Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Ha pasado poco tiempo desde que os llegó la carta extensa sobre algunas características de nuestra dedicación en la Obra. Querría animaros a seguir releyendo y profundizando en ese escrito. También a los cooperadores y a quienes participáis en la labor de san Rafael os invito a leerla con detenimiento, pues os puede ayudar a conocer mejor la Obra y a considerarla más vuestra.
Seguid encomendando al Señor a los que ayer recibieron el diaconado en estas especiales circunstancias sanitarias. Recemos también por tanto sufrimiento que esta pandemia continúa causando en personas de todo el mundo.
Hoy, solemnidad de Cristo Rey, podemos meditar de nuevo aquellas palabras de san Josemaría: «Para que Él reine en mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey» (Es Cristo que pasa, n. 181).
Sentirnos personalmente lejos de este ideal no es motivo para considerarlo imposible ni para desalentarnos. Si ponemos lo que buenamente está de nuestra parte, la gracia de Dios, tal vez sin que lo percibamos, irá identificando poco a poco nuestro corazón con el de Jesucristo.
Con todo cariño os bendice
vuestro Padre
Roma, 22 de noviembre 2020