Isabel Sánchez y el Opus Dei: “profundizar en el carisma, rectificar y soñar con una siembra de bien”

El camino hacia el Centenario ha abierto un proceso de reflexión, reflejado en las Asambleas Regionales que acaban de concluir en todo el mundo. En esta conversación con Isabel Sánchez, secretaria de la Asesoría Central, se comparten algunos de los temas tratados.

Con motivo de un nuevo aniversario del 14 de febrero, tras el fin de las Asambleas Regionales de 2024 y antes del próximo congreso general, conversamos con Isabel Sánchez, secretaria de la Asesoría Central, organismo que asesora al Prelado en su trabajo.

Índice

  1. Desafíos al crecimiento y al desarrollo del Opus Dei
  2. Discernimiento entre lo nuclear y lo accesorio
  3. Fallos en los procesos de discernimiento
  4. Vida de los centros. Aprendizajes y cambios
  5. Escucha a todos los miembros
  6. Gobierno y comunicación
  7. El plan de vida
  8. Formación y dirección de mujeres. Temores y aprendizajes.
  9. Salud mental: un desafìo global, presente también en el Opus Dei
  10. Relación de las familias de los miembros y la institución
  11. ¿Crees que el estilo de vida del Opus Dei es exigente?
  12. Mortificación corporal
  13. Libertad personal
  14. Acompañamiento en la salida
  15. Origen y eficacia de las oficinas de sanación y resolución
  16. Un tema por aprender

¿Cuáles son los grandes desafíos de nuestro mundo que afectan al crecimiento y al desarrollo del Opus Dei?

Me parece justo y humano mirar al mundo -nuestro mundo- y más en este año jubilar, con una perspectiva de esperanza: el valor que se da a la libertad individual y social, la posibilidad de acceso de grandes sectores de la población a la educación, el desarrollo humano y social alcanzado, la globalización de la comunicación, están favoreciendo de hecho, la difusión del mensaje cristiano y de la figura de Jesús. En muchas personas surge el anhelo de Dios: aumentan los cristianos en amplias zonas de África, América Latina y Asia; asistimos a una corriente de conversiones de intelectuales en Estados Unidos; aumentan los bautismos de adultos en la vieja Europa y son numerosas las personas que, por diferentes caminos, aprenden a encontrar a Dios en su vida diaria. Allá donde crece la Iglesia, está creciendo también el Opus Dei.

Pero también hay sombras que oscurecen el cuadro. En el occidente secularizado, la pérdida del sentido de trascendencia dificulta que se comprendan estilos de vida que ponen a Dios en el centro. A nuestra cultura hedonista e individualista le resulta difícil conciliar conceptos como amor-esfuerzo, libertad-responsabilidad, espontaneidad-hábitos buenos, vínculos-seguridad.

Tres palabras me parece que resumen los desafíos que se mencionan: compromiso, comunicación, confianza.

Compromiso, esa maravillosa capacidad de la libertad humana de tejer amor a base de promesas, se ha vuelto una palabra impronunciable en todas las facetas de la vida. Percibimos más libertad en la rápida posibilidad de romper, que en la esforzada paciencia de construir.

Por otra parte, la hiperinflación de la información, la falta de escrúpulos para extender fake news y la superficialidad con la que aceptamos desinformaciones sin comprobar o contrastar las fuentes, genera un espacio de confusión que no nos aclara las ideas y conduce a la polarización en las posiciones.

Y confianza, porque la autoridad se percibe como ansia de poder, se coloca bajo sospecha y, por lo tanto, genera desconfianza.

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En el camino al Centenario, y con el ejercicio de las Asambleas Regionales, ¿dirías que el Opus Dei ha iniciado un proceso de discernimiento entre lo nuclear y lo accesorio?

Las Asambleas Regionales son un camino pensado por san Josemaría desde los inicios del Opus Dei. La actitud y la consulta del fundador a personas que se iban sumando a la Obra existieron siempre, pero de modo estructurado y formal, tuvieron lugar por primera vez en 1943. Desde entonces, se han venido celebrando con regularidad en los países donde esta institución está presente.

