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Este mandamiento se entiende, por un lado, desde los designios de Dios: Él quiere que su amor llegue a nosotros a través de quienes nos dieron la vida en esta tierra; y quiere que sea devuelto por este mismo camino. Los diez mandamientos son uno solo: amar a Dios, pero ese amor tiene distintos rostros y el primer rostro que reconocemos en la propia vida es, probablemente, el de nuestros padres.

Por otro lado, este mandamiento se entiende desde nuestra propia experiencia. La existencia adquiere más sentido cuando te sabes valorado por ser quién eres, no por lo que tienes o por lo que puedes proporcionar o conseguir. Esa valoración la encontramos en primer en lugar en los propios padres.


¿Por qué hay que honrarlos?

Honrar quiere decir respetar, tratar a cada cual como lo pide su dignidad personal. Podríamos preguntarnos ¿por qué hay respetar a los padres?

Primero porque la dignidad de los padres es única para los hijos, que nunca les pueden retribuir en forma suficiente el don de la vida, que Dios les ha dado a través de ellos. Sobre esto se podría añadir que tal vez ellos han sacrificado muchas cosas para traernos a este mundo. Nos han criado y educado hasta que nos hemos convertido en personas responsables.

Puede ocurrir que la situación familiar en la que hemos vivido no haya sido ideal: familias con uno solo de los padres, separaciones, violencias o desamor, etc. Puede ayudar unas palabras del Papa Francisco en las que considera que el cuarto mandamiento «no habla de la bondad de los padres, no pide que los padres y las madres sean perfectos. Habla de un acto de los hijos, prescindiendo de los méritos de los padres, y dice una cosa extraordinaria y liberadora: incluso si no todos los padres son buenos y no todas las infancias son serenas, todos los hijos pueden ser felices, porque alcanzar una vida plena y feliz depende del reconocimiento justo hacia quien nos ha puesto en el mundo [...] Muchos santos —y muchísimos cristianos—, después de una infancia dolorosa, han vivido una vida luminosa, porque, gracias a Jesucristo, se han reconciliado con la vida» (Papa Francisco, Audiencia general, 19 de septiembre de 2018).

Deberes  de los hijos y de los padres

En un sentido amplio, este mandato cubre todas las relaciones de parentesco en la familia, resumidas en el término “honrar”, es decir, respetar: tratar a cada cual como lo pide su dignidad personal.

El modo en que se tratan padres e hijos ha tenido muchas formas distintas en las diversas culturas, pero siempre considera el respeto y la obediencia. Cuando los padres envejecen o enferman, los hijos ya mayores deben retribuir lo recibido de ellos con toda la ayuda material y afectiva que sea posible: «Hijo, cuida a tus padres en su vejez» (Si 3, 14). Abandonarlos a su suerte, por ejemplo, en un mal asilo, y hacerles visitas mínimas por egoísmo o comodidad, no es propio de buenos hijos.

Los principales deberes de los padres hacia sus hijos son, en primer lugar, los cuidados materiales: alimento, vestido, alojamiento y atención médica si se necesitara. Luego, el deber de educarlos para hacer de ellos buenos ciudadanos y cristianos. Tienen también la responsabilidad de crear un hogar, un espacio familiar donde se puedan vivir el amor, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado. Un hogar así es el ambiente más apropiado y natural para la formación de los hijos —y de todos los que lo integran— en las virtudes y valores.

Como se ve, cuando se cree en el amor de Dios estos deberes son un dulce precepto.

Otros deberes

El cuarto mandamiento se vincula con las demás relaciones en la sociedad. Decía san Juan Pablo II: «Cual es la familia, tal es la nación, tal es el hombre» (San Juan Pablo II, 8-VI-1979). Dicho con otras palabras, cuando se vive este mandamiento mejora no solo la familia sino también la sociedad. La fidelidad al compromiso de amor dentro de la familia en oposición al amor libre, o el respeto a la vida son valores que se inculcan y desarrollan en el amor entre padres e hijos. Estos valores sin duda mejoran a la sociedad y mejoran a cualquier ser humano.

Explicaba el Papa Francisco que este mandamiento asegura el honor en la sociedad: “El vínculo virtuoso entre las generaciones es garantía de futuro, y es garantía de una historia verdaderamente humana. Una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad sin honor; cuando no se honra a los padres, se pierde el propio honor” (Papa Francisco, Audiencia general, 11 de enero de 2015). Y al revés, la sociedad de hijos que honran a sus padres es una sociedad con honor.

Por último «El cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento determina tanto los deberes de quienes ejercen la autoridad como los de quienes están sometidos a ella» (Catecismo, 2234), siempre en vista del bien común.