Cristina Ana María Velarde Gil. En Religión, Madre María de Jesús Velarde, fundadora del Instituto Religioso “Hijas de Santa María del Corazón de Jesús”.
A modo de Presentación
Mi nombre civil es Cristina Ana María Velarde Gil. En religión, Madre María de Jesús Velarde. Nací en Santander el 9 de abril de 1925. En 1951, finalizada la Licenciatura en Historia General por la Universidad de Barcelona, ingresé en el Noviciado que las "Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón", Congregación originaria de Issoudun, Francia, habían fundado en esa provincia catalana hacía poco más de un año.
Después de mi Profesión se me encomendó la dirección de un Colegio, que nació pequeño, el 18 de octubre de 1954. En 1955, se me confió también, la responsabilidad de la Comunidad. Viví allí durante 27 años como Directora del Colegio, que alcanzó una cifra superior a 1300 alumnos. Desde 1966, fui también Superiora Viceprovincial y, a partir de 1972, Superiora Provincial, hasta 1981, fecha en la que fui destinada a Roma como Consejera General del Instituto.
En 1958, participé, en Issoudun, en el IX Capítulo General, con Madre Mª del Carmen Altimiras. Maestra barcelonesa que había traído la Congregación a España. Había hecho su Noviciado en Francia y había desempeñado diversos apostolados en ese país, de 1937 a 1949. Conocía a Religiosas, Superioras Locales y Generales que la habían edificado con su vida. Así nos lo había transmitido, con entusiasmo y convencimiento, a las que habíamos ido ingresando en el Noviciado español. Las Capitulares de algunas Provincias propusieron inesperadas y peligrosas innovaciones que nos impresionaron tristemente a las dos capitulares españolas. Con el permiso del Visitador de Religiosas de Barcelona y con el conocimiento del Sr. Arzobispo, acompañé a Madre Altimiras a Roma para exponer lo que habíamos vivido en el Capítulo, en la Sagrada Congregación para los Religiosos, al que más tarde fue el Cardenal Larraona. Nos atendió con mucha comprensión y propició que la pequeña Delegación de España fuera erigida Viceprovincia del Instituto. Madre Mª del Carmen fue la primera Superiora Viceprovincial, de 1960 a 1966.
Luego, ante las orientaciones del Concilio Vaticano II de realizar un retorno constante a la primigenia inspiración de los Institutos y, al mismo tiempo, una adaptación de éstos a las cambiadas condiciones de los tiempos, nuestra Congregación realizó, entre los años 60 y 70, un indudable esfuerzo para
llevar a cabo, simultáneamente, estas orientaciones. Pero estaba extendida por muchos países de Europa, Oceanía, América y África. La influencia de los grupos de presión, inicialmente de Holanda y Francia y, más tarde, de otros países como Estados Unidos, Australia y Brasil, con sus alarmantes opiniones sobre nuevas formas de vida religiosa, en todos sus aspectos (Oración, Votos, Comunidad, Apostolado, Obras estables) repercutió a fondo en la Congregación. Las Hermanas de unas Provincias a otras eran difícilmente identificadas entre sí como miembros de la misma Congregación; incluso las de una misma Comunidad. En casi todas había un común denominador: la desorientación y la pérdida paulatina de los valores más esenciales y específicos de la Vida Consagrada. En contraste, la Provincia española, erigida como tal en 1972, lo había tenido mucho más fácil para poder mantener esos valores. Estaba integrada por Hermanas muy jóvenes, deseosas de corresponder con fuerza y vigor a la vida interior propia de nuestro carisma con una observancia entusiasta y fiel. De 1972 a 1981 tuve la responsabilidad de desempeñar el cargo de Superiora Provincial. En septiembre de 1981 fui elegida, en el Capítulo General de la Congregación, en Roma, Primera Consejera General.
En enero de ese mismo año, había acudido a un Jesuita ejemplar, Padre Jesús Solano, al que le expuse la situación por la que atravesaba la Congregación a la que nos sentíamos muy vinculadas, por razones de historia, de carisma común y de afecto mutuo. El Padre se hizo cargo de la delicada situación y se manifestó decidido a apoyarnos. Meses más tarde, mi elección como Consejera General le pareció providencial para que yo pudiera tener un conocimiento más amplio y fidedigno de circunstancias en las que vivían las otras Provincias de la Congregación. Pero el 6 de marzo de 1982, el Padre Jesús Solano falleció repentinamente. Perder tan buen consejero me ocasionó preocupación y desconcierto.