En este sentido, las que han tenido lugar en 2024, de cara al próximo congreso general y en camino hacia el Centenario del nacimiento de la Obra, no han iniciado un proceso, sino que han continuado una conversación abierta en la que década a década -siempre a la luz del carisma recibido de Dios como don para la Iglesia- se han ido revisando, potenciando, reinventando y no pocas veces descartando, fórmulas, líneas de acción, enfoques en la formación o prácticas de evangelización que, con el avanzar del tiempo o por las transformaciones sociales y culturales, resultaban ya obsoletas o inadecuadas.

Lo relevante de estas últimas Asambleas Regionales, respecto a las anteriores, ha sido la alta participación gracias a las posibilidades que ofrece la tecnología y a un diseño orientado a la conversación, la escucha de personas que no son del Opus Dei y el entusiasmo general por descubrir nuevos ámbitos e iniciativas con las que salir al paso de las necesidades de nuestro mundo.

También ha dado alegría celebrarlas en el marco del camino de sinodalidad en la Iglesia. La Secretaría del Sínodo nos animó a vivir las asambleas regionales de la Prelatura como un momento especial de escucha. Este proceso fue simultáneo al que hicieron muchos miembros del Opus Dei en sus respectivas diócesis, participando activamente en las actividades que, en el marco del sínodo, se propusieron.

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De cara a la celebración de un nuevo aniversario del inicio del Opus Dei entre las mujeres, y en este marco de camino al centenario, querríamos preguntarte acerca de algunos temas más complejos, por los que la Obra ha sido cuestionada.

¿Hay algún reconocimiento de fallos en los procesos de discernimiento?

La Iglesia -y dentro de ella el Opus Dei- lleva siglos siguiendo el eco de unas palabras de Jesús: “Ven y sígueme”. Cualquier anuncio del Evangelio, cualquier intento de mostrar y proponer un camino de vida cristiana no tiene más finalidad que compartir la posibilidad de un encuentro personal con Jesucristo, que es quien invita amorosamente y quien da las fuerzas para responder a su llamada.

El tono de Jesús es claro (invitación amorosa), pero al hacerle eco, se pueden cometer errores y de hecho se han cometido. Por el entusiasmo de compartir lo que para uno es un bien se pueden haber acelerado los tiempos o no generado una escucha atenta y respetuosa. Por el testimonio de algunas personas sabemos que lamentablemente esto ha ocurrido en algunos casos y eso, además de llevarnos a reconocerlo y a pedirles perdón en persona, nos ha ayudado a estar más atentos a los modos de hacer y a ser más cuidadosos.

En una reciente entrevista, Lidia Via, responsable de programas para la formación de juventud en España, ha explicado con detenimiento este proceso de mejora que desde hace muchos años se ha procurado en este campo y cómo se ha ido haciendo partícipe del mismo a las personas cercanas a los apostolados del Opus Dei.

La preparación hacia el Centenario, que hemos querido hacer al hilo de la gratitud por el don recibido, el reconocimiento de malas experiencias y los sueños para el futuro, nos han dado ocasión de ir rectificando sobre la marcha lo que ya se podía cambiar. También los testimonios de personas que han sufrido en la Obra nos han llevado a reconocer fallos y pedir perdón: quienes tenemos algún cargo de autoridad lo hemos hecho con frecuencia en el ámbito familiar y el Prelado lo ha hecho en público en varias entrevistas. Además, institucionalmente, en casi todos los comunicados de las oficinas de información emitidos para aclarar algunos hechos se ha reconocido también -con dolor- dónde hubo negligencias, fallos de discernimiento, faltas de apoyo emocional, etc.

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Algunas acusaciones son sobre la excesiva normativización de la vida de los centros, a partir de criterios recogidos en documentos de uso interno al que tenían acceso solamente personas que ocupaban cargos de gobierno. ¿Qué dirías al respecto? ¿Qué aprendizajes y cambios ha habido?

Los centros del Opus Dei quieren ser espacios de formación y caridad. Hogares a los que las personas de la Obra puedan acudir para encontrarse y cuidarse, compartir proyectos de evangelización, recibir acompañamiento espiritual y continuas propuestas de actualización en su formación cristiana.

