Campo de trabajo en San Petersburgo

Estudiantes irlandeses organizan cada año un campamento de trabajo para ayudar a gente necesitada en San Petersburgo. A ellos se han unido también finlandeses, americanos, lituanos y letones con el objetivo de adecentar viviendas de familias humildes. Joe Flanagan relata algunos recuerdos de esos días.

En el patio de la carcel de Tikhvin, después del partido de fútbol.

-¿Que te vas dos semanas dónde?

-A Rusia.

-¿Y dices que vas con 12 estudiantes para adecentar viviendas de San Petersburgo?

-Sí. Y ninguno de nosotros habla ni una palabra de ruso.

-Debéis estar completamente locos.

Esta era la reacción que causamos en nuestros amigos cuando, a comienzos de año, proyectamos para julio un viaje de dos semanas a San Petersburgo, donde participamos en una iniciativa solidaria impulsada por el centro ‘Dom Miloserdia’, una organización caritativa perteneciente a la Iglesia Ortodoxa Rusa.

Un profesor amigo mío y yo nos pusimos en contacto con un proyecto internacional organizado por el European Training Centre de Helsinki junto con un centro universitario del Opus Dei de la capital finlandesa.

En muchas ocasiones, nuestro proyecto parecía alocado y pretencioso. Pero quizá fue ese espíritu de aventura y de insensatez lo que atrajo a una docena de irlandeses de entre 16 y 18 años. El objetivo era adecentar cinco viviendas de familias humildes en el centro de la ciudad. Alguno de nosotros había pintado y empapelado paredes alguna vez, pero, aparte de eso, nuestras habilidades eran practicamente nulas.

John Cahalin, un dublinés de Knocklyon de 17 años, estudiante en Rockbrook Park School, nos sacó de varios aprietos gracias a que había trabajado durante algún tiempo como pintor y decorador. Los demás suplimos la carencia de conocimientos técnicos con entusiasmo, afán -incluso en los trabajos más pesados- y una gran ilusión por ver finalizado nuestro trabajo.

San Petersburgo está situada sobre 44 islas del delta del río Neva, y es famosa por sus puentes, sus museos y sus Noches Blancas, una época del año en la que el sol apenas se pone y nunca anochece.

Partimos de Dublin el 25 de junio y, tras dos días en Helsinki, cubrimos en tren la distancia hasta San Petersburgo. A todos nos impresionó el contraste entre la opulenta y sofisticada capital finlandesa y la desordenada y caótica ciudad de Pedro el Grande. Con todo, nos atrajo la magnífica ciudad rusa que realmente merece ser llamada “la Venecia del Norte”, con el poderoso río Neva fluyendo por su centro.

El desvencijado tranvía y los humeantes Ladas traquetearon ágilmente sobre las calles repletas de baches. Esta primera impresión nos ayudó a darnos cuenta de que este país aún soporta las consecuencias de un sistema fallido y de que han de pasar muchos años antes de que el panorama mejore. Nos sorprendieron las agudas diferencias sociales de esta ciudad que, con 5 millones de habitantes, acoge a la mayoría en edificios claramente descuidados y ruinosos.

Nada de eso, sin embargo, impidió la grata bienvenida que nos brindaron nuestros anfitriones rusos en el centro caritativo ortodoxo de la isla Vassilevsky. Allí nos encontramos con el grupo de estudiantes letones, lituanos y americanos con quienes conviviríamos en el campo de trabajo. En total, éramos 24.

Si alguien piensa que nuestra empresa era algo alocada -atravesar Europa como Napoleón para realizar reparaciones en cinco pisos de una ciudad de 5 millones de habitantes-, quizá debería haber venido con nosotros cuando fuimos a la ferretería por primera vez. Gracias a Alexander, nuestro traductor, pudimos comprar todos los enseres de pintura y reparaciones. Para calcular el presupuesto, teníamos que convertir el precio de la compra de rublos a dólares, de dólares a libras irlandesas y de nuevo a rublos. ¡Fue un jaleo! Lo conseguimos, aunque nos llevó el doble de tiempo que a cualquier otro cliente.

Aportando esperanza a familias rusas

Así pues, armados al fin con rascadores, brochas y mezcladores de pintura, nos dividimos en grupos. Los irlandeses formamos dos equipos de trabajo, encabezados por John y por mí. Entre todos acicalamos tres apartamentos de familias humildes pero muy, muy agradecidas.

Realizaron reparaciones en las casas de cinco familias.

Un ruso de 16 años, Dimitri, se unió a nuestro grupo cuando arreglamos su vivienda y, realmente, demostró tener habilidad para la tarea. Al final, vimos que habíamos destapado en Dimitri un “talento oculto”, lo que resultó para él y para su familia una buena esperanza de futuro.

Algo similar ocurrió en la vivienda de Nicholai, a la que acudió John con su equipo. El mal estado de salud de Nicholai, a causa de un infarto, le obligaba a permanecer en cama desde hacía 7 años. Vivía con su mujer y sus hijos en un apartamento que presentaba un aspecto ruinoso. Aquí también los voluntarios tuvieron la suerte de contar con la ayuda de Kolia, un estudiante peterburgués que trabajó con verdadero afán y simpatizó enseguida con los irlandeses.

El primer día, a John le desanimó la gran cantidad de trabajo, pero en pocos días su equipo logró arreglar el estado del piso y, además, se ganó la amistad de Nicholai y toda su familia.

Para ser sinceros, los cambios importantes que realizamos en Rusia no ocurrieron en las paredes o techos de las viejas viviendas soviéticas. La ayuda más valiosa consistió en aportar esperanza a unas familias rusas que habían sufrido mucho y que, quizá, nunca lleguen a entender la caridad cristiana que les llegó desde un grupo de alocados irlandeses.

En el centro Ruso-Ortodoxo

Los chicos irlandeses sí que fueron conscientes de la oportunidad que habían tenido de pensar en los demás -sin recibir nada a cambio- y de apreciar su nivel de vida en Irlanda en comparación con el de sus colegas rusos. Nos impresionaron las noches blancas y la hermosa arquitectura local, pero aún más las reacciones que encontramos en los rusos que nos agradecían nuestro apoyo. Eoin, un irlandés de 17 años, dijo cuando volvíamos a casa: “Repetiría aunque sólo fuera por ver el gesto de agradecimiento que se dibujó en la cara de Nicholai cuando terminamos de pintar su casa”.

En la recepción que se celebró en nuestro honor en el centro caritativo Ruso-Ortodoxo, el director del centro dijo que esa iniciativa había sido un rico signo de que las dos Iglesias, la católica y la ortodoxa, pueden trabajar unidas por la Caridad pese a tantos siglos de desunión.

Además del trabajo diario, organizamos conciertos musicales y partidos de fútbol en las cárceles de Kolpino y Tikhvin. La selección que alineó Ger no era mala, pero en ninguno de los dos casos pudimos salvar nuestro honor en los terrenos de juego.

En resumen, el campo de trabajo en San Petersburgo ha sido una experiencia única que este grupo de irlandeses ha sabido apreciar. Estarán agradecidos durante mucho tiempo, tanto que ya están pensando en el viaje del año que viene.

Joe Flanagan, Dublin