Oí a una persona que Dora le había ayudado a quitar una mancha de tinta de una colcha blanca y me quedé impresionada. Entonces admití que, hasta ese momento, nunca le había pedido nada. Días después mi plancha de pelo se descompuso. La había prestado y pienso que la persona que la usó no tuvo en cuenta el cambio de voltaje. Al devolverla, reconoció que no encendía. Intenté usarla temprano por la mañana y no me funcionó. Me dirigí a Dora: “a tí te gustaba llevar bien tu cabello, ¡Dora, ayúdame!”- y la plancha volvió a encender y me pude arreglar el cabello.
Desde entonces, Dora me hace favores similares, siempre me dirijo a ella, y luego le rezo la estampa. Agradezco a Dora su ayuda, ahora propago su devoción.
Y. M.