La amistad que nació en un semáforo

Coincidían cada mañana en el semáforo. Mientras Nuria iba a trabajar, Joaquín pedía dinero. Con el trato fueron forjando una amistad que les cambió a ambos: él consiguió trabajo y recuperar la fe y ella descubrió que detrás de las personas que piden limosna en la calle, muchas veces hay un gran corazón, herido por las penalidades de la vida.

Joaquín y Cecilia, su pareja, días antes de que él muriera en un hospital de cuidados paliativos.
Joaquín y Cecilia, su pareja, días antes de que él muriera en un hospital de cuidados paliativos.

Entre el bullicio del tráfico y las luces de un semáforo de Madrid se tejió una historia de amistad poco común, pero profundamente humana. Joaquín, un hombre que pedía limosna en una esquina, y Nuria, una mujer que lo veía desde la ventanilla de su coche yendo a trabajar, forjaron un lazo de amistad que no sólo les cambió a ellos, sino también a sus respectivas familias.

Los primeros encuentros: de la desconfianza a la cercanía

Nuria recuerda con claridad los primeros momentos en los que veía a Joaquín cada día en el semáforo de camino a su trabajo. “Yo llegaba ahí con el semáforo en rojo. Todos los días deseaba que no estuviera ese señor pidiendo, porque siempre me hablaba y quería que le diera dinero”, comenta. Al principio, evitaba el contacto visual y fingía estar ocupada, incómoda ante la presencia de este hombre alto y delgado, cuya falta de dientes y aspecto desaliñado le generaban rechazo, como reconoce.

Sin embargo, un día la ventanilla del coche de Nuria estaba bajada y Joaquín la saludó. Ella le devolvió el saludo, y así comenzó una conversación breve, casi casual, pero que sería el inicio de algo más grande. “Empezamos a hablar, fue de una forma muy natural”, recuerda, y poco a poco empezaron simplemente a saludarse a diario, y con el paso del tiempo a mantener conversaciones un poco más largas.

En los pocos segundos o minutos que Nuria permanecía parada con su coche en el semáforo empezó a conocer más sobre la vida de Joaquín. Detrás de su apariencia había un hombre que había sufrido mucho. Joaquín había sido jardinero y, en algún momento, tuvo su propia empresa de jardinería en Valencia. Una serie de tragedias personales lo habían llevado a una espiral descendente: perdió a su hija en un accidente, lo que sumió tanto a él como a su esposa en una depresión que terminó por destruir su matrimonio. A esto se sumaron problemas económicos cuando su empresa quebró, al no recibir pagos por contratos municipales.

Joaquín se trasladó de vuelta a Madrid y, sin trabajo ni recursos, comenzó a pedir en la calle ya que era la única salida que le quedaba para sobrevivir. Para muchas personas, era solo “el hombre del semáforo”, pero para Nuria, esa visión evolucionó a raíz de intercambiar unas palabras durante pocos segundos cada día. “Era un personaje muy divertido”, comenta ella. “Me traía semillas para el jardín, me daba caramelos, lo que tuviera… era generoso, siempre quería compartir lo poco que tenía conmigo cuando nos veíamos. Y yo empecé a darle un poco de dinero con el tiempo”, cuenta Nuria.

Un giro inesperado: ofrecer más que limosna

A los pocos meses, Nuria decidió que no podía seguir simplemente dando dinero a Joaquín. Sabía que su generosidad, aunque bien intencionada, no era suficiente para cambiar la situación de su nuevo amigo. Entonces, se le ocurrió ofrecerle un trabajo en su casa, algo que no solo le proporcionaría ingresos, sino también, una actividad con la que mantenerse ocupado y dignificarse.

“Mi marido dijo: ‘Bueno, tenemos un pequeño jardín en casa, y Joaquín ha sido jardinero. Que venga a trabajar’”, cuenta Nuria. Fue un paso significativo en la relación entre ambos. Joaquín empezó a visitar la casa de Nuria para trabajar en el jardín, y poco a poco se fue integrando en la vida familiar. “Yo no era consciente, pero él se convirtió en uno más”, dice Nuria. “Mis hijos jugaban con él, les enseñaba cosas sobre las plantas, y fue como si se convirtiera en parte de nuestra familia, le querían muchísimo”.