Mi Confesor habitual en la Basílica de San Pedro, al exponerle algunos problemas de conciencia que mi cargo suscitaba, me aconsejó que acudiera a la Congregación para los Institutos de Vida Religiosa y diera cuenta de ciertos hechos que a él le había comunicado. La medida me pareció dura y no lo hice por el respeto y el amor que la Congregación me inspiraba. El Confesor me insistió y crecía en mí la seguridad de que un serio peligro acechaba a la Provincia española, a pesar de su evidente unidad, a causa de las conclusiones emanadas de las Asambleas Generales, de los Capítulos Generales y de la lógica relación con las Hermanas de otras Provincias. Mas, con dolorosa incertidumbre, dejé que el tiempo transcurriera, a la espera de algún acontecimiento ordinario, a través del cual el Espíritu Santo me iluminara con una luz nueva.
Cómo conocí a D. Álvaro del Portillo
Ésa era mi situación cuando D. Pedro García, miembro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que varias veces, nos había predicado Ejercicios Espirituales en Barcelona, con el que me había confesado en ocasiones, y que conocía nuestras singulares circunstancias, me instó, en 1984, a que me presentara a D. Álvaro del Portillo, en Bruno Buozzi. Lo propuesto me pareció demasiado para mí. Consideraba a D. Álvaro una persona muy importante y ocupada.
Poco después, Mons. Demetrio Molloy, irlandés, Obispo de Huancavelica, Perú, que nos conocía en tres comunidades de España y me había visitado en la Casa General de Roma, al constatar la diferencia en la forma y el estilo de vida, me sugirió lo mismo. Ante la coincidencia de ambas propuestas, me decidí a hacerlo sin dilación. Tras varios intentos lo conseguí, gracias a la intervención de Mons. Carlos Morales que me recibió breves momentos, antes de la Semana Santa de 1985. Le comenté sólo que el tema no era personal, y él intuyó que algo importante me movía a visitar a D. Álvaro.
Monseñor Morales consiguió la cita para las 11 h. del 18 de junio de 1985. Llegué a Bruno Buozzi presintiendo que aquel encuentro podía ser decisivo. Por ello, aguardaba a D. Álvaro, en el salón cercano a la portería, rezando, algo sobrecogida y con una gran expectación. Cuando se abrió la puerta y avanzó afable, sonriente y acogedor, sentí que me invadía una gran paz, la que él transmitía. Su porte digno, y a la vez humilde, infundía respeto y una gran confianza. Tras el saludo y una previa presentación, comencé a hablar tímidamente, por lo delicado y penoso del tema, pero con una elocuencia y fluidez que me asombraban. Sin duda, la actitud de escucha del Padre, su interés y las puntuales y oportunas interrupciones que me hizo, para preguntar o comentar algo, me servían de aliciente en mi exposición. Me sentí comprendida, y totalmente aliviada. Desde los primeros momentos, la empatía y la sintonía con D. Álvaro fueron completas. Con suma caridad, él mostró compasión, tanto hacia el estado en que, según mi versión, se encontraba la Congregación, como a mi situación personal, y al peligro que corría la integridad de la Provincia española que, en octubre de aquel mismo año, fundaría por primera vez, en América, abriendo un Noviciado en Lima y realizando una acción misionera en el pobre Departamento de Huancavelica, Perú. Manifestó su resuelto deseo de ayudarnos y concertó una siguiente entrevista para después del verano. Me despedí de él como si le conociera desde hacía muchos años. El encuentro había durado 56 minutos. Salí a la calle, muy agradecida a Dios y convencida de que había conocido a un santo.
Los diferentes medios de comunicación que tuve con D. Álvaro
Las entrevistas fueron 24, durante nueve años. Doce me encontré a solas con él. Otras 12 estuve acompañada por diversas Madres españolas. Las entrevistas más breves duraban no menos de 45 minutos. La mayoría fueron de 55 a 60 minutos. La más larga duró 1h. 40 minutos.
La correspondencia mantenida fue entre el 16 de enero de 1986 y el 5 de octubre de 1992. Guardo diez cartas y tres notas suyas, dirigidas a mí. Además, otras seis cartas que él me entregaba abiertas, para que pudiera sacar las fotocopias, dirigidas a: Cardenal Marcelo González; dos Obispos Numerarios (D. Ignacio Orbegozo y D. Luis Sánchez-Moreno); dos Vicarios Regionales (D, Tomás Gutiérrez y D. Antonio Rodríguez); y el Delegado en Cataluña del Opus Dei, D. Manuel Dacal.
