Al cumplirse hoy quince años de la canonización de san Josemaría, podemos recordar algo que don Javier repetía tantas veces cuando se acercaba aquel momento: "Es una llamada a la conversión". También hoy, a la vuelta de los años, cada una y cada uno puede escuchar de nuevo la llamada de Dios a la santidad. Podemos pensar: "Llevo años luchando por ser santo y ya ves, Señor, cómo estoy. Pero ahora, fiándome de tu palabra, me voy a lanzar mar adentro, hacia esa santidad, que no es ausencia de defectos, sino perfección en el amor, en la identificación contigo, Jesús. Por tu palabra –decimos con san Pedro– echaré las redes".
Que no entre, por tanto, en nuestras almas el desaliento, sino el deseo de mirar hacia delante.
Nos llamas a la santidad: dime, Señor, algo que me haga ahora más consciente de que eres Tú quien me hará santo. Yo me siento un instrumento inepto y sordo, pero me fío de tu palabra. Dinos algo que nos haga entender que detrás de cualquier acontecimiento pequeño o grande de nuestra vida está tu Amor, a pesar de nuestra pequeñez o miseria.
San Josemaría repetía que en 1928 tenía solo 26 años, gracia de Dios y buen humor. Es la juventud de espíritu que le llevó siempre a mantener el deseo de aprender y de crecer, y nos lleva a nosotros al deseo de comenzar y recomenzar. Que no entre, por tanto, en nuestras almas el desaliento, sino el deseo de mirar hacia delante. Danos, Señor, esta juventud de alma. San Josemaría tenía una actitud joven del alma: es la que te pedimos para nosotros.
El buen humor es consecuencia de la alegría: nos lleva a ver el aspecto positivo, ¡divertido!, de las cosas.
¡Gracia de Dios! Participación en la vida divina de la Trinidad, como hijos e hijas en Cristo. El Señor nos la ofrece constantemente, en la eucaristía, en la penitencia y en la oración. ¡Cuántas veces san Josemaría nos exhortaba, con su palabra y con su ejemplo, a ser "almas de eucaristía, almas de oración"!
26 años, gracia de Dios y buen humor. El buen humor es consecuencia de la alegría: nos lleva a ver el aspecto positivo, ¡divertido!, de las cosas. Necesitamos también el buen humor ante nuestras propias limitaciones: es una consecuencia de la alegría de los hijos de Dios. Contentos, pues, en la lucha, en la mortificación, en la cruz, porque la alegría tiene raíces en forma de cruz. Danos, Señor, la capacidad de estar contentos en la cruz. Estaremos contentos, pase lo que pase, en la medida de nuestra fe en el amor que Dios nos tiene.
Mons. Fernando Ocáriz, notas de unas palabras del 6 de octubre de 2017 en Santa María de la Paz, Roma.