Tres patas que sostienen la vida
Javi no empieza sus historias hablando de lo que hace, sino de lo que sostiene su manera de vivir.
“Siempre digo que tengo tres patas que sustentan mi vida: sentirme afortunado por todo lo que se me ha regalado, sentirme amado por mi familia, mis amigos y por Dios, y confiar en que todo se puede mejorar por la acción concreta de las personas”.
Esa mirada agradecida le llevó a hacerse una pregunta clave: ¿cómo puedo mejorar el entorno que me rodea? La primera respuesta fue evidente: empezar por sí mismo. “Me miré dentro y vi un montón de defectos y carencias. Y pensé: voy a trabajar en ello”.
- Retos que cambian desde dentro
Lo que comenzó como un ejercicio personal se convirtió en una forma de vida. A los 16 años, se propuso un reto muy sencillo:
“Estar un año sin tomar chocolate para entrenar la constancia”.
El reto duró un año y medio, y fue el inicio de una lista de desafíos que le han entrenado en libertad:
1. No comprar ropa durante más de cuatro años. “Un poco para luchar contra el consumismo. Nos venden que la felicidad está en una tienda, pero en realidad la encuentras dentro de ti y en los demás”.
2. Leer 50 libros en un año. “Lo conseguí en nueve meses y medio. Empecé con economía, filosofía, teología… y me abrió un mundo nuevo”.
3. Entrenar la creatividad con cosas tan simples como aprender a escribir con la izquierda o hacer malabares. “Viviendo así, sin darle tanta importancia a lo material, estoy más receptivo a todo lo que se me regala: el tiempo, una flor en el camino, la naturaleza, las personas…”.
Un hogar que transforma
Ese camino interior pronto se tradujo en un compromiso hacia los demás. A los 19 años, Javi comenzó a colaborar en la Fundación Lázaro, una iniciativa que reúne en pisos compartidos a jóvenes y personas sin hogar.
“Allí conocí personas maravillosas e historias increíbles. Me di cuenta de que muchísima gente no solo necesita un sitio donde dormir, sino un hogar, un lugar donde sentirse escuchado y valorado, donde puedan poner sus dones al servicio de los demás”.
Lo que comenzó como un voluntariado se convirtió en una forma de mirar el mundo: nadie debería quedarse fuera, nadie debería vivir como invisible.
“Amen sin tilde”
De ahí nació un lema que se ha convertido en su bandera: “Amen sin tilde”.
“El amén con tilde muchas veces suena a normas, mandamientos, reglas… Pero todos, creyentes o no, buscamos un sentido a la vida. ¿Dónde se encuentra? En el amor. Cuando le quitas la tilde, amén se convierte en amen, del verbo amar. Y ahí está la clave: entregar la vida por los que te rodean”.
Lo dice sin rodeos, con la contundencia de alguien que se lo toma en serio:
“¿Cómo voy a dejar que mis hermanos vivan en la calle? Ni de broma.
Si de verdad me creo que son mis hermanos, pondría todo lo que está en mi mano para que no duerman en la puerta de un supermercado. Pues ahí estamos trabajando”.
Vivir para amar
La historia de Javi no es la de alguien perfecto ni la de un héroe inalcanzable. Es la de un joven que descubrió que la felicidad no se compra ni se aparenta. Se entrena en lo cotidiano, en las decisiones concretas, en la manera de mirar a los demás.
Y tú, ¿cuál es tu reto hoy para transformar el mundo que te rodea?