Telefónicamente, acudí a él más de 100 veces. Me indicó, como hora más conveniente, las 20.45. Me impresionaba comprobar con qué amabilidad y espíritu sobrenatural respondía a mis llamadas. Siempre sus palabras me alentaban y fortalecían, porque eran dictadas por su caridad, su fe, y su esperanza, fijas en Dios y en su santa voluntad.
Testigo de su amor a la Iglesia y a la vida consagrada
He sido invitada especialmente a dar testimonio de estas dos realidades en la vida de D. Álvaro, sin duda por lo mucho que personalmente me alcanzó como hija de la Iglesia y religiosa de una Congregación.
Voy a apoyarme en algunos de los propios escritos que conservo de D. Álvaro en los que manifiesta con una sencillez candorosa, fruto de su sinceridad de corazón, cuál era su sentir al respecto.
Desde el momento en que manifesté a D. Álvaro que el Señor me inspiraba que la solución para mantener, en su espíritu y unidad, la fuerza de la Provincia española, estaba en la separación definitiva del resto de la Congregación, con autonomía de gobierno y formación, encontré en él una comprensión e identificación que sólo podían sugerirme que Dios bendecía la intención de las Madres con mayores responsabilidades en la Provincia. Desde ese momento, su prudente actuación y sus consejos fueron mi guía más certera; su oración, mi compañía segura, mi aliciente en la lucha y mi descanso. Así se manifestaba en su correspondencia:
"Llevo encomendándolo desde hace mucho tiempo: ¡Dios lo hará! Esté tranquila, Madre, rezando y haciendo rezar: ¡el Señor es nuestra fortaleza y la Madre de Dios nuestra esperanza!"(Roma, 16 de enero de 1986)
Esta era la tónica de cada una de sus cartas: siempre asegurando su recuerdo y cercanía en la oración, así como su esperanza en que Dios nos concedería lo que necesitábamos para nuestra reafirmación en la vivencia de la vida religiosa. También durante sus ausencias de Roma, cuando su trabajo en la Prelatura le impedía dedicarse a lo nuestro, aseguraba tenernos siempre presentes:
"No me he olvidado en ningún momento de rezar por esas queridísimas religiosas, que quieren ser muy fieles a su santa vocación: precisamente porque no podía hacer nada por ellas, he acudido constantemente a Nuestro Señor y a su Santísima Madre, para que las llevara siempre protegiéndolas en el Corazón Inmaculado, y las metiera en el Sagrado Corazón de su Hijo, nuestro Dios. Sigo encomendando, y estoy totalmente a tu disposición y a la de esas religiosas, a las que tanto quiero en Nuestro Señor'. (Roma, 22 de abril 1986)
"Rezo a diario por ti, y ni un solo día he dejado de encomendar al Señor el servicio a la Iglesia de tu Congregación, para que haya copiosos frutos de santidad y numerosas y fieles vocaciones. En esta oración acudo lleno de fe a la intercesión de nuestro santo Fundador. "(Roma, 10 de diciembre 1988)
La humildad de D. Álvaro era tan palpable, que la expresaba en todo su ser. Su empeño por ayudarnos llegó a ser algo muy importante para él y me hacía pensar que sería beneficioso también para la Iglesia que se goza en el camino de perfección que emprenden sus hijos. El hecho de ser cooperadoras nos hacía importantes a sus ojos y él adquiría particularmente un compromiso cada vez mayor para intentar ayudarnos en todo.
