Una de las obras de misericordia espirituales: Dar buen consejo al que lo necesita. O, como decían, con su viejo y sabroso estilo, los antiguos catecismos: Dar buen consejo al que lo ha menester.
Todos, en múltiples circunstancias o en diversos momentos de nuestro vivir, necesitamos de consejo, y también todos podemos y debemos cumplir con esta obra de misericordia para con quienes Dios nos ha puesto al lado en nuestro camino.
Ya se sabe que no es tarea fácil, porque no siempre damos el consejo de la manera adecuada o en el momento oportuno, o porque no todo el que lo necesita suele recibirlo positivamente. Si la forma de dar consejo adopta la forma del regaño, la cantaleta o el sermón, más bien provoca el rechazo en quien lo recibe. Y es muy probable que lo mismo suceda si se da desde una altura magistral, mirando hacia abajo al destinatario. Mi experiencia me dice que el consejo eficaz ha de estar cargado de cariño y ofrecerse de una manera sencilla y amable.
Amo entrañablemente a mis nietos y me siento obligado a ayudarles para que sean unas excelentes personas y verdaderos hijos de Dios.
A través de los años, como le ha sucedido a otros, se me han presentado múltiples circunstancias de aconsejar a diversas personas, máxime siendo padre de familia y, por tanto, con el deber de educar a mis hijos. Pero ellos crecieron y, aunque no por eso me encuentre eximido de acompañarles en sus vidas, las ocasiones son menos frecuentes. Pero con los años, vinieron los nietos: una pléyade de niñas y niños encantadores, a quienes amo entrañablemente y con quienes me siento obligado a ayudar para que sean unas excelentes personas y verdaderos hijos de Dios.
Mi esposa y yo tenemos debilidad por nuestros nietos, y estamos orgullosos de que se note. Ellos, además, son tan buenos que procuran corresponder.
Cada sábado a mediodía concentramos a toda la familia en nuestra casa. Con absoluta libertad asisten los que lo desean y se lo permiten sus compromisos. Hasta el presente, gracias a Dios, todos se han sentido cómodos con esta reunión y la reclaman cuando, por algún motivo, mi señora y yo estamos fuera de la ciudad. En estos almuerzos, llenos de confianza, como es lógico, se suelen presentar controversias divertidas sobre diversos asuntos: fútbol, política, diversiones, lecturas, temas religiosos, etc. Es una magnífica oportunidad para conocernos mejor, para saber cómo pensamos y para dar ideas que remuevan, a pesar de que no todo se comparta de entrada. A veces surgen propuestas de los nietos sobre cómo llevar a cabo actividades para tratarnos con más frecuencia y para formarnos. ¡Quién me iba a decir que las palabras de sus abuelos contarían de veras en sus vidas!
Cada sábado a mediodía concentramos a toda la familia en nuestra casa. Con absoluta libertad asisten los que lo desean y se lo permiten sus compromisos.
Cuando se quiere a una persona, todo sabe a poco, así que resolví aprovechar diversas circunstancias para darles además algunos consejos por escrito.
La primera oportunidad se presentó con el nieto mayor, que vivía en el extranjero e iba a hacer la primera Comunión. Le envié un correo electrónico felicitándole y haciéndole algunas reflexiones adecuadas a su edad sobre la divina Eucaristía, sobre la grandeza de ese momento que iba a vivir, sobre su conversación con Jesús en esa ocasión, sobre las posibles peticiones que podría dirigirle, sobre su promesa de mantenerse junto a él y frecuentarlo en la Comunión, sobre la necesidad de arrepentirse y confesarse cuando en alguna ocasión se apartara de Él; finalmente le decía, dado que es una persona muy afectuosa y así ha sido siempre hasta el día de hoy, cuando es un universitario de veintidós años, que mi esposa y yo rezábamos a Dios para que le hiciera cada día un hombre mejor, un cristiano muy fiel, para que algún día, cuando hubieren pasado muchos años y ya ni él ni nosotros estuviéremos en este mundo, pudiéramos estar muy juntos y muy felices en el cielo, queriéndonos muchísimo.
Luego continué la costumbre con la primera Comunión de los demás nietos. También empecé a enviarles mensajes similares con motivo del sacramento de la Confirmación. Uno de ellos me llamó por teléfono para manifestarme su deseo de que fuera su padrino; le respondí enseguida con un correo, asegurando que me sentiría honrado y añadí algunas ideas sobre la trascendencia del sacramento. La iniciativa de este nieto sirvió para que otros hicieran lo mismo. Hoy soy padrino de Confirmación de varios.
Aprovecho los cumpleaños para escribir a los que tienen correo electrónico. Les hablo hablarles de aquella virtud en la que veo que destacan.
Igualmente me pareció oportuno aprovechar los cumpleaños para escribir a los que, por su edad, ya tienen correo electrónico. En estos mensajes aprovecho para hablarles de aquella virtud en la que veo que destacan y para animarles a cultivar la virtud contraria al defecto que creo que tienen, sin decirles que lo tienen. También les escribo cuando obtienen alguna distinción en el estudio o en la práctica de algún deporte. Las circunstancias que se suelen presentar como oportunidad para escribirles son de lo más variadas.
A pesar de que internet suele plantear a los padres de familia algunas dificultades con sus hijos menores –hay que estar alerta y no ser ingenuos–, en casos como el presente, constituye una poderosa herramienta para estrechar aún más los lazos familiares, y también es un medio maravilloso para mantener la relación con los amigos.
Continuando con el tema de la correspondencia, recuerdo la ocasión en la que se quedaron a dormir en nuestra casa tres de las nietas menores de diez años. Conversando con ellas, una me preguntó qué quería decir ser santo. En ese momento procuré darles a las tres una explicación a su alcance, pero luego les escribí un par de párrafos sobre el tema, lo más claro posible, animándoles a que desearan y trabajaran por ser santas. Los imprimí y se los entregué recomendándoles que los guardaran y los leyeran con alguna frecuencia. Cuando escribo a los nietos más pequeños que no tienen correo electrónico, les recomiendo que guarden mi carta y la vuelvan a leer de vez en cuando.
Ellos también me escriben con motivo de mi cumpleaños, de la fiesta del padre, de nuestro aniversario de bodas, etc. Los que tienen correo electrónico me responden a los mensajes que les envío. Uno de ellos me manifestó que recordaba muy bien una referencia a algo que le había escrito tiempo atrás, porque tenía archivadas todas las cartas que le había enviado.
Triunfos y fracasos, risas y lágrimas, virtudes y defectos como en cualquier familia... Mi mujer y yo empezamos esta historia hace 52 años.
Cuando en uno de los párrafos iniciales dije que mis nietos y nietas eran una pléyade, no estaba exagerando; son muchos: en la actualidad treinta y tres. Para escribir con regularidad y no descuidar a nadie, es necesario llevar la correspondencia con orden. Por eso, en mi computador tengo una carpeta especial para ello. Para cada nieto tengo una subcarpeta donde archivo las cartas que le envío y sus respuestas. También anoto las fechas en las que he escrito a cada uno.
Alcanzamos un número de cincuenta miembros entre mi mujer y yo, nuestros ocho hijos, las nueras, los yernos y los nietos. Somos una familia numerosa, pero no extraordinaria; un grupo común y corriente, con acontecimientos positivos y negativos, con triunfos y fracasos, risas y lágrimas, virtudes y defectos como en cualquier familia. Mi mujer y yo empezamos esta historia hace 52 años. Damos gracias al Señor por todo lo que nos ha dado y seguimos adelante con optimismo, hasta el día que Dios permita que estemos en este mundo.