El centro es de todos y para todos, pero residen allí personas de la Obra célibes (un 12 % del total) que tienen como misión convertirlo en un verdadero espacio familiar cristiano. El proyecto común es exigente, porque busca bienes arduos: la santidad de cada persona y una siembra continua de bien.

Como en todo otro espacio de convivencia humana, se necesitan unas mínimas normas de convivencia para que quienes residen en un mismo lugar no vivan como extraños, para que puedan tener tiempo y condiciones aseguradas para rezar, para descansar y reponerse. Se trata de normas familiares (un sencillo horario compartido, pactos para el uso de zonas comunes, etc.) y de tradiciones también familiares que te hacen sentir parte de algo que tiene raíces e historia. Por esta naturaleza familiar, han de vivirse con flexibilidad y espontaneidad: cuando falta esto, por cualquier motivo, entonces sí puede darse agobio o asfixia.

En este campo, los aprendizajes son comunes a los de muchos núcleos familiares y a los de otras instituciones: han ido en la línea de estilos de organización y dirección más horizontales, de contar con todos, de afrontar con cariño y generosidad los desafíos de la intergeneracionalidad, de no caer en las prisas para poder cuidar a los demás y de resolver con creatividad las tensiones que tantas personas en el mundo encuentran para conciliar su trabajo profesional con su vida familiar.

Cuando empezó a enseñar el camino de la Obra a quienes le siguieron, san Josemaría se dio cuenta de que era un camino de ensayo-error, de cosas que salen bien y cosas que salen mal. Fue bonito que quisiera contar con todos esos primeros que se sumaron al Opus Dei. Y les pidió que escribieran experiencias para compartir aprendizajes. Cuando el Opus Dei va creciendo, y hay miles de personas que adhieren a este camino, eso se transforma en pequeños protocolos a modo de buenas o malas experiencias. Esas experiencias, que eran cambiables y dinámicas, como la vida misma, en algún momento, en los años setenta, ochenta, se fueron convirtiendo en la práctica en criterios con más fuerza de la que tenían e incluso quizá no se fue recogiendo con diligencia el feedback necesario para ver si lo que fue bueno en una época lo seguía siendo. Es lógico, pues se quería permanecer lo más unido posible al fundador, y se pensaba que el mejor modo de hacerlo era mantener todas esas pequeñas cosas.

En realidad es algo común a muchas otras instituciones de origen carismático. Luego sigue pasando el tiempo, la Obra se enfrenta a nuevos contextos, se enriquece con las generaciones jóvenes y aprende de su experiencia. A la Obra han ido llegando personas de contextos culturales y trayectorias cada vez más diversas y creo que fue lenta la revisión de buenas experiencias que se orientaba a que las personas pudieran vivir con libertad y alegría su camino hacia Dios, pero desde hace años esa revisión se ha ido haciendo.

Estos documentos formativos siempre han estado a disposición de la Santa Sede. Dentro de las personas de la Obra se daba a conocer a quienes tenían funciones de formación. Como el contexto actual demanda mucha transparencia y horizontalidad en la Obra, como en las familias, se han ido introduciendo. Ahora existen pocos documentos normativos, como los Estatutos, ahora en revisión. Hay un libro que define el espíritu y las costumbres de la Obra, a disposición de los miembros, y hay unas experiencias para la formación en ámbito local.

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¿En qué medida el Opus Dei escucha a sus miembros, también a los que tienen una mirada más crítica y cuestionan algunos temas?

Creo que el trabajo que estamos realizando en los últimos años, al hilo de lo que ocurre también en la sociedad y en las familias, es mejorar en las respuestas que damos, en cómo integramos esa escucha y esas voces en la toma de decisiones. También se está dando más realce al diseño de procesos participativos, previstos ya por san Josemaría y adecuados al momento actual. Como comentaba, la celebración de las asambleas regionales ha sido una declaración elocuente del deseo de escuchar e integrar las voces de todos. Además, hemos querido que el feedback del que hablaba fuera una prioridad en todo este proceso, y así hemos procurado que se trabajara en todos los países.

