La Veguilla: flores de calidad

Es un ordenado y extenso invernadero llevado por 150 empleados, la mayoría discapacitados psíquicos. La Veguilla es una iniciativa particular de una persona del Opus Dei de Madrid (España).

Todos los años, Fleuroselect, la Organización Internacional para la Industria de Plantas Ornamentales, entrega sus medallas de oro a las variedades de flores que considera más originales por su color o alguna otra cualidad botánica. La última ceremonia tuvo lugar en Madrid. Como miembro de esa organización desde que hace un cuarto de siglo impulsara el centro especial de empleo La Veguilla, José Alberto Torres era esta vez el anfitrión.

En su intervención explicó a los asistentes, procedentes de empresas de los cinco continentes, la labor que desempeñan los 150 empleados, la mayoría discapacitados psíquicos, en el que se considera el mejor vivero de flores de la Comunidad de Madrid y uno de los principales de España. “Mañana -les dijo- podréis visitar los terrenos de La Veguilla y de Aranjuez. Y os puede pasar algo que le ocurre a la mayoría de la gente: que atribuiréis los defectos que veáis a los deficientes. Sería un error. Si veis defectos, se deberán a los monitores normales que no han sido capaces de enseñar bien a los discapacitados,… ni de darse cuenta de disimular esos defectos antes de que vinierais”, terminó con su humor característico. Un emocionado aplauso premió sus palabras.

Cinco millones de flores al año

“Al convivir con otros de su condición, de aprender a trabajar y a sonreír, valoran el esfuerzo y los resultados”

Como cualquier empresa, La Veguilla, situado en el término de Boadilla del Monte, cerca de Madrid, tendrá sus defectos, pero lo que aprecia el visitante es un ordenado y extenso invernadero del que salen al año cinco millones de plantas florales y que desde 2005 ha extendido su labor a otro terreno de 12 hectáreas ubicado en Aranjuez, también en la comunidad madrileña y donde trabajan otras 150 personas.

Mientras muestra las largas filas de tiestos de plástico negros con sus petunias, geranios, begonias, azaleas, margaritas y otra treintena más de variedades en diversos estadios de desarrollo, José Alberto va dando a los empleados con los que se cruza algunas instrucciones, preguntándoles por algún problema personal o divirtiéndoles con un comentario bromista. Y en el invernadero-laboratorio se detiene y enseña con orgullo las plantas experimentales con las que investigan colores más vivos, ribetes blancos o azulados o pétalos de mayor tamaño. “En el fondo no es tan difícil”, añade con modestia. “Humedad, calor y una hormona, y en quince días estos esquejes están listos”.

Un trabajo exigente

José Alberto huye de eufemismos consoladores como el de “terapia ocupacional” y disiente a veces de las excesivas ayudas estatales que reciben estos discapacitados, que tranquilizan la conciencia social pero que en último término les marginan en islas donde se entretienen y no causan problemas. “La ocupación en algunos casos se reduce sólo a eso: a una terapia, a una excusa, a un simple instrumento para aliviar el peso de una enfermedad. Aquí, estos discapacitados trabajan con todas las consecuencias que el trabajo impone, con sus horarios, sus fatigas y sus recompensas salariales”.

José Alberto Torres

El resultado es el orgullo y los rostros de satisfacción cuando observan a diario los camiones que vienen a llevarse el fruto de su tarea. “Si no estuviéramos nosotros -le dijo a José Alberto uno de sus empleados- no habría jardines en Madrid”.

El verdadero humus que fertiliza estos invernaderos es el valor santificante de todas las ocupaciones humanas nobles y su profunda dignidad, que José Alberto aprendió en el Opus Dei. “Me propuse que estas personas a las que Dios también llama a la santidad descubrieran en sus tareas un medio para encontrar a Dios y para servir a los demás”.

“Da alegría observar sus rostros cuando ven los camiones cargados del fruto de su tarea”

La Veguilla ya existía entonces como escuela de discapacitados mentales, pero faltaba una orientación clara. Y tras una intensa experiencia laboral como funcionario de los ministerios de Hacienda y de Educación y como gerente de un colegio, “decidí meterme a fondo en esta iniciativa”.

No faltaron intentos fallidos de salir adelante mediante la fabricación de muebles, objetos de cerámica y reposteros, ni incomprensiones de padres desengañados o funcionarios reticentes. “¡Pero hombre! –me decía uno- ¡Hacer trabajar precisamente a unas personas que se pueden librar de esa carga!”. Era una concepción falsamente misericordiosa de la deficiencia mental y una idea empobrecida del trabajo. Con su carácter práctico y su formación autodidacta, a José Alberto le gusta repetir que “aquí no vendemos caridad, sino calidad”.

Y con todos, normalidad

Y al mismo tiempo se inculca un sentido a la vida de unas personas que por sus condiciones son presa fácil de la compasión paralizante, del abuso de su entorno o del abandono en un ocio inservible. “Cuando una de estas personas atribuye su fracaso a que es deficiente, nunca dejará de serlo y querrá que le ayuden”, explica José Alberto. Acostumbrados a los subsidios sociales y a la pasividad, pueden pasar sus vidas vegetando, “como estas plantas”. Algunos llegan a La Veguilla tan maltratados por lo que han visto y vivido que no creen en nada. “Pero después de algún tiempo, de convivir con otros de su condición, de aprender a trabajar y a sonreír, entonces lo que hacen con sus manos sí les parece creíble”.

