60 años del Opus Dei en Uruguay (enlace a Radio Carve)
Buscar la santidad en la vida ordinaria (enlace a icm.org.uy)
El pasado 20 de octubre se celebró, en la Catedral de Montevideo, los 60 años de la llegada de la Prelatura del Opus Dei al Uruguay. El 20 de octubre de 1956 llegaban los presbíteros Gonzalo Bueno y Agustín Falceto envíados por san Josemaría Escrivá de Balaguer para iniciar la Obra en nuestro país. A continuación, el portal ICM comparte con ustedes la entrevista completa que le realizó el Padre Fabián Rovere, para el programa Te doy mi Palabra de Radio Oriental, al Padre Gonzalo Bueno.
Padre Fabián Rovere (P.R): ¿Por dónde lo encontramos Padre Gonzalo?
Padre Gonzalo Bueno (P.B): En estos momentos estoy en “La Cantera” (Casa de retiros) en Camino Mendoza, con un grupo de padres de familia jóvenes, en unos días de reflexión y profundización en la fe cristiana. No es un curso de retiro sino más bien una convivencia.
P.R: ¿Usted cuántos años tiene?
P.B: Yo tengo 88 y el 6 de noviembre estaría cumpliendo 89 años.
P.R: ¿Y cuántos de sacerdote?
P.B: Tengo 60 años de sacerdote.
P.R: ¿Y de qué parte de España es originario?
P.B: Yo soy del sur de España, de Badajoz. Pero conocí el Opus Dei mientras que estaba estudiando, terminando la carrera, en Sevilla.
San Josemaría Escrivá de Balaguer y Monseñor Álvaro Del Portillo
P.R: Usted tuvo el privilegio de conocer en persona a San Josemaría Escrivá de Balaguer, ¿no es así?
P.B: Sí, claro. Yo tuve la suerte de estar tres años en Roma preparando la ordenación, con el Padre muy cerca. Muchas oportunidades de estar con él.
P.R: ¿Y qué nos puede contar de la personalidad del Padre?
P.B: La personalidad del Padre, yo diría, que le abre a uno los ojos de que la santidad es algo que está al alcance de todos, que es algo normal. Al Padre uno lo veía y nada más conocerlo uno se daba cuenta que te quería. En su modo de mirar, en su modo de actuar, él siempre estaba sonriente y atento a los que estaban a su alrededor. Uno después con el tiempo se viene a enterar que en muchas ocasiones el estaba enfermo. Muchas veces tenemos la idea del santo como un ser especial que está por ahí flotando, pero él decía: “los pies muy en la tierra y el corazón y la cabeza en el Cielo”. Y era así. Cuando uno estaba al lado del Padre no tenía la sensación de estar al lado de un beato o de una persona muy alejada de la vida , no, es la normalidad que es lo propio del Opus Dei. Vivir con normalidad la vocación cristiana, eso sí, vivirla al cien por cien, plenamente, la vida de trabajo, de familia, el deporte, todo vivirlo como oportunidad de dar gloria a Dios, de santificar y santificarse.
P.R: Entonces podemos deducir que una de las características de Opus Dei, es buscar la santidad en la vida cotidiana…
P.B: Totalmente. Además sin hacer cosas raras, cada uno en lo que le ha tocado estar, sin sacar a nadie de su lugar. Eso pasó también con el Beato Álvaro Del Portillo, una persona agradable, servicial, totalmente normal.
P.R: Hay algunas anécdotas de Monseñor Del Portillo que se lