Un dolor que aumentaba, hasta el punto de no poder escurrir un trapo con las manos. Tenía que pedir ayuda para hacer esos movimientos. El médico que me vio dijo que no me había roto nada, y me recetó unas medicinas para calmar el dolor, pero aunque seguí el tratamiento, el dolor no paraba de aumentar. Desde el primer momento me dirigí a don Álvaro para pedirle que pudiera continuar realizando mi labor, ya que me gusta mucho.
Un día tuve oportunidad de ir a la cripta donde reposan sus restos, y poniendo las manos sobre la losa le pedí, con absoluta seguridad, que me curara, que me quitara el dolor para seguir trabajando. Empecé a hacer un rato de oración, confiada en que me escuchaba. Llevaba unos diez minutos así, cuando maquinalmente me toqué las muñecas y vi que el dolor había desaparecido por completo. Han pasado tres semanas y trabajo sin sentir el más mínimo dolor.
A.T. Roma (Italia).