Evangelio del miércoles: el suave yugo del amor

Comentario del miércoles de la 2.ª semana de Adviento. “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré”. Jesús nos invita a compartir su cruz, que no es otra cosa que su amor incondicional y total por cada uno de nosotros.

Evangelio (Mt 11,28-30)

«Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera».


Comentario

El evangelio de la misa de hoy nos recuerda unas consoladoras palabras de Jesús: su invitación a acercarnos a él para recibir ayuda y consuelo en el camino. Jesús nos invita a ir a Él pero, en realidad, ya está a nuestro lado, y acercarse a él es tan fácil como confesarle con el corazón y con la boca.

Sin él no podemos caminar. Sin él no podemos vivir. Aquellos mártires del siglo IV que en su día dijeron Sine dominico non possumus (“No podemos vivir sin celebrar el Día del Señor”) expresaron maravillosamente esta idea y dieron testimonio de su verdad derramando su sangre.

Es curioso que Jesús nos ofrezca alivio y que, al mismo tiempo, nos pida llevar su yugo. Las palabras del Señor son siempre un reto: tanto de comprensión como de aceptación.

Sin embargo, si nosotros le hubiéramos acompañado y le hubiéramos visto predicar, sanar, llorar, cansarse y descansar, sus palabras no nos llamarían tanto la atención. Le hubiéramos oído decir que su Padre no deja de trabajar y que él también trabaja (Jn 5,17), y lo hubiéramos visto alegre a pesar del esfuerzo, del cansancio e, incluso, del rechazo.

Y ese ejemplo es el que nos revela lo que es el amor. Porque el amor es un yugo, pero es un yugo suave. El amor de verdad es “subordinarse” al amado, entregarse al amado, hacerse frágil por él. El amor es olvido de uno mismo y un vivir para el otro. Pero eso es especialmente costoso en un mundo en el que ha entrado el pecado. Y ese yugo es el que nos invita a tomar.

Jesús nos invita a compartir su corazón. El camino del amor solo es hacedero para quien es manso y humilde de corazón. Porque el amor es mansedumbre y misericordia. Porque el amor es necesariamente humilde. No es posible que el amor arraigue en un corazón que no tiene dominio de sí mismo. Y solo se tiene dominio de uno mismo si es Cristo el que reina en nosotros.

No es posible que haya amor donde no hay comprensión, perdón y compasión. No es verdadero amor el que no es humilde, el que deja de darse cuando no recibe a cambio, el que se da porque busca algo a cambio.

Juan Luis Caballero // Nadezhda1906 Getty Images