha caído en lo que se llama hipotermia. Una situación en la que la temperatura ha bajado tanto, el agotamiento es tan total que está en pre muerte.
Juan Jiménez Vargas tomó una decisión contundente: todos sobre él. Cuando todos se amontonan y consiguen amontonados sobre él, darle el calor que necesita, y consiguen recuperarlo, están mostrando de una manera muy gráfica que verdaderamente el Opus Dei en ese momento es una pequeña levadura que gracias al calor de la fraternidad, al calor de la caridad cristiana, han logrado sacar al fundador. Y aquella pequeña semilla fructificará en el Opus Dei a lo largo de los años, de los siglos, hasta el final de la historia.