Las personas con responsabilidad de gobierno en la Obra tienen las puertas abiertas a cualquiera, y dedicamos mucho tiempo a escuchar. A mí me ayuda mucho conversar con personas que me plantean cuestiones difíciles.

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¿Cómo se estudian los temas en el gobierno de la Obra? ¿Cómo se gestiona la comunicación y gestión de los cambios? ¿Hay herramientas de auditoría para garantizar que se aplican en todas las regiones?

En cierta manera, considero que gran parte de los desconciertos o errores de los que se acusa a la Obra provienen de una comunicación interna débil, con cauces insuficientes. En un mundo como el de hoy, con la inmediatez de la comunicación, la demanda de transparencia y de rendición de cuentas, compartir la información sobre el cambio y sus motivos es necesario y querido. Puedo afirmar que hemos avanzado en muchos puntos, quizá no siempre al ritmo en el que nos gustaría en todas las partes del mundo, ni en todos los casos.

Quien muestra con hechos ese deseo de llegar en directo hasta la última persona del Opus Dei es el Prelado. Ha querido que toda la información sobre los cambios canónicos recientes en el Opus Dei llegara por igual a todas las personas a través de la web, siendo él el portavoz. De hecho, muchas personas han preguntado en los órganos de gobierno en sus países pensando que esas personas tenían más información, y se han sorprendido. Como en toda organización, hay informaciones que se tienen en razón del trabajo que se desempeña, pero muchas otras son un derecho de todos. Estamos trabajando en ese proceso.

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¿En qué consiste el plan de vida tal como lo proponía san Josemaría? ¿Cuál es el fin?

Lo más apasionante de la fe cristiana es que nos da a conocer a un Dios que tiene rostro humano, nombre. Es un Dios cercano y encarnado, pero es Dios: no se ve ni se oye, no lo alcanzan los sentidos. Si queremos conocerlo y tratarlo, tenemos que establecer citas, flexibles pero frecuentes, que nos ayuden a mirarlo con los ojos de la fe, escuchar su palabra recogida en las Escrituras, aprender a conocerlo y adorarlo en la Eucaristía y a encontrarlo en nuestro interior. Esas citas dispersas a lo largo del día conforman un plan, un plan de vida cristiana. Pero ese plan de vida no es un fin en sí mismo, sino que tiene como fin propio que, al doblar cada esquina de la jornada, podamos experimentar la alegría de un nuevo encuentro con Jesucristo, que pasa y nos ayuda, nos impulsa, nos recoge, nos consuela y nos enseña. Entonces, con esa fuerza divina, uno puede afrontar la vida con gran serenidad, alegría y libertad, procurando que todas sus actividades y relaciones estén conformadas por el amor.

En el Opus Dei hay un plan de vida que es común a todas y todos, y que ha de adecuarse a las circunstancias y ocupaciones de cada uno, según el momento profesional, la etapa de la vida o las distintas obligaciones. Se propone como un medio que ayuda a vivir sabiéndose hijo de Dios a toda hora.

Desde el inicio san Josemaría avisó de posibles errores de perspectiva que pueden convertir este plan en algo pesado: considerarlo un fin en sí mismo y contentarse con “cumplir”; dar un peso desproporcionado a los inevitables fallos en su seguimiento; no vivirlo con creatividad y caer en la rutina; entender esos momentos de un modo “intimista” que nos aleje de las necesidades de los demás. Lo importante es no perder de vista que procuramos vivirlo para unirnos a Cristo y llevar su amor a todo el mundo.

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En tu vida te has dedicado especialmente a la formación de mujeres que ocuparon cargos de dirección. ¿En qué aspectos has puesto mayor hincapié? ¿A qué “vicios” has tenido más temor y por qué? ¿En qué aspectos consideras que ha habido aprendizajes?

Liderar una organización cristiana no puede consistir en otra cosa que en servir. Admiro la dedicación y la valía de todas esas mujeres (son un número muy pequeño del total) que en cada país donde está el Opus Dei, se empeñan profesionalmente en potenciar la formación religiosa de las personas que se acercan a los apostolados de la Obra, en canalizar los afanes que tienen de difundir el Evangelio, en poner los medios (recursos, actividades, atención espiritual, etc.) para que la llamada que han recibido de Dios se mantenga encendida y joven. Aprendo mucho de ellas.

