Personas comunes que emergen en tiempos difíciles

Al conocer a san Josemaría, Dora del Hoyo descubrió una dimensión espiritual en su trabajo que le llevó a interesarse de verdad por las personas, y a dedicarse a ellas con paciencia. Dora no era especial, ni ocupaba un puesto importante; era una de esas personas comunes, que emergen en tiempos difíciles.

Foto de Andrea Piacquadio en Pexels

Mundo, 2021. Una crisis sanitaria, económica y social golpea a nuestras familias, dejando al descubierto su vulnerabilidad. Vivimos tiempos de incertidumbre, y los periodos de confinamiento ponen a prueba la convivencia; en estas circunstancias, emerge la grandeza de personas comunes que, tanto en sus relaciones familiares y personales como a través de su trabajo profesional, son capaces de construir «una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante» (Fratelli tutti, 6). Se crea un camino de ida y vuelta entre los heridos y los que atienden y cuidan su fragilidad, ya que todos podemos ser en alguna ocasión la persona herida, y en otras, el buen samaritano: «Simplemente hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso. En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros? Este es el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo» (FT, 70).

la grandeza de personas comunes que, en sus relaciones y a través de su trabajo profesional, son capaces de construir «una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante (FT, 6)

Hay actitudes, gestos, comportamientos, que muestran contacto con la realidad y un amor que se expresa en obras: espíritu de servicio y solidaridad, dar nuestro tiempo, amabilidad. Podemos apreciar también el esfuerzo que los demás, en nuestra familia y en nuestro entorno, hacen por cuidarnos; valorar que tienen que aprender a realizar tareas que nunca antes habían hecho, y las llevan a cabo lo mejor que pueden: poner la lavadora, ir a la compra, limpiar, ir aquí o allá a ayudar a alguien cercano, cuidar a un enfermo, gestionar muchas cosas que, en definitiva, afectan a la familia:

«Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo» (FT, 54).

Madrid, 1943. Dora tiene 29 años y llega a trabajar a la recién inaugurada Residenciade Estudiantes Moncloa. Es un trabajo temporal, ya que tiene otros planes en la cabeza. Nada más llegar, ve el panorama y se da cuenta de las dificultades que atraviesan allí: problemas de abastecimiento, escasez de alimentos, falta de experiencia y de gestión del trabajo; y también, sus fortalezas: generosidad, resiliencia, ganas de aprender y de mejorar.

confió en que los demás eran capaces de aprender, y en pocos meses se transformó todo

Dora sintió, como todos, esa tentación de ir a lo suyo y no involucrarse; pero, gracias a su buen corazón, tras unas cuantas semanas, decide quedarse. Lo que empezó siendo un trabajo temporal en un lugar incómodo se transformó en un trabajo estable y gratificante. Dora tenía experiencia en el trabajo, y desarrolló una mirada capaz de darse cuenta de que la necesitaban y un corazón generoso para enseñar a los demás cómo trabajar mejor, dando ejemplo ella misma en primer lugar. También confió en que los demás eran capaces de aprender, y en pocos meses se transformó todo. Hizo lo que ahora llamamos un acto de sororidad y de equipo. Al conocer a san Josemaría, descubrió una dimensión espiritual en su trabajo que le llevó a interesarse de verdad por las personas, y a dedicarse a ellas con paciencia. Dora no era especial, ni ocupaba un puesto importante; era una de esas personas comunes, que emergen en tiempos difíciles.

Susana García Fernández