Un vínculo más allá del trabajo

La amistad entre Joaquín y Nuria no se limitó al jardín. Pronto, Joaquín se convirtió en una presencia habitual en su vida. Aunque su salud se deterioraba, principalmente por problemas respiratorios agravados por los años en la calle expuesto al humo de los coches, y al consumo de sustancias, nunca dejó de preocuparse por su familia ni por las personas que lo rodeaban.

“Siempre estaba muy pendiente de los demás, con un corazón enorme y muy generoso a pesar de lo poco que tenía”, recuerda Nuria. “Siempre que alguno de nosotros estaba enfermo, él preguntaba cómo nos encontrábamos y nos escribía para saber si estábamos bien”. Joaquín no solo fue un trabajador leal, sino que se ganó el cariño y el respeto de toda la familia. “Mi hija le adoraba, era como su abuelo”, añade Nuria con una sonrisa.

La lucha por sobrevivir: la familia de Joaquín

Joaquín no estaba solo en su lucha diaria. Vivía con Cecilia, su pareja, y los hijos de ella, a quienes él consideraba suyos. La situación de la familia era difícil, ya que Joaquín era el único sustento, que lograba pidiendo en la calle. “Cecilia tenía una discapacidad, y Joaquín hacía lo que podía para sacar adelante a los niños”, explica Nuria. “Aunque no eran sus hijos biológicos, él los quería como si lo fueran”.

Nuria, junto a otros amigos y conocidos, no solo apoyaba a Joaquín, sino también a su familia. Conseguían ropa, alimentos y, lo más importante, escolarizar a los niños. “Nos movilizamos mucho para que no les faltara nada, sobre todo estudios para que pudieran salir adelante y ganarse la vida”, dice Nuria. “Yo organizaba campañas, pedía a amigos y conocidos, y la gente siempre respondía con generosidad”.

El final de una vida difícil, pero llena de amor

En 2019, la salud de Joaquín empeoró drásticamente. Los médicos le dijeron que no podía seguir en la calle, ya que sus pulmones no lo soportarían más. A pesar de las advertencias, Joaquín seguía escapándose para pedir, ya que, según decía, “si no, no comemos”. Pero el esfuerzo fue demasiado, y finalmente, Joaquín quedó postrado en cama, conectado a una máquina de oxígeno e ingresado en el hospital.

En esta situación, Nuria pensó que sería bueno que Joaquín y Cecilia se acercaran a Dios, así que les mandaba alguna oración para que rezaran juntos, e incluso les propuso hacer una novena para pedir por su salud, a lo que ellos se sumaron con mucha ilusión. También propuso a Joaquín que hablara con un sacerdote para prepararse ante el momento de la muerte y recibir los últimos sacramentos si él lo deseaba. 

A raíz de esto, se forjó una amistad entre el capellán del hospital de cuidados paliativos y Joaquín. “Le iba a ver casi todos los días y charlaban un ratito. Eso le ayudó mucho a sobrellevar sus últimos días y a irse en paz". Joaquín habló con él, recibió la unción de enfermos y se confesó antes de fallecer.

Nuria estuvo con él hasta el final. “Fue una muerte muy dura”, recuerda con tristeza. “Él se levantaba en la cama, intentaba agarrarse a todo, y me decía: ‘Nuria, no puedo más, me estoy muriendo’, y yo mientras tanto rezaba el rosario en voz alta con Cecilia”. La madrugada del 6 de junio de 2019, Joaquín falleció.

El legado de Joaquín

La muerte de Joaquín dejó un gran vacío en la vida de Nuria, pero su recuerdo sigue vivo en su familia y en aquellos que lo conocieron. “Nos enseñó a no juzgar”, dice Nuria. “Yo, que al principio tenía tantos escrúpulos, aprendí a ver a la gente de otra manera, a no juzgar por las apariencias”. Sus hijos, que crecieron viendo la relación entre Joaquín y su familia, también aprendieron valiosas lecciones. “Ahora, cuando ven a alguien pidiendo en la calle, saben que hay una historia detrás, porque lo han vivido”.

Joaquín no solo fue un amigo, sino también una lección de vida para Nuria y todos los que lo rodeaban. “Siempre decía que daría su vida por nosotros”, recuerda Nuria, emocionada. “Y aunque no lo decía en serio, de alguna manera, así fue”.

La historia de Nuria y Joaquín es un testimonio del poder de la amistad, la generosidad y el amor incondicional que puede nacer en los lugares más inesperados, incluso en un simple cruce de semáforos.