Las líneas comunes a la hora de orientarlas en el desempeño de su responsabilidad salen de la experiencia de san Josemaría: que en cualquier asunto que se estudie expresen su opinión con honestidad; que se abran a las ideas y opiniones del resto del equipo; que en ningún estudio -hasta los más simple o materiales- perdamos nunca de vista la atención a la persona singular; que en la toma de decisiones que afecten a personas se las escuche y se respete con esmero su libertad. Además, que aprovechen el periodo que estarán en ese puesto de gobierno para crecer en conocimientos y habilidades que faciliten su transición profesional a otro campo una vez expire el tiempo para el que fueron nombradas.

En un trabajo así, el vicio más peligroso es la falta de fe: no contar con la acción de Dios ni saber transmitir esperanza sobrenatural. En otro plano, estamos poniendo medios para evitar estilos autoritarios, rigideces o falta de creatividad. Y garantizar una renovación periódica y efectiva, para que no se alarguen en el cargo.

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Dado el creciente reconocimiento de la salud mental como un desafío global que afecta a personas en diversos ámbitos de la sociedad, ¿cómo ha evolucionado la atención y el acompañamiento en esta materia dentro de la Obra a lo largo de las décadas? ¿Cómo se ha adaptado la institución a las nuevas sensibilidades y enfoques en torno al bienestar psicológico?

Al Opus Dei vienen personas sencillas y corrientes, de la calle. Y esa calle está llena de gente con problemas, incluidos los de la salud mental. Como las familias y las demás organizaciones humanas, hemos tenido que aprender -y aún seguimos- a identificarlos, a no estigmatizarlos, a cuidar las fragilidades, a animar a que se reciba la atención especializada que cada caso requiera.

El campo de la psiquiatría y la psicología ha evolucionado mucho en las últimas décadas. Después de una época muy influida por el psicoanálisis, y más tarde por el desarrollo de fármacos, ahora está mucho más presente un abordaje psicoterapéutico mediante terapias no farmacológicas. Hay experiencias de épocas pasadas que pueden obedecer a este contexto. Hemos ido aprendiendo a no mezclar lo espiritual con lo terapéutico.

Puedo afirmar que tenemos más sensibilidad para la prevención: recomendar el autocuidado, facilitar el descanso y evitar las sobrecargas de trabajo y encargos. También contamos mucho más con la ayuda de las propias familias, sobre todo cuando se trata de personas jóvenes.

No es un campo fácil para nadie y nos queda mucho por aprender.

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¿Cómo equilibra una persona del Opus Dei -en especial los miembros célibes- su relación con su familia y con la institución?

Hay una característica crucial de la Obra y es que tiene un aspecto familiar muy claro. Una persona que pide la admisión y empieza a vivir el carisma del Opus Dei encuentra que es una familia, pero a la vez esa persona venía de una familia y sigue teniendo esa familia. Y no siempre hemos encontrado el modo de integrar bien estas dos familias. En algunos casos, ha habido tensiones y en eso hemos ido aprendiendo. Hay personas que han dejado de ser de la Obra precisamente por heridas o tensiones en este sentido, por no haberse sentido acompañadas en esa integración.

A la vez, nos damos cuenta de que es importante cuidar los modos de hacer familia en la Obra. Porque es verdad que la llamada al Opus Dei es una llamada a darse a los demás en una tarea de evangelización, en una tarea de formación, que a veces te pedirá dedicación exclusiva en un momento. Lo que hemos aprendido es que la decisión de dónde tiene que estar cada uno en cada momento lo debe ver sobre todo la persona misma con Dios.

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¿Crees que el estilo de vida del Opus Dei es exigente?

El ideal del cristiano es vivir amando a Dios y haciendo el bien a los demás. Si esto solo fuera una meta, sería un imposible desgastante. Este ideal es algo que recibimos como don: amar a Dios y con Él a los demás. Esta dinámica es una fuente de alegría, de paz, de fe y de esperanza. Equilibra la vida porque lleva a construirla sobre pilares sólidos y con una unidad de fines que la hacen muy coherente.

