El País El Opus destapa sus secretos
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'El Código Da Vinci' marca un antes y un después para los 85.000 miembros de una entidad envuelta en sombras, que mantiene la estricta disciplina religiosa. Los 40 millones de ejemplares vendidos de El Código Da Vinci han representado un choque en la imagen secretista del Opus Dei, pero también una publicidad planetaria para esta organización. Entre el boicoteo y el diálogo, la Obra ha escogido el camino de una cierta transparencia para no desperdiciar el repentino interés suscitado por este grupo católico entre el público.
La Obra cree que la novela de Dan Brown no ha sido "del todo negativa" para su organización. Una sede de 17 pisos en Nueva York simboliza el interés de la Obra por asentarse en Estados Unidos. "Lo importante es que aquí estamos, visibles, y queremos que se hable de nosotros, aunque sea bien" Juan Manuel Mora, jefe de Comunicación del Opus Dei, y Brian Finnerty, portavoz en Estados Unidos, se citaron en Nueva York el 23 de marzo de 2003. Buscaban una estrategia para promocionar la imagen del Opus Dei, sobre todo en Estados Unidos, donde, pese a grandes inversiones -como una torre en pleno centro de Nueva York-, la organización era prácticamente desconocida. Tras la espectacular canonización del fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer, que el 6 de octubre de 2002 congregó en Roma a más de 300.000 personas, parecía decaer el interés público por la Obra. Mora y Finnerty paseaban por la Quinta Avenida neoyorquina cuando se les apareció la respuesta en el escaparate de una librería: era una montaña de ejemplares de El Código Da Vinci, una novela de Dan Brown recién publicada. "Los dos conocíamos el argumento", comenta Finnerty, "y estuvimos de acuerdo en que el éxito de Brown iba a mantenernos ocupados por mucho tiempo".
Para el Opus Dei, El Código Da Vinci marca un antes y un después. Resulta imposible ignorar una novela que vende 40 millones de ejemplares cuando se desempeña el papel del malvado. Eso le ha ocurrido al Opus Dei, una organización cuya imagen externa siempre ha estado envuelta en sombras: desde las prácticas de automortificación a la vida sectaria en residencias, pasando por la tendencia al secreto, las conexiones históricas con el franquismo y los presuntos objetivos políticos, la Obra -como la llaman sus miembros- no ha disfrutado de buena prensa, sobre todo en los ambientes progresistas y en países como Reino Unido y Estados Unidos. Son, aunque minoría, bastantes los antiguos seguidores que acusan al Opus Dei de infiltrarse en las élites profesionales y de lavar el cerebro a quienes ingresan en sus filas...
Desde 2003, para disipar su leyenda negra, el Opus Dei ha optado por abrirse y mostrarse. Sus dirigentes están dispuestos a hablar de todo. De dinero: un patrimonio estimado en 2.800 millones de dólares (2.329 millones de euros). O de cilicios, la cadena con pinchos que los numerarios llevan dos horas al día en la parte superior del muslo. Este corresponsal ha visitado los dos principales centros del Opus Dei, Villa Tevere en Roma y Murray Hill en Nueva York, y ha entrevistado a varias decenas de miembros del Opus Dei, incluyendo dirigentes, portavoces, numerarios y supernumerarios de base, para conocer por dentro la organización y calibrar la magnitud de una metamorfosis causada, entre otras razones, por el impacto del mayor fenómeno editorial de las últimas décadas.
El "malvado" de El Código Da Vinci es el obispo Manuel Aringarosa, "presidente-general" del Opus Dei. Aringarosa dispone de un sicario, un monje albino llamado Silas, numerario del Opus Dei, que comete asesinatos por orden del obispo. A la organización sólo le faltaba eso. Siempre había recibido críticas, desde fuera de la Iglesia católica y desde dentro. Su modesta proyección estadounidense ya se había visto empañada en 2001 con la detención de Robert Hanssen, un agente del FBI que espiaba para Moscú: Hanssen resultó ser un supernumerario del Opus Dei. El Código Da Vinci, con Aringarosa y el monje Silas, constituía la guinda del pastel.
