Jesús se quedó en la Eucaristía por amor..., por ti.
–Se quedó, sabiendo cómo le recibirían los hombres..., y cómo lo recibes tú.
–Se quedó, para que le comas, para que le visites y le cuentes tus cosas y, tratándolo en la oración junto al Sagrario y en la recepción del Sacramento, te enamores más cada día, y hagas que otras almas –¡muchas!– sigan igual camino. (Forja, 887)
Cuando recibas al Señor en la Eucaristía, agradécele con todas las veras de tu alma esa bondad de estar contigo.
–¿No te has detenido a considerar que pasaron siglos y siglos, para que viniera el Mesías? Los patriarcas y los profetas pidiendo, con todo el pueblo de Israel: ¡que la tierra tiene sed, Señor, que vengas!
–Ojalá sea así tu espera de amor. (Forja, 991)
Agiganta tu fe en la Sagrada Eucaristía. –¡Pásmate ante esa realidad inefable!: tenemos a Dios con nosotros, podemos recibirle cada día y, si queremos, hablamos íntimamente con Él, como se habla con el amigo, como se habla con el hermano, como se habla con el padre, como se habla con el Amor. (Forja, 268)