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Se nos ofrece en estas páginas una recopilación de las homilías que Benedicto XVI pronunció en la Vigilia Pascual durante sus años de pontificado; siete, en total, de 2006 a 2012, tomadas de la web del Vaticano (www.vatican.va). El único añadido se refiere al título que acompaña cada homilía, y que de algún modo intenta dar una idea sobre su contenido; de algún modo, porque una temática tan rica no es posible resumir en una breve enunciado, casi periodístico.
Siete. Pocas son…, podríamos pensar al acercarnos a este libro; seguramente, al acabar, diremos…, pero enjundiosas, llenas de sabiduría teológica y de pericia catequética. Leyéndolas fácilmente se saca la conclusión de que el papa en estos escritos, si se me permite expresarlo así, ha echado el resto, ha apostado todo, sabiendo lo que el cristiano —y el cristianismo, como verdadero encuentro y comunión de vida con el Resucitado— se juega en este artículo del Credo, fundamento de nuestra fe en Jesucristo y culmen de la Historia de la salvación.
Con la Resurrección del Señor Jesús al tercer día, cobran sentido todas las Escrituras, como él mismo explicó a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13−35); conquista su significado pleno el acontecimiento de la cruz; toma vuelos la teología del domingo: «El domingo, primer día de la semana, se apoya de inmediato en otra fórmula cronológica del nuevo testamento que fue acogida en el credo de la Iglesia: “Resucitó al tercer día según las Escrituras” (1 Co 15,4). La tradición primitiva tomó nota del tercer día y guardó así la memoria del sepulcro vacío y de las apariciones del Resucitado. Recuerda al mismo tiempo —y por eso añade “según las Escrituras”— que el tercer día era el día anunciado por las Escrituras, es decir, por el antiguo testamento, para este suceso básico de la historia universal o, más exactamente, no de la historia universal sino de la salida de ella, salida de la historia de muerte y de lo mortal, y comienzo y nacimiento de una vida nueva» (J. Ratzinger, Un canto nuevo para el Señor, 76−77).
Con estas premisas, no es ligero el camino para sintetizar en pocas frases el contenido de estas homilías, ni tampoco lo voy a pretender. Sólo quiero subrayar dos aspectos que me parecen de especial relieve. El primero es que estos siete textos son joyas vibrantes de la homilética que se engastan en torno a la Noche santa, madre de todas las auroras, donde la oscuridad da paso al resplandor, la esclavitud a la liberación, la tristeza al gozo, el pecado a la gloria, la muerte a la vida, el silencio al aleluya.
El segundo es que, mientras que el Catecismo de la Iglesia católica aborda la verdad de la Resurrección de Jesús desde una perspectiva más bien doctrinal (Artículo 5, Párrafo 2: “Al tercer día resucitó de entre los muertos”, nn. 638−655, dentro del Capítulo segundo, “Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios”), Benedicto XVI afronta la cuestión desde un punto de vista existencial−catequético, por un lado, pegado a la vida de los creyentes y, por otro, acudiendo a las fuentes de nuestra tradición: el bautismo como vida nueva en Cristo, la explicación de los símbolos que se emplean en la Vigilia pascual, y también preguntas, por ejemplo, “¿qué significa resucitar?”.”
Por eso, pienso que el título que hemos dado al libro, La Luz de la resurrección. Homilías en la Vigilia Pascual, se ajusta y engloba bien los distintos temas tratados por el papa. Porque Jesucristo mismo es la Luz que alumbra a todos los hombres; y, de modo análogo, cada cristiano está llamado a ser luz para los demás, pues, como dice un conocido escritor medieval, «no existe el cuerpo separado de la cabeza, ni la cabeza separada del cuerpo; ni existe el Cristo total, cuerpo y cabeza, separado de Dios» (Beato Isaac de Stella, Lectura patrística de la Liturgia de las Horas, Viernes V de Pascua, tr. de Félix M. Arocena). O, con la fuerza de la poesía de un autor contemporáneo: «Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. —El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchas no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna» (san Josemaría Escrivá, Forja n. 1).
José Manuel Martín Q.