Para José Alberto, uno de los momentos más gratificantes de la jornada tiene lugar al final de la cena, en la residencia adjunta a los invernaderos donde se alojan durante la semana laboral los empleados que viven lejos de sus hogares. “Para aliviar mis achaques me suelen sacar un zumo de naranja y siempre sobra algo. Entonces, me rodean los chavales y llega la hora de la rifa. ¡A ver quién dice las palabras mágicas! ‘Hay Torres’, dice alguno, y se lo lleva. Pero muchas veces es frecuente que, si hace tiempo que alguien no se ha llevado el zumo, los demás se callen y le animen a que diga las palabras mágicas. Aunque algunos muestren apariencia de dureza, tienen un corazón de oro”.

Esa normalidad en el trato les hace sentirse como los demás y olvidarse, aunque sólo sea por algunos instantes, de sus deficiencias. “Como finjas o les engañes estás perdido”, comenta José Alberto.

“De nuestro laboratorio van saliendo estudios cientí cos sobre virus, parásitos o toxinas de las plantas y sobre ingeniería botánica, que se publican en revistas internacionales”

Afortunadamente, hoy se ha avanzado mucho en este aspecto: se entiende que un deficiente es una persona capaz de llevar una vida normal de trabajo, a pesar de sus carencias y limitaciones. Hoy el médico, el neurólogo y el pedagogo coordinan sus saberes y funciones para ayudar a estas personas. “Es una locura -me decía el padre de un muchacho- pensar que mi hijo sea capaz algún día de sostenerse por sí mismo... ¡Si yo, cuando tengo necesidad de que mis hijos me hagan un recado en la calle, acabo enviando a su hermano menor, porque temo que a éste le suceda algo!”. Hoy ese muchacho no sólo se mantiene económicamente con su trabajo, sino que goza de un contrato laboral fijo.

Apoyo de profesionales

La doctora en Biología Marisé Borja compagina su docencia universitaria con el laboratorio de biotecnología de La Veguilla. De ahí van saliendo estudios científicos sobre virus, parásitos o toxinas de las plantas y sobre ingeniería botánica, que se publican en revistas internacionales. La mayoría de los trabajos de campo los efectúan los deficientes. "Pueden hacer casi todo: traspasar las muestras de plantas de un medio de cultivo a otro en la cabina de flujo de aire, trasladar los frascos a las cámaras de cultivo, o ayudar en las tareas de preparación de medios, como llenar y vaciar botes, esterilizarlos en el autoclave, o desinfectar paredes o suelos para lograr la asepsia imprescindible", explica la doctora Borja.

Encuadrado asimismo en la Fundación Promiva, y muy unido histórica, educativa y laboralmente a La Veguilla, el colegio de educación especial Virgen de Lourdes, situado en Majadahonda, también cerca de Madrid, lleva muchos años formando a disminuidos psíquicos. Medio centenar de profesores, psiquiatras, psicólogos, fisioterapeutas, logopedas y médicos trabajan conjuntamente.

Jorge Muñoz, jefe de los Servicios de Diagnóstico de la Deficiencia Mental de la Fundación, investiga entre otras cosas sobre potenciales evocados visuales, gracias a los cuales se puede saber la actividad de las partes del cerebro que coordinan las actividades sensoriales e intelectuales. Jorge aprendió la técnica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia (Estados Unidos). Y aquí la puede aplicar a los deficientes, en parte gracias a la coordinación con la que se trabaja. "No es lo mismo el análisis frío de los datos exclusivamente psiquiátricos, que la observación de los mismos datos junto a especialistas en psicología, logopedia o trabajo de taller".

“La verdadera integración que se persigue es que los alumnos puedan valerse por sí mismos, que trabajen y vivan de su trabajo, tengan autonomía y puedan fundar una familia”

La colaboración entre el colegio, en el que hay más de 200 alumnos, de 6 a 20 años de edad, y La Veguilla se manifiesta también en la ayuda que reciben del personal docente, sobre todo con cursos de refuerzo de las habilidades sociales (capacidad de diálogo, carácter estable, etc.), claves para la integración de los disminuidos.

“Nuestra tarea específica -según Encarnación Celada, profesora con más de 25 años de experiencia en el colegio- consiste en el tratamiento individual a través de la tutoría. Porque hay diferentes tipos de deficiencia mental: aquéllos con graves alteraciones cerebrales y los que, por presiones familiares o inadaptaciones sociales, han terminado con daños severos en su personalidad; se trata de reducirles sus inseguridades, su miedo al fracaso, y transmitirles todo el afecto que podamos”.

Gonzalo, la mejor flor

Julián Ruiz, director del colegio, aboga por enfrentarse a los problemas desde el principio: “Algunos padres creen que es mejor esconder el problema de sus hijos, y es un error que se termina pagando. Hay otros que desestiman cualquier tipo de cooperación, ya que la consideran inútil. Hace poco una madre comentó al psiquiatra del colegio que no veía a su hijo

capaz de comprender la primera Comunión; éste le dijo: ‘Yo no sé si su hijo llegará hasta Dios; lo que sí sé es que Dios llega a su hijo’. Muchos padres han vuelto a la fe por la decisión y empeño de sus propios hijos: ‘El tener un hijo así es lo que ha dado sentido a nuestras vidas’, suelen confesar algunos”.

José Alberto tiene un especial aprecio a Gonzalo, uno de los primeros empledos de La Veguilla, que hace años se casó con otra trabajadora del centro. Recuerda aún con emoción una boda que a muchos parecía una locura y en la que fue testigo. Días después, Gonzalo y su mujer le pidieron hablar con él, y le expusieron un deseo y una pregunta. Su deseo era tener un hijo, y la pregunta: “¿Será como nosotros?”. José Alberto, con su realismo característico, les contestó que probablemente no lo sería, pues su condición no era genética. El hijo ya ha cumplido doce años y es su gran orgullo, junto a la satisfacción de ver cómo crecen a diario las flores de La Veguilla y cómo adornan los jardines de Madrid.