Meditaciones: viernes de la 13.ª semana del tiempo ordinario

Reflexión para meditar el viernes de la decimotercera semana de tiempo ordinario. Los temas propuestos son: seguir a Jesús en su aventura; mantener la mirada en Cristo; reconocer nuestra necesidad de Dios.

MATEO DESCRIBE así su propia reacción ante la llamada del Maestro: «Se levantó y le siguió» (Mt 9,9). A partir de aquel momento, su vida será totalmente distinta a la que antes llevaba. Lo encuentra mientras está sentado recaudando impuestos. Quizá su propósito era principalmente el de disfrutar de las riquezas que ganaba. Con Jesús, sin embargo, las prioridades de su vida serán distintas. Cierto es que hasta ese momento no gozaba de gran fama entre sus paisanos, pero el dinero y la estima de las autoridades romanas compensaba el rechazo de muchas personas de su pueblo. Sin embargo, ante la mirada y las palabras de Jesús, Mateo decide abandonar esas seguridades y lanzarse a la aventura de seguir al Mesías.

«Él se levantó». Uno no se levanta ante cualquiera. Es un gesto que manifiesta el reconocimiento hacia una persona importante; significa interrumpir lo que uno tenía entre manos para dedicarle toda la atención. Cuando una persona está de pie significa que está alerta, en condiciones de partir hacia acá o hacia allá. Mateo se muestra dispuesto a hacer lo que sea por Jesús porque, gracias a Dios y a sus disposiciones personales, su escala de valores ha cambiado: lo más importante ya no son las riquezas o vivir de una manera acomodada, sino dedicar todas sus energías a Cristo.

Probablemente san Mateo era consciente de los riesgos que entrañaba esta decisión. Pero también deja atrás la actitud de quien se afana por hacer cálculos. La vida de todo discípulo consiste en abrirse a una aventura divina, muchas veces llena de sorpresas e incertidumbres. Seguir a Jesús es caminar pendiente de sus huellas, sin siempre saber exactamente hacia dónde le van a llevar, pero consciente de que la felicidad que él nos puede conseguir es mucho mayor que nuestras propias predicciones. «Es necesario confiar en él y dar un paso hacia su encuentro, y quitarnos el miedo de pensar que, si lo hacemos, perderemos muchas cosas buenas de la vida. La capacidad que tiene de sorprendernos es mucho mayor que cualquiera de nuestras expectativas»1.


LA RESPUESTA que san Mateo dio a Jesús no se centra en sí mismo. No se pone a pensar si está preparado o no, o si más adelante estará en mejores condiciones para tomar una decisión. Quizás estaba, de una manera misteriosa, esperando una llamada como la que le dirige el Maestro. Y para descubrirla en todo su brillo tuvo que mirarle y escucharle atentamente a él, más que a sí mismo. Siempre puede aparecer la tentación de dejar de seguir a Jesús y sentarse a calcular los gastos y beneficios, especialmente cuando las cosas se hacen más costosas, y puede parecer que no vale la pena el esfuerzo.

Esto es lo que le ocurrió a Pedro cuando caminó sobre las aguas. Mientras mantenía la mirada fija en Jesús era capaz de mantenerse en pie y avanzar. Pero en cuanto prestó atención a su fragilidad y a la fuerza del viento, entró en su corazón el miedo y la inseguridad, que casi terminan por hundirle. Ante su grito –«¡Señor, sálvame!» (Mt 14,30)–, «Jesús alargó la mano, lo sujetó y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”» (Mt 14,31).

Seguir una vocación tiene algo de caminar sobre las aguas; de ir más allá de nuestras propias capacidades, confiados en que es el Señor quien hace las cosas y quien lleva las cuentas. En este camino, como es lógico, es indispensable el acompañamiento espiritual de quien nos puede aconsejar o ayudar siempre en el discernimiento, y no solo en las primeras etapas del descubrimiento de una llamada. «Sirve a tu Dios con rectitud –escribe san Josemaría–, séle fiel... y no te preocupes de nada: porque es una gran verdad que “si buscas el reino de Dios y su justicia, él te dará lo demás –lo material, los medios– por añadidura”»2.


PARA CELEBRAR la respuesta a la llamada de Jesús, san Mateo decide preparar una comida en su casa. Allí están presentes algunos publicanos como él y otros que, a ojos del pueblo, también eran considerados pecadores públicos. De ahí que los fariseos, al ver al Señor comiendo con los amigos de Mateo, preguntaran a los discípulos: «¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores?» (Mt 9,11). Pero Cristo, al oír estas palabras, respondió: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Id y aprended qué sentido tiene: “Misericordia quiero y no sacrificios”; porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 12-13).

«Lo primero de todo que debemos hacer es reconocer esto: ninguno de nosotros, ninguno de los que estamos aquí, puede decir: “Yo no soy pecador”. Los fariseos sí que lo decían, y Jesús los condena»3. Aceptarnos como somos, con nuestras virtudes y defectos, nos atrae hacia el Señor. Él no viene junto a nosotros porque hayamos hecho las cosas bien, sino porque somos pecadores que necesitamos su misericordia. El primer paso para acoger al Señor es reconocer la necesidad que tenemos de él. De este modo, nos enfrentaremos a nuestras miserias personales de la mano de Cristo, sabiendo que la experiencia del pecado no nos hará dudar de nuestra misión. «El poder de Dios se manifiesta en nuestra flaqueza –dice san Josemaría–, y nos impulsa a luchar, a combatir contra nuestros defectos, aun sabiendo que no obtendremos jamás del todo la victoria durante el caminar terreno. La vida cristiana es un constante comenzar y recomenzar, un renovarse cada día»4.

María es madre de misericordia. Ella nos puede ayudar a reconocer nuestros pecados con una mirada materna que no condena. Y también nos alcanzará de su hijo la gracia para luchar con esperanza, sabiendo que Jesús se manifiesta a nosotros «en el esfuerzo por ser mejores, por realizar un amor que aspira a ser puro»5.


Mons. Fernando Ocáriz, “Dejarse sorprender por un Padre bueno”, La Estrella, 25-I-2019.
San Josemaría, Camino, n. 472.
Francisco, Homilía, 7-VII-2017.
San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 114.
Ibíd.