A Polonia y vuelta

Una idea peregrina y, de repente, una avalancha de solidaridad. La creatividad del amor puesta en acción al servicio de los refugiados de Ucrania desde una asociación de San Sebastián.

Como alentaba el Papa Francisco hace unos años ante la crisis mundial provocada por la pandemia de la Covid-19 en la audiencia del 25 de septiembre de 2020: “A una situación excepcional no se puede dar una respuesta habitual, sino que se requiere una reacción nueva y diferente”. Y la invasión de Rusia en Ucrania a finales de febrero requería una respuesta extraordinaria que pusiera en marcha la creatividad del amor al servicio de los más necesitados.

Una idea peregrina

“Sonsoles, he tenido una idea peregrina: ¿te vienes a Polonia conmigo a llevar ayuda humanitaria y recoger refugiados?”. Así se mensajeaba Thais con Sonsoles a la salida de Misa el domingo desde el Santuario de Guadalupe en Hondarribia; con la respuesta casi inmediata: “Por supuesto que sí, me apunto”. A lo que Thais, muy contenta por la rapidez en su contestación, añadía: “Bueno, dale una vuelta y pregúntale a las sensatas”.

Con “sensatas” se refería al resto de numerarias y numerarias auxiliares con las que Sonsoles vive en la Administración del Colegio Mayor Ayete, donde Thais asiste a medios de formación cristiana desde hace años y participa con su marido y sus hijos en las actividades que organiza la Asociación Oriaberri sobre la educación de los hijos, catequesis, voluntariado, etc.

Sonsoles y Thais, las protagonistas de la historia

Sonsoles evidentemente lo comentó y dio más de una vuelta con ellas, pero la respuesta siguió siendo la misma: ¡por supuesto que sí! Es verdad que suponía tener que hacer algunos cambios y reajustes en el trabajo de esos días, pero era posible hacerlos. Ante hechos excepcionales, la respuesta debía ser también excepcional. Y una guerra lo era. 

Además, Sonsoles, al igual que el resto de personas de Oriaberri, llevaba tiempo pensando en qué podía hacer para ayudar a toda esa gente que, de la noche a la mañana, lo habían perdido todo por la guerra en Ucrania, y Thais le estaba brindando la oportunidad de hacer algo muy concreto por ellos, así que, ¡adelante!

Los preparativos

Esa misma noche empezaron a correr la voz a través de las redes sociales y entre sus familiares, amigos y conocidos, de que en una semana saldrían para Polonia a llevar ayuda humanitaria y recoger refugiados. Iago, el hermano de Thais -con el que trabaja en una tienda en San Sebastián-, creó una cuenta de Instagram para ir contando todo lo relativo al viaje y a su aventura solidaria.

Parte del material que dejaron en Polonia y que pronto llegará a Ucrania

Al día siguiente empezaron a llegar cosas a la tienda de Thais de clientes y gente que ni conocía: comida, ropa de abrigo, pañales, medicamentos, dinero… Y lo mismo pasó en Oriaberri; las cosas se empezaban a acumular y cada vez más gente se ofrecía para ayudar en lo que hiciera falta: a empaquetar, a hacer gestiones para conseguir una furgoneta para el viaje, a acoger a refugiados en sus casas, etc. Thais y Sonsoles estaban abrumadas por la acogida y apoyo que estaban recibiendo de la gente.

Y los hechos se acabaron imponiendo: una furgoneta era insuficiente para llevar tantas cosas, necesitaban otra. Diego -el padre de Thais- enseguida se ofreció a llevar la otra. Iago -su hermano- tampoco tuvo que pensarlo demasiado, iría con su padre para turnarse conduciendo detrás de ellas.

Andry y Galyna y el padre Kristof

¿Cómo sabían qué hacía falta llevar? ¿Dónde iban a dejar todas esas cosas? ¿A quién iban a recoger en Polonia para traer a San Sebastián? Thais es muy amiga de Andry y Galyna, unos ucranianos afincados desde hace más de diez años en Gipuzkoa, que llevan a sus hijos al mismo colegio que ella. Ellos tenían una amiga que estaba intentando salir de Ucrania con sus hijos, y que querían acoger en su casa. Por medio de ellos contactaron con otros conocidos. Y luego fueron llamando de distintas asociaciones que se habían enterado que iban a Polonia a recoger refugiados, como la “Asociación Chernobil Elkartea”, para ver si tenían sitio en las furgonetas para traer a más.