Las cosas parecían pintar muy mal. Tres años después, el propio Juan Manuel Mora reconoce que el fenómeno de El Código Da Vinci "no ha sido del todo negativo" para el Opus Dei. En realidad, les ha proporcionado una publicidad planetaria que Mora y sus compañeros del equipo de comunicación de la Obra han aprovechado con habilidad. La estrategia del Opus Dei, trazada por el equipo de comunicación y respaldada por el prelado, monseñor Javier Echevarría, resulta en principio simple: mensajes positivos, rechazo del boicoteo o la batalla legal y máxima transparencia. Echevarría intuyó que la idea de aprovechar la visibilidad ofrecida por la novela, basada en una máxima americana, "si te dan un limón, haz limonada", tenían sentido: él mismo conoció a monseñor Escrivá y al Opus Dei gracias a un artículo en una revista universitaria que criticaba con dureza a la organización.
Quizá no se contaba con que una operación nacida de la urgencia y la necesidad podía tener consecuencias internas en la propia organización. Tras décadas de discreción o secretismo, la repentina apertura a la mirada pública está modificando las actitudes de los 85.000 miembros y de los millones de personas que sienten interés por la única Prelatura Personal del catolicismo. No cambian, por supuesto, ni los principios fundacionales ni la estricta disciplina religiosa, pero sí la posición del Opus Dei en el mundo. Diversos numerarios (los solteros y residentes en centros del Opus Dei) y supernumerarios (los casados y residentes en su propia casa) coincidieron en señalar a este corresponsal que se sentían más cómodos que antes a la hora de hablar sobre su pertenencia a la organización. La propia composición humana de la Obra ha cambiado: sus 85.000 miembros ya no son mayoritariamente españoles, ni mayoritariamente hombres, ni mayoritariamente numerarios célibes. Si hubiera que fijar el opusdeísta promedio por la vía estadística, se obtendría una mujer europea, casada y con hijos.
El vicario del Opus Dei en Estados Unidos, padre Thomas Bohlin, opina que El Código Da Vinci culminó, de forma accidental, un proceso que se gestaba desde hacía tiempo. Ese proceso partió con el Estatuto Jurídico de la Prelatura (1982), la reforma del Derecho Canónico (1983) que facilitó el encaje de la Obra en el entramado institucional católico, y se consolidó con la beatificación (1992) y canonización (2002) de Escrivá. Para Bohlin, lo más simbólico fue la construcción de un edificio en el centro de Nueva York: "La torre de Murray Hill simboliza nuestra apuesta global, nuestra voluntad de estar en el mundo, nuestro deseo de ser visibles. San Josemaría solía decir que debíamos estar en Nueva York porque era el corazón del planeta y su capital profesional, y nuestro objetivo es la santificación del trabajo. Estoy seguro de que Dan Brown no habría escrito su libro si no existiera el rascacielos. Lo importante es que aquí estamos, visibles, y queremos que se hable de nosotros", bromea, "aunque sea bien".
El rascacielos, de 17 pisos, resulta modesto dentro del contexto neoyorquino. Terminó de construirse en 2001 y acoge la sede del vicario en Estados Unidos, unos 60 numerarios residentes, varias oficinas y un centro de conferencias por el que pasan unas 10.000 personas al año, además de una iglesia y una capilla. Está decorado con una elegancia sobria, al nivel de un hotel de cuatro estrellas. Costó en total 70 millones de dólares, de los que la mitad procedieron de una sola donación y el resto de más de 5.000 pequeñas contribuciones.
Queda por ver el impacto de la película, cuyo estreno está anunciado para el 19 de mayo y cuya productora, Columbia-Sony, no ha querido recibir a representantes del Opus Dei ni ha aceptado suavizar en el guión el contenido de la novela. Pero hasta el momento, la estrategia opusdeística funciona bien. La decisión de dialogar con los editores del Código en lugar de plantear medidas de fuerza ha desembocado en una forma de cooperación. "Espero que después del fenómeno Da Vinci, o en conexión con él, podamos hablar de un fenómeno Opus Dei", dice Bill Barry, vicepresidente de Doubleday, una de las editoriales del conglomerado Random House-Bertelsmann.
