Resumen del libro “Un santo per amico”

Síntesis del libro publicado recientemente por la editorial Ares y que será presentado en Roma el 26 de febrero.

«He nacido en Badajoz (Extremadura) y pertenezco a la Comunidad de Damas Apostólicas desde el año 1922 (...). Desde entonces he dedicado mi vida a la salvación del mayor número posible de almas: siguiendo la norma de nuestras Reglas, he buscado estas almas en los lugares más pobres, más abandonados de la ayuda social y más alejados del Señor». Asunción Muñoz (1894-1984) comienza así sus recuerdos sobre el beato Josemaría Escrivá de Balaguer, a quien conoció «en el año 1927, cuando fue nombrado Capellán del Patronato de Enfermos de Madrid». El suyo es uno de los 28 testimonios de otras tantas personalidades eclesiásticas (obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas) recogidos en el volumen Un santo per amico, que la editorial Ares acaba de publicar. Son testimonios de primera mano escritos poco después de la muerte de Josemaría Escrivá (1975) por personas que le trataron en España entre 1927 y 1946, en los comienzos de su trayectoria pastoral. El libro muestra la estima recíproca entre los protagonistas de los diferentes ambientes eclesiásticos de la época y el beato Josemaría.

«Comprendió muy bien nuestro espíritu», declara Asunción Muñoz, «aun cuando luego él fundara el Opus Dei, con un modo de buscar la santidad muy diverso. Habiéndole conocido, esto se explica con facilidad ya que él acataba todo lo bueno, todo lo grande, todo lo santo (...). Cuando teníamos un enfermo difícil, que se resistía a recibir los Sacramentos, que se nos iba a morir lejos de la Gracia, se lo confiábamos a don Josemaría en la seguridad de que estaría atendido y que, en la mayoría de los casos, se ganaría su voluntad y le abriría las puertas del cielo. No recuerdo un solo caso en el que fracasáramos en nuestro intento». Y más adelante continúa: «Íbamos en algún coche que nos prestaban algunas familias y nos acercábamos a las casas humildes de estos enfermos. Había, muchas veces, que legalizar su situación, casarlos, solucionar problemas sociales y morales urgentes. Ayudarles en muchos aspectos. Don Josemaría se ocupaba de todo, a cualquier hora, con constancia, con dedicación, sin la menor prisa, como quien está cumpliendo su vocación, su sagrado ministerio de amor».

«De esta época, la imagen de Josemaría que se me ha quedado grabada es la de un sacerdote que se salía de lo habitual; algo fuera de lo ordinario», escribe el Cardenal José María Bueno Monreal (1904-1987), entonces un joven sacerdote y más tarde arzobispo de Sevilla. Fue un día de septiembre de 1928 cuando conoció a «Josemaría, como le he llamado siempre desde aquel momento; Josemaría, a su vez, me llamaba Pepe, que era el apelativo familiar que usaban los míos». De su amigo Josemaría recordará años después el cardenal Bueno Monreal, además de los muchos momentos gratos pasados junto a él, el perfil de su atractiva personalidad sacerdotal, en la que se fundían una gran visión sobrenatural y una actitud modesta y serena —«Josemaría tenía una gran humildad», subraya el Cardenal— que le llevaba a rehuir, ya entonces, «de lo que luego, durante el concilio, hemos llamado triunfalismo».

Fray José María Aguilar (1910-1992) entró en la Orden de los Jerónimos en 1941, después de haber recibido regularmente orientación espiritual de don Josemaría durante algún tiempo. Al fundador del Opus Dei quedó para siempre muy agradecido, igual que otros compañeros suyos a los que el beato Josemaría Escrivá también había encaminado a la vida religiosa: «No solamente yo le debo mi vocación religiosa de Jerónimo al Padre, como se le acostumbraba a llamar, sino también Juan Batanero, estudiante de Ingeniería de Caminos (condiscípulo de Álvaro del Portillo); Bartolomé Rotger, Arquitecto, y algún otro más que ahora no recuerdo bien».

En realidad, experiencias análogas se dieron también entre personas que entrarían en otras órdenes religiosas. Fray Hugo Quesada (1912-1995), por ejemplo, antes de profesar acudió semanalmente, a lo largo de varios años, a la dirección espiritual con don Josemaría, quien un día le animó a hacerse cartujo: «Vete, me dijo, que el Espíritu Santo te lleva por esos caminos». Desde la Cartuja de Mougères, en Francia, Fray Hugo declara que ha leído y meditado muchas veces Camino, el libro más conocido de Josemaría Escrivá: «Actualmente, Camino continúa haciéndome bien en mi vida en la Cartuja».

Mons. Santos Moro Briz (1888-1980), obispo de Ávila desde 1935, pidió a su amigo Josemaría Escrivá que predicara «las tandas de Ejercicios espirituales para el clero que organizamos al terminar la guerra civil. Eran momentos muy importantes para organizar la diócesis, agrupar al clero alrededor de su obispo y unirlo con auténtica fraternidad (...). Yo estuve presente, como es natural, y como resumen puedo recoger las mismas palabras que dije entonces a los asistentes: "Don Josemaría, cuando habla, siempre hiere; unas veces con espada toledana, y otras con bombas de mano". Así traté de expresar la fuerza que tenía la predicación de aquel sacerdote joven, que hablaba de lo que él mismo vivía: de las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad hechas obras en las cosas menudas de cada día». Refiere asimismo mons. Moro que el beato Josemaría «siempre fue muy generoso, a pesar de las indudables dificultades por las que tuvo que pasar; por ejemplo nunca quiso percibir estipendios por los numerosísimos Ejercicios espirituales que dirigía, y, aún más: tal como aparece en las cartas que me escribía desde Burgos al final de los años treinta, no regateaba esfuerzos para enviarme frecuentes estipendios de Misas para mis queridos sacerdotes de Ávila, que pasaban estrecheces en aquellas difíciles circunstancias».

Interesante es también el testimonio de Mons. José López Ortiz (1898-1992), de la Orden de San Agustín, nombrado obispo de Tuy-Vigo en 1944. Conocía al beato Josemaría desde 1924, y la amistad que tenía con él le hizo compartir de un modo muy especial el sufrimiento provocado por los ataques que el Opus Dei y la persona de su fundador padecieron en los primeros años cuarenta. «En una ocasión», escribe, por ejemplo, en un pasaje de su testimonio, «me llegó un documento de la Falange —el partido único de Franco— en el que se le calumniaba de una manera atroz. Me pareció un deber llevarle el original, que me había dejado un amigo mío: los ataques eran tan fuertes que, mientras Josemaría fue leyendo esas páginas delante de mí, con calma, no pude evitar que se me saltasen las lágrimas. Cuando Josemaría terminó la lectura, al ver mi pena, se echó a reír y me dijo con heroica humildad: "No te preocupes, Pepe, porque todo lo que dicen aquí, gracias a Dios, es falso: pero si me conociesen mejor, habrían podido afirmar con verdad cosas mucho peores, porque yo no soy más que un pobre pecador, que ama con locura a Jesucristo". Y, en lugar de romper esa sarta de insultos, me devolvió los papeles para que mi amigo los pudiera dejar en el ministerio de la Falange, de donde los había cogido: "Ten —me dijo—, y dáselo a ese amigo tuyo, para que pueda dejarlo en su sitio, y así no le persigan a él"». Mons. López Ortiz concluye: «El sufrimiento no le quitaba ni la alegría ni la ecuanimidad. Sabía dar gracias a Dios por todas las ocasiones que encontraba para sufrir por Él. Su alegría tenía verdaderamente raíces en forma de cruz, y así predicaba él esta virtud».