Meditaciones: San Juan María Vianney

Reflexión para meditar la fiesta de San Juan María Vianney. Los temas propuestos son: el alcance de un sacerdote; memoria y agradecimiento por la vocación; amor a la confesión.

El alcance de un sacerdote.

Memoria y agradecimiento por la vocación.

Amor a la confesión.


SAN JUAN María Vianney, conocido como el Santo Cura de Ars, fue un sacerdote francés que ejerció su ministerio en una pequeña villa francesa llamada Ars, donde estuvo cerca de 42 años. Cuando llegó al pueblo, que contaba con poco más de 200 habitantes, el vicario general de la diócesis le dijo: «No hay mucho amor de Dios en esta parroquia; usted procurará introducirlo»1. El nuevo párroco trató de encender el corazón de sus fieles a través de los sacramentos, la predicación y la penitencia. No tenía una especial ciencia, pero su unión con Dios no solo transformó Ars, sino también el resto de Francia, y hoy es modelo sacerdotal para todo el mundo.

En los años sucesivos a su llegada, comenzó a acercarse hasta Ars un gran número de personas atraídas por la santidad de este sacerdote «sorprendente por su penitencia, tan familiar con Dios en la oración, sobresaliente por su paz y su humildad en medio de los éxitos populares»2. En 1855 la cifra de peregrinos llegó a ser de veinte mil. «La iglesia estaba repleta durante todo el día, a partir de las primeras horas de la mañana. La gente formaba cola para recibir los sacramentos. [...] La gente se arrodillaba en las capillas laterales,​ detrás del altar mayor, en el santuario, o permanecía de pie en la escalinata de la iglesia»3.

El Cura de Ars fue canonizado y declarado patrón de los sacerdotes por Pío XI en 1925. San Josemaría le nombró intercesor para las relaciones del Opus Dei con los obispos diocesanos. En el día de su fiesta animaba a sus hijos a acudir a él para rezar por los presbíteros y, sobre todo, animaba a procurar acompañarlos con cariño, sabiendo todo el bien que puede hacer un sacerdote santo, y también habiendo conocido las situaciones de soledad en las que a veces encontraba a algunos. «Todo lo que sea ayudar a los sacerdotes –decía en una ocasión– es salvarles. Y salvar a un sacerdote es salvar a miles de almas»4. La vida de san Juan María Vianney nos muestra el alcance que puede tener un sacerdote santo, cuyo mayor deseo es llevar a la gente a Dios a través de los sacramentos.


LA VIDA del Cura de Ars no estuvo exenta de dificultades. Cuando estaba en el seminario algunos profesores no le consideraban idóneo para los estudios de preparación al sacerdocio, pues los resultados de sus exámenes no eran brillantes. Al poco de llegar a la aldea de Ars, también tuvo que soportar las calumnias de varios parroquianos y las difamaciones de otros sacerdotes de localidades cercanas. Además, en muchas ocasiones sintió incluso físicamente la acción del demonio. Sin embargo, era consciente de que el Señor triunfaba en su debilidad: si él le había llamado al sacerdocio entonces sabía que Dios le sostendría siempre.

En todo camino vocacional se encuentran momentos de prueba. Situaciones en las que notamos el cansancio o en las que hemos perdido los puntos de referencia que antes guiaban nuestro caminar. Es entonces la hora de recordar la primera llamada, de volver «a ese punto incandescente en el que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino y con esa chispa volver a encender el fuego para el hoy, para cada día y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena»5.

Junto a la memoria de la primera llamada, también nos puede ayudar el recuerdo de todas las personas a las que hemos ayudado. «¡Qué lindo cuando un cura anciano se ve rodeado y visitado por esos pequeños –ya adultos– que bautizó en sus inicios y, con gratitud, le vienen a presentar la familia!»6. Nuestro sí a Dios tiene una trascendencia que no llegaremos a conocer completamente, pero en ocasiones podemos presenciar algunos de los frutos de nuestra fidelidad que nos hacen decir con san Pablo: «No ceso de dar gracias por vosotros» (Ef 1,16). El agradecimiento por la vocación que el Señor nos ha dado, y que ha repercutido en el bien de los demás, nos llevará a reconocer los gestos de amor que Dios nos dirige cada día y que nos confirman en nuestro camino.


EL AMOR al sacramento de la Reconciliación fue una de las notas características de la vida de san Juan María Vianney. «Me impresionaba profundamente –recordaba san Juan Pablo II– en particular su heroico servicio de confesionario. Este humilde sacerdote, que confesaba más de diez horas al día comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horas, había logrado, en un difícil período histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia y fuera de ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su confesionario»7.

El Cura de Ars consideraba que cuando nos acercamos al sacramento de la Penitencia estamos desclavando a Jesús de la cruz. En este sacramento nos dejamos curar por Cristo; cuando nos acercamos al confesionario estamos respondiendo a la llamada a la conversión que él, pensando solo en nuestro bien, nos dirige. «Este esfuerzo de conversión no es solo una obra humana. Es el movimiento del “corazón contrito” (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cfr. Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cfr. 1 Jn 4,10)»8. Y en esta respuesta encontramos gozo, paz, deseos renovados de emprender el camino a la santidad. Por eso pudo escribir san Josemaría: «¡Dios sea bendito!, te decías después de acabar tu Confesión sacramental. Y pensabas: es como si volviera a nacer. Luego, proseguiste con serenidad: “Domine, quid me vis facere? —Señor, ¿qué quieres que haga?»9.

«Lo importante, en la vida de cada hombre y de cada mujer, no es no volver a caer jamás por el camino. Lo importante es levantarse siempre, no quedarse en el suelo lamiéndose las heridas»10. San Juan María Vianney hizo llegar la misericordia de Dios a miles de almas. Ayudó a levantarse a muchas personas que, por el peso de sus pecados, habían perdido la esperanza. Él y la Virgen María nos pueden ayudar a recomenzar siempre, sabiendo que Cristo no se cansa nunca de perdonarnos.


1. Cfr. F. Trochu, El Cura de Ars, Palabra, 5º ed., Madrid 1988, p. 141.

2. San Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes, 16-III-1986.

3. B. Marshall, «El cura de Ars», en Boothe Luce, Clare, ed. Santos para el presente, pp. 293-316.

4. San Josemaría, Apuntes tomados durante una tertulia, 28-III-1969.

5. Francisco, Homilía, 19-IV-2014.

6. Francisco, Carta a los sacerdotes, 5-VIII-2019.

7. San Juan Pablo II, Don y Misterio, cap. V.

8. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1428.

9. San Josemaría, Forja, n. 238.

10. Francisco, El nombre de Dios es misericordia, cap. VI.