Pero mantener en la práctica la primacía de esos valores evangélicos necesita ayuda del Cielo y esfuerzo diario.

En el Opus Dei se facilitan ocasiones para recibir la gracia, al mismo tiempo que se espolea a no retraerse ante las llamadas audaces de Dios. Es un camino exigente porque apunta a un bien arduo. Es un camino amable porque lo que se busca es el amor, muy compatible con la propia fragilidad y los propios fallos.

Miles de personas en el mundo entero han encontrado la felicidad en este camino. El secreto está en vivirlo con la máxima libertad y con amor renovado a Jesucristo, quien nos llamó, y a los demás.

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¿Qué relación tiene la mortificación corporal como el cilicio o las disciplinas con la vida de una persona que está llamada a vivir en medio del mundo? ¿Son obligatorias esas prácticas? ¿Qué bien traen?

La Iglesia católica es un pueblo que lleva veintiún siglos siguiendo a Jesús de Nazareth y buscando la unión íntima con Él. No hay Jesús sin Cruz y no hay cristiano que pueda serlo sin compartir la cruz con Él. El modo de estar en el mundo para un cristiano es amando la Cruz.

Además de los sufrimientos y dolores que la vida nos depara, la generosidad y el amor de los cristianos de todos los tiempos, mayores y pequeños, ha sabido encontrar modos de participar en el dolor salvífico del Señor: ayunos, privaciones, incomodidades voluntarias… Todo un acervo entre el que se encuentran prácticas de mortificación que de algún modo revive en el cuerpo -de modo simbólico- la pasión de Jesús: uso de cilicios y disciplinas, por ejemplo. La usó santo Tomás Moro, padre de familia y Canciller de Inglaterra; la buscaron los pastorcillos de Fátima.

El Opus Dei toma sus propuestas de vida cristiana de esa tradición secular. A los miembros célibes se les recomienda como un medio más de intimidad con el Señor un mínimo de mortificación corporal, con estos parámetros: moderación, sentido común y siempre contando con el consejo de la dirección espiritual.

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¿Qué espacio hay para la libertad personal en lo que parece que es un estilo de vida muy reglado (normas, horario, exigencia externa…)?

La fe cristiana es siempre un marco de libertad, porque nos sitúa ante Dios como hijos, no como esclavos. Sus llamadas tienen siempre tono de invitación y esperan una respuesta libre y responsable.

El Opus Dei está formado por un conjunto de personas adultas y libres que han elegido un camino de vida cristiana, saben a lo que se comprometen y lo viven libremente. Esa elección de vida los lleva a amar su mundo apasionadamente, a estar inmersos en la sociedad, afrontar sus desafíos junto con sus iguales, dar su amistad y su cariño a manos llenas, etc. Sembradores de paz y alegría, caminando del brazo de otros.

Desde que advierten que Dios les llama por este camino, reciben explicaciones del modo específico de vivir algunas virtudes cristianas, del plan de vida espiritual que se propone, de los medios de formación permanente que necesitarán para su misión de evangelización, etc. Es lógico: el Opus Dei es un camino en la Iglesia, un camino ancho, pero con un contorno claro. Quien descubre en su corazón la llamada a vivir esa vocación, es la primera interesada en vivirla del mejor modo. Por eso los encuentros formativos a los que hacía referencia son requisito necesario antes de su entrada jurídica en la Obra: no se admite a nadie que no conozca a qué se va a comprometer y lo elija libremente.

Además de este saber teórico, los años previos a la vinculación definitiva aseguran que se consiguen hacer vida esas propuestas, siempre con luchas y con fallos, que son humanos. Todo esto es parte del proceso de discernimiento vocacional, tanto por parte de la Obra como por parte de la persona interesada. En esto el Opus Dei no es distinto de otras instituciones de la Iglesia.