Random House publicó El Código Da Vinci. También publicó Opus Dei: Una mirada objetiva tras los mitos y realidades de la fuerza más controvertida de la Iglesia Católica, el libro del ya citado John Allen. Una semana antes del estreno de la película El Código Da Vinci lanzará Camino, la obra fundamental de san Josemaría Escrivá. "El lector estadounidense encontrará en un mismo expositor la novela de Dan Brown en edición de lujo, la novela en rústica con fotos de la película, el guión de la película, el libro de Allen y el libro de san Josemaría", explica Barry. Al editor no le preocupa la extraña amalgama. "Nuestro trabajo es vender libros, y la novela de Brown abrió un mercado; es el consumidor quien decide", añade.
No fue fácil establecer la política de "apertura y diálogo". El Opus Dei es una institución disciplinada, pero no suele ser el prelado quien impone sus decisiones. El obispo Echevarría, con sede en Roma, se apoya para gobernar en dos organismos: el Consejo General, compuesto por siete hombres, y el Consejo Asesor Central, compuesto por ocho mujeres. Ambos consejos funcionan de forma totalmente independiente y separada y cuentan, al menos formalmente, con la misma autoridad.
Muchos miembros del Opus Dei se sintieron agraviados por El Código Da Vinci y pidieron guerra. "En un primer momento, creo que había tres posiciones distintas y de fuerza similar", indica Brian Finnerty. "Un 33% pedía una demanda judicial, un 33% apostaba por la comunicación y el diálogo y otro 33% prefería no hacer nada y dejar pasar la tormenta".
"La novela causó bastante estupor y ofendió a bastantes de nosotros, no ya porque el Opus Dei cargara con el papel del malvado, sino, sobre todo, porque acusaba a la Iglesia católica de basarse sobre una gran mentira", explica Isabel Sánchez Serrano, abogada y miembro del consejo femenino. "Recibimos bastantes sugerencias que apuntaban hacia la acción legal, en particular desde Alemania, donde las leyes resultaban especialmente idóneas", sigue, "pero pronto se forjó una mayoría a favor del simple diálogo". No tardamos en captar que la novela ofrecía una oportunidad; eso lo vieron muy rápido en Nueva York", agrega.
Sánchez Serrano vive en la sede central del Opus Dei, Villa Tevere y Villa Sachetti (los nombres son diferentes para el sector masculino y el femenino), una mansión en el barrio romano de Parioli en la que están enterrados el fundador, san Josemaría, y su sucesor, Álvaro del Portillo. Como en Nueva York y en todas las demás 1.751 residencias de la Obra repartidas por el mundo, hombres y mujeres hacen vidas totalmente separadas. Sucesivas ampliaciones, sobre todo hacia el subsuelo, han convertido Villa Tevere en un laberinto de pasillos y escaleras. La decoración de los salones tiende a ser recargada. "Casi todo lo han ido haciendo los estudiantes que han pasado por aquí y resulta bastante ecléctico, con cosas bonitas y cosas que no lo son tanto", ironiza Sánchez Serrano, quien asegura que en Villa Tevere "hay varios ejemplares de El Código Da Vinci que, por supuesto, cualquiera puede leer libremente".
La abogada acepta que el Opus Dei está cambiando: "La anterior generación también se abría a la transparencia, porque ésa era la actitud del propio fundador, pero la evolución es indudable, todas las organizaciones humanas evolucionan". Juan Manuel Mora, que se ocupa de la imagen externa del Opus Dei desde 1991, habla de varios factores fundamentales. El primero, la concesión del Estatuto de Prelatura Personal por parte de Juan Pablo II, que supuso "una especie de derecho de ciudadanía". "Antes de la Prelatura no encajábamos en las estructuras tradicionales de la Iglesia y éramos una cosa bastante rara: una institución religiosa en la que los sacerdotes carecían de preeminencia sobre los laicos, que acogía a hombres y mujeres y que carecía de distintivos externos", dice. "Cada uno de nosotros tenía una fuerte identidad religiosa, pero a la identidad colectiva le faltaban la definición jurídica y un lugar en el entramado institucional; una política de comunicación correcta sólo puede desarrollarse cuando la identidad está clara".
