Descubriendo a Guadalupe

La Iglesia nos propone a los santos como ejemplos vivos del Evangelio de Jesucristo. En Guadalupe palpamos la acción sobrenatural de la gracia y su correspondencia heroica.

Para mi era casi desconocida. Apenas unas referencias. Y de repente, resulta que ¡Guadalupe Ortiz de Landázuri iba a ser beatificada en Madrid el 18 de mayo! Yo pude conocer a su hermano Eduardo, hace unos años cuando impulsaba la puesta a punto de la Clínica de la Universidad de Navarra (yo estudiaba medicina y él era ya un prestigioso catedrático), y recuerdo que era de esa casta de hombres que hicieron grande a España. Y ahora descubro lo mismo en su hermana Guadalupe.

Las breves biografías que han salido sobre ella en los últimos meses ponen de relieve cómo en la vida de las personas santas hay momentos en donde se puede palpar con toda claridad la mano de Dios. Según el postulador de la causa de beatificación, en uno de esos momentos tuvo lugar la conversión de Guadalupe, en una iglesia madrileña, durante una misa a la que ella asistía: mientras el sacerdote daba unos avisos a los feligreses, Guadalupe se distrajo imaginándose vestida de novia en la alfombra roja del presbiterio de la iglesia. Mientras su pensamiento volaba a tan dichoso momento, sintió una voz interior que le advertía que aquel no era su camino. Aquella experiencia sembró en ella cierta inquietud que decidió aclarar en cuanto fuera posible. Al terminar la misa, encontró casualmente en un tranvía a un amigo el cual le facilitó el teléfono de un sacerdote ―San Josemaría Escrivá―, que poco después le ayudaría a descubrir su vocación al Opus Dei.

Me atrevería a decir que su disposición de entrega a los planes de Dios para ella tuvo un precedente en el que también se aprecia ―junto a la intervención de la gracia divina― la extraordinaria calidad humana y sobrenatural del temple de la nueva beata, a los diecinueve años. Ocurrió con ocasión de la muerte de su padre.

El 18 de julio de 1936, se dio en España el alzamiento en armas de algunas guarniciones militares, contra el Estado Republicano, originando la guerra civil. Don Manuel, el padre de Guadalupe, era uno de los comandantes de tropa alzados en Madrid que fue hecho prisionero junto con otros compañeros. Juzgado en los primeros días de septiembre fue condenado a morir fusilado. Su hijo Eduardo intentó lograr un indulto, pero sólo lo concedieron para Don Manuel, que no lo aceptó por no incluir a sus subordinados.

Al llegar a Madrid, desde San Sebastián, acompañando a su madre, Guadalupe se enteró que su padre sería fusilado aquella misma noche. La muchacha mostró una fortaleza espiritual poco común cuando, con 19 años, el 7 de septiembre de 1936 acompañó a su padre hasta poco antes de su ejecución, en la cárcel Modelo de Madrid, en la madrugada del día 8.

Mucho se podría contar de aquella noche -escribe su hermano Eduardo-, que pasamos juntos mis padres, Guadalupe y yo; de la entereza de mi padre no aceptando un indulto que le colocaba frente a sus compañeros (…) y del valor de Guadalupe que externamente no se inmutó, dando fuerzas con su serenidad a mi madre y, desde luego, a mí.[1]

Guadalupe dio su rosario a don Manuel. Tenemos que estar tranquilas porque papá ya está en el Cielo, comentaría horas más tarde a una amiga que la acompañaba. ¿Cómo no admirar el heroísmo de esta joven, llena de fortaleza sobrenatural y humana ante la adversidad? ¿Cómo no admirar también su caridad heroica al perdonar de corazón a quienes ejecutaban a su padre?

La Iglesia nos propone a los santos como ejemplos vivos del Evangelio de Jesucristo. Probablemente bastaría este suceso para probar las virtudes heroicas de Guadalupe; allí se palpa la acción sobrenatural de la gracia y su correspondencia heroica. Sin duda el Señor la preparaba para empresas mayores.

¡Ojalá tuviéramos entre nosotros hombres y mujeres que supieran vivir de modo tan admirable las virtudes cristianas! Ejemplos de heroísmo los hay abundantes en nuestro país y en nuestros días; ojalá también mucha gente supiera ejercitar hoy el perdón ante tantas heridas abiertas en nuestra sociedad. Ojalá desapareciera el rencor que amenaza anidar en lo más íntimo de los corazones. ¡Ojalá, el sentido cristiano de la vida devuelva el orden de la justicia a nuestra sociedad y la paz a las conciencias!

Jaime Molina-Niñirola


[1] EGUIBAR Galarza, Mercedes, Guadalupe Ortiz de Landázuri, Ed. Palabra, 2019.