Los humanos somos imperfectos: somos libres, pero hay que aprender a vivir y sentir esa libertad. Desde el punto de vista de la organización, los aprendizajes fundamentales consisten en cómo fomentar e impulsar siempre mejor la libertad, que es el motor principal de la vida de entrega: una libertad conformada por el amor que se recibe de Dios. En esa tarea, es preciso ir eliminando estilos formativos autoritarios y rígidos, y detectando también comportamientos voluntaristas o perfeccionistas, que acaban en agobio y tristeza.

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Seguramente te ha tocado acompañar la salida de varias personas de la Obra, o ayudar a quienes tienen que acompañar esos procesos. ¿Qué aprendizajes has hecho y qué consejos das a quienes acompañan esos procesos?

Las personas que han dejado la Obra no son para mí un colectivo, sino rostros de mi oración, gente de carne y hueso con la que compartí ilusiones y proyectos y que, en algún momento del camino, por motivos que en cada una son distintos, lo dejó. En muchos casos se trató del normal proceso de discernimiento y, pasados los años, algunas de ellas han vuelto a pedir la admisión. En otras ocasiones, los motivos fueron otros y esas personas han mantenido una cierta cercanía respetuosa con la Obra.

Lo que más me duele son los desgarrones de quienes se fueron dolidos o enfadados. Tengo algún caso más cercano y siento mucho no haber sabido llegar a tiempo, acompañar mejor o mantener la amistad a pesar de las diferencias.

Siento que hayan ocurrido estas cosas. Hemos ido aprendiendo a acompañar mejor estas salidas y a intentar no dejar a nadie solo.

En todo caso, he comprobado una y otra vez cómo Dios se ha servido de estos caminos tortuosos para hacer mucho bien en las personas singulares, tanto las que se iban como las que permanecían, y en el Opus Dei.

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¿Cuál es el origen de las oficinas de sanación y resolución? ¿Están resultando eficaces?

Nuestro deseo es que las personas que dejan el Opus Dei lo hagan acompañadas por quienes están cerca de ellos en ese momento, y haciéndose cargo de sus circunstancias. Hemos puesto un empeño especial en los últimos años y hay muchas personas que han recibido este acompañamiento y ayuda en el momento de dejar la Obra, o tiempo después, cuando se han acercado de nuevo.

También somos conscientes de que no siempre ha sido así. Precisamente porque lo sabemos, el Prelado quiso que existiera en todos los países un protocolo de atención, como medida primera y más básica, desde marzo de 2024. En algunos lugares ese protocolo se ha desarrollado en la constitución de oficinas de sanación y resolución. Esto garantiza que personas con las que se ha perdido la relación, o prefieren ese cauce, tengan donde acudir. Mi deseo sería que no fueran necesarias, porque hemos sabido acompañar a las personas que abandonan el Opus Dei, sean cuales sean las razones.

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Si tuvieras que elegir un tema en el que consideras que la institución todavía tiene mucho que aprender ¿cuál sería?

Cuando lleguemos al centenario de la Obra, a un siglo de camino transitado por decenas de miles de personas singulares, me gustaría que pudiera decirse de nosotros algo parecido a lo que decían de los primeros cristianos sus contemporáneos: “¡mirad cómo se aman!”, mirad cómo se cuidan, cómo aman apasionadamente el mundo y cómo contribuyen a hacerlo mejor.

Para llegar ahí, hemos de seguir creciendo en saber formar más profundamente en y desde la libertad personal, lograr que cada uno se sepa, se sienta y se muestre conocido y querido, impulsado a desarrollar sus talentos y a ponerlos al servicio del bien común.

Campos abiertos hay muchos: autenticidad evangélica, espiritualidad encarnada, libertad, apertura y dinamismo de salida, sensibilidad social y colaboración con quienes no piensan como cada uno de nosotros son propuestas de las asambleas regionales para ir adelante. Y esto no ha de hacerlo solo la institución como tal, sino cada una, cada uno, porque, al fin y al cabo, el Opus Dei somos las personas que lo formamos.

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Nota: la entrevista inicial se realizó en vídeo; por el interés de los temas, se pidió a Isabel Sánchez que ampliara las respuestas para una versión escrita, que es complementaria a los vídeos.