El segundo hito fue la beatificación de Escrivá de Balaguer, en 1992, sólo 17 años después de su muerte. La beatificación del fundador supuso un nuevo espaldarazo, pero también una llamada de atención. Fueron numerosos, dentro y fuera de la Iglesia católica, los que expresaron sus reservas sobre el Opus Dei o lo criticaron abiertamente. "No lo esperábamos, creíamos que se había disipado ya nuestra leyenda negra", indica el portavoz, "pero resultó que no era así. Muchos seguían considerándonos una organización secreta, oscura, rara. Evidentemente, la culpa era nuestra, por no darnos a conocer de forma adecuada. Y nos pusimos a trabajar".
En 2002, cuando Escrivá fue canonizado como san Josemaría, apenas hubo polémica. "Para entonces estábamos instalados dentro del catolicismo, teníamos claro quiénes éramos y cómo explicarlo", dice Mora. "Al año siguiente apareció la novela de Dan Brown, afortunadamente en un buen momento para nosotros. Si se hubiera publicado una década antes nos habría hecho bastante daño".
John Allen, corresponsal en el Vaticano de la revista estadounidense National Catholic Reporter, fue invitado a principios de 2004 a pronunciar varias conferencias en su país. Comprobó que, llegado el turno de preguntas, muchas se referían al Opus Dei. Pensó que valía la pena escribir un libro y en abril se lo planteó a Mora y a Marc Carroggio, portavoz en Roma para la prensa internacional. Quedó hasta cierto punto sorprendido cuando Mora y Carroggio, tras consultar con el prelado, se comprometieron a cooperar con él "sin ninguna restricción". Allen contrató incluso a un contable experto para que buceara en los balances del Opus Dei, un asunto complicado porque sólo una pequeña parte de sus escuelas, hospitales y demás centros pertenecen de forma corporativa a la institución. El resto sólo se vincula indirectamente, a través de sus directivos y sociedades interpuestas. Tras seis meses de trabajo, Allen y su contable estimaron un patrimonio mínimo de 2.800 millones de dólares (2.329 millones de euros), cifra referida al valor de balance y no de mercado de los inmuebles, que el Opus Dei considera "más o menos correcta".
"Hay dos Opus Dei", dice John Allen. "Uno es el mítico, una institución riquísima, poderosa, con gran influencia en asuntos tanto religiosos como civiles; ése es el reflejado por Dan Brown. El otro Opus Dei es el real, una institución con 85.491 miembros (menos que los fieles de la diócesis de Hobart en Tasmania), con un presupuesto inferior al de la diócesis de Chicago y bastante menos fuerte de lo que la gente imagina".
Allen compara al Opus Dei con la cerveza Guinness, espesa, alta en graduación y no apta para todos los paladares. Tras su investigación, que incluye una minuciosa comprobación de las acusaciones de antiguos miembros hostiles y otros detractores, afirma que siente el máximo respeto hacia la Obra, pero puntualiza que, como católico, no sería capaz de someterse a su disciplina. "Existe un curioso paralelo entre los jesuitas y el Opus Dei", dice. "Cuando aparece un grupo nuevo en el catolicismo, suele crecer con rapidez y genera desconfianza. Eso sucedió con los jesuitas durante la Contrarreforma y ocurre ahora con el Opus Dei, identificado con la línea conservadora de Juan Pablo II. Resulta irónico que los principales críticos del Opus Dei hayan sido desde el principio, desde los años cuarenta, los jesuitas".
En opinión del periodista estadounidense, Dan Brown y El Código Da Vinci le han hecho "un gran favor" al Opus Dei: "Ahora pueden presentarse como víctimas, toda una novedad para una organización que la opinión pública imagina muy poderosa. Y existe un increíble interés hacia ellos, lo que les permite redefinir su imagen, sobre todo en la zona del mundo que más les interesa ahora, Estados Unidos".