"Como siempre, las noticias de las Comunidades de esa Congregación me llevan a dar gracias a Dios... ¡Cuánto agradezco la ayuda que desde esas Comunidades Cooperadoras se presta a nuestros apostolados, con oraciones y sacrificios! Continúen encomendándonos, para que sirvamos a la Santa Iglesia con abnegación, con humildad y con fidelidad al espíritu que nuestro amado Fundador ha recibido de Dios. "(Roma, 14 mayo 1990)
"Escribo estas líneas para que sepáis que no me olvido de rezar por las queridísimas Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que tan metidas llevo en el corazón. Como sabéis bien, siempre me apoyo en vuestras oraciones, pero ahora querría insistir: rezad todavía más por mí, para que sepa acoger la nueva efusión del Espíritu Santo, que el Señor me ha enviado el pasado día 6 de enero con la plenitud del sacerdocio" (Roma, 6 de marzo 1991)
Su amor a la Iglesia y al Santo Padre era el aire que se respiraba junto a D. Álvaro, pero concretamente su veneración hacia el estado religioso era algo heredado que él se empeñaba en secundar y transmitir con un afecto muy personal. Así lo expresaba:
"Aunque no somos religiosos, nuestro santo Fundador nos ha enseñado a venerar y a amar de modo muy especial el estado religioso. A este gran afecto, que hemos heredado, unimos una ferviente súplica al Señor para que, por la intercesión de la Santísima Virgen, las colme de los mejores dones y continúen haciendo mucho bien al Cuerpo Místico de Cristo. "(Roma, 12 de setiembre 1990, a la Maestra de Novicias)
"En medio del dolor inmenso que nos causa la profunda crisis de tantas Instituciones de la Iglesia, llena de consuelo comprobar que la Provincia de España de esta Congregación tiene un óptimo espíritu sobrenatural y que el Señor la bendice con abundantes vocaciones. Todas las Comunidades de esta Provincia son Cooperadoras del Opus Dei; y yo las quiero de modo especial en Nuestro Señor, como si fueran hijas mías. Te agradeceré mucho que me escribas sobre todo lo que puedas hacer por ellas: ¡que Dios te lo pague!" (Roma, 4 de noviembre 1988 a Mons. Luis Sánchez-Moreno)
Cuando el Señor se llevó inesperadamente a D. Álvaro el 23 de marzo de 1994, inmediatamente comprendí la dimensión de la pérdida y de la ganancia que suponía para mí. Estoy convencida que, como buen Ingeniero de Caminos, él intercedió para que la Providencia trazara el que era más conveniente para nosotras. Se aceleraron las determinaciones y los acontecimientos y en sólo cuatro años, vimos la luz definitiva para nacer como nuevo Instituto religioso de Derecho Pontificio en la Iglesia; el de Hijas de Santa María del Corazón de Jesús, el 08 de septiembre de 1998.
EL RECUERDO DE DON ÁLVARO
He tenido oportunidad de conversar con muchas personas que le conocieron, después de su muerte. No he encontrado una sola que no me haya hablado de él con una gran alegría, admiración y gratitud.
Estoy convencida que quienes le conocimos, lo digo ante todo con mi propio testimonio, difundimos su fama de santo entre quienes no recibieron la gracia de conocerle. Personalmente, lo hago no sólo entre las Hermanas de mi Instituto, que no estuvieron presentes en su visita al Noviciado de España, el 12 de julio de 1991, y las muchas que han ingresado después, sino también entre personas, incluso hostiles a la Iglesia o al Opus Dei.
Me complace poder afirmar que, en mi Instituto, D. Álvaro es considerado como un intercesor al que acudimos con frecuencia, confiándole favores pequeños o grandes, de carácter material y, también, muchas gracias espirituales. A menudo, oímos a cualquiera de nosotras que nos cuenta alguna de estas gracias que han recibido a través de su intercesión. Pero por la responsabilidad que asumo, muchas de las Madres y Hermanas me han manifestado de forma más privada, favores recibidos para bien de su alma, de la de algunos de sus familiares, de las personas con las que ejercen su apostolado y que, por razones obvias, prefieren no hacerlos públicos.
Dios y su Iglesia quieran que su Beatificación sea en breve, como lo deseamos nosotras, todos sus hijos y tanta gente que, por nuestro medio, le han conocido y le agradecen favores.
Pero no quisiera concluir, sin declarar, poniendo a Dios por testigo, que:
Don Álvaro del Portillo es, a mi parecer, la persona más santa que he conocido en mi larga vida de 88 años. Es una declaración y a la vez un canto de Acción de Gracias a Dios, por el inmenso don de haberme permitido conocerle, sentirme aconsejada, querida, y muy ayudada por él.
GALAPAGAR, Madrid, 24 de noviembre de 2013
Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo
Madre María de Jesús Velarde
(Cristina Ana María Velarde Gil)
Fundadora del Instituto Religioso
Hijas de Santa María del Corazón de Jesús
- Conferencia pronunciada por la Madre María de Jesús Velarde en el Congreso con motivo del Centenario de Álvaro del Portillo, en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (12-14 de marzo de 2014).
- ESC - Edizioni Santa Croce.