Los pasajeros de vuelta fueron variando a lo largo de la semana y del viaje, porque algunos ya habían encontrado otro medio para venir o habían cambiado de opinión o incluso de destino. Otros, en cambio, seguían siendo fijos; y eso era lo que les movía fundamentalmente a ir: el hecho de que hubiera personas concretas esperándolas en Polonia que trataban de dejar atrás los horrores de la guerra para poder rehacer sus vidas, aunque siempre a la espera de que la situación mejore y puedan volver con los suyos, con los que se han quedado allí.

Con el padre Kristov y los coordinadores de Caritas Katowice
Con el padre Kristov y los coordinadores de Caritas Katowice

Además, Thais conocía a un sacerdote polaco, el padre Kristof, que había estado años atrás en Hondarribia de capellán del convento de las carmelitas mientras realizaba su tesis doctoral. Ahora vive en Katowice, una ciudad al este de Cracovia, y colabora con Cáritas. El seminario y el arzobispado se han convertido en centros de acogida de refugiados. Allí llegan a diario cientos de personas para pasar unos días, descansar y decidir qué hacer: irse a otro país en el caso de que tengan familia o amigos, conseguir un lugar donde vivir a través de Cáritas o una familia que los acoja. El padre Kristof les iba poniendo al día de las necesidades y también de refugiados interesados en trasladarse a San Sebastián.

De San Sebastián a Polonia

¡Tampoco faltaron dificultades! A cuatro días de salir no tenían todavía furgonetas porque no había manera de que alguien se las alquilara. Los seguros ponían pegas y no se responsabilizaban de un viaje así. Pero con la oración de tantas personas y la red de contactos que habían tejido y formado entre todos, finalmente no solo las consiguieron sino que se las alquilaron gratis.

El sábado en Oriaberri era un continuo ir y venir de personas a ayudar. Cajas, bolsas, paquetes, comida… rotular los carteles en tres idiomas (ucraniano, polaco y castellano) para indicar qué había en el interior de cada una y que sea más fácil distribuir el material una vez allí. Y el domingo, por fin, salieron rumbo a Polonia. Tenían por delante 22 horas de viaje. Pero entre llamadas, gestiones, canciones, paradas para comer y ratos de oración… se les pasó el tiempo volando.

Y llegaron a Katowice

A pesar de que durante el viaje no paró de llover, ya en Katowice pudieron descargar las cosas sin el impedimento y la incomodidad de la lluvia. Allí palparon cómo toda Polonia está volcada en ayudar a los refugiados

Les impresionó la organización que tenían y la cantidad de containers de medicinas, ropa y ayuda humanitaria que llegan de todas partes del mundo. Conocieron también al personal que está al frente de Cáritas, y visitaron los lugares que han habilitado para acoger a los refugiados en estancias de poca y larga duración.

Los refugiados ucranianos

Allí conocieron a la amiga de Andry y Galyna y a sus hijos, y al resto de refugiados que iban a traer de vuelta. Iago y Diego tuvieron que ir a Cracovia a recoger a un grupo que se volvía con ellos pero que no había conseguido llegar hasta Katowice. En Praga pararían también para recoger a algún refugiado más. Pero todavía les quedaban dos sitios libres en las furgonetas. Así que fueron de nuevo a Cáritas por si había llegado alguien interesado en viajar a San Sebastián.

Allí conocieron a Irina, una médico ya jubilada, viuda, a la que su hijo salvó del incendio provocado por la explosión de una bomba en su edificio, tirando abajo la puerta de su casa. Salió con lo puesto y así llegó tras un viaje agotador a Katowice. Todavía se le veían heridas y quemaduras por el cuerpo causadas por el bombardeo y a los escombros que se le habían caído encima tras la explosión. Y junto a la sensación de alivio por haberse salvado, le invadía también la preocupación y la pena por haber dejado atrás a sus hijos, que no habían querido abandonar Ucrania.

Foto del grupo en el viaje de vuelta

Al verlas sonrientes y tras hablar un rato con el padre Kristof, Irina les preguntó si podía irse con ellas. Sonsoles y Thais pensaron que la ayuda que ellas podían prestar era precisamente buscar un lugar donde esa mujer pudiera vivir, ahora que lo había perdido todo de la noche a la mañana, y acompañarla para que pudiera rehacer su vida. 

El resto de los refugiados que traían iban a casa de familiares o de amigos; todos tenían gente esperándolos salvo ella, que no tenía a nadie. Hicieron unas cuantas gestiones y una supernumeraria de Oriaberri se ofreció para acogerla en su casa. Ya tenían un lugar para ella. Irina se unió al grupo y resultó ser luego la persona más alegre en el viaje de vuelta y la que estuvo más pendiente de cada uno de los refugiados.

Y de vuelta en San Sebastián. Ahora empieza lo complicado.

El jueves por la tarde llegaron a San Sebastián las dos furgonetas; esta vez vacías de cajas, pero llenas de personas. Personas agradecidas por la ayuda y el cariño recibido por parte de gente desconocida. Con ganas de volver cuanto antes a su país, a su casa, con su familia. Personas aliviadas por no estar bajo el fuego de metralla y el ruido atronador del bombardeo continuo, pero con un sentimiento de culpabilidad muy grande por haber huido de Ucrania, por no estar allí ayudando a los suyos, con cierta sensación de traición.

Mercadillo en Oriaberri

Ahora, como dicen Sonsoles y Thais, toca lo difícil. Lo fácil era ir allí, lo complicado viene ahora, en el día a día: ayudarles a integrarse en otra cultura, en una ciudad que no conocen, enseñarles el idioma, facilitarles las gestiones burocráticas y de papeleo, ayudarles a buscar trabajo y retomar los estudios en el caso de los niños y adolescentes, y acompañarlos para que el duelo por lo vivido sea más llevadero.

En Oriaberri siguen desplegando la creatividad del amor, la imaginación de la caridad, poniendo en marcha todo lo que van viendo que puede ser necesario que les puede facilitar y aliviar. Han montado un mercadillo con ropa y artículos de higiene y de limpieza donde los refugiados que están por la zona pueden ir a determinadas horas a probarse la ropa y coger lo que necesiten. 

Están coordinando a personas que se ofrecen a ayudar para cubrir todas estas necesidades, poniendo en contacto a familias de acogida con refugiados que no tienen a dónde ir, que llegan a Cáritas Katowice; canalizando ayuda económica, organizando encuentros para que los refugiados se conozcan entre ellos y puedan compartir sus sentimientos con personas que han vivido situaciones similares y hablan el mismo idioma, etc. Y no descartan la idea de volver más adelante si la situación lo requiere; ahora que ya han estado allí, tienen la experiencia y saben lo que hace falta.

No todos los ángeles tienen alas

Andry y Galyna lo tienen claro: Thais, Sonsoles, Diego y Iago son ángeles que Dios ha puesto en su camino para ayudarles. Aunque ellos, entre risas y quitándose importancia, dicen que todavía no les han salido alas, ellos siguen convencidos de ello, porque los ángeles tienen muchas formas y aspectos. No es casualidad haberlas conocido y siempre les estarán agradecidos por lo que han hecho y siguen haciendo con tanta naturalidad y cariño por las personas de su país.

La caridad tiene muchas caras y una de ellas es la solidaridad, aunque es mucho más. En palabras del Papa Francisco, La caridad cristiana no es simple filantropía sino, por un lado, es mirar al otro con los mismos ojos que Jesús y; por el otro, es ver a Jesús en el rostro del pobre, en el rostro del que sufre. El bien es difusivo, es como el fuego, que una vez que prende no se apaga, pero necesita de alguien que lo inicie. Y eso es lo que Thais y Sonsoles han hecho; esa “idea peregrina” ha sido la chispa que ha provocado el incendio, desencadenando toda una revolución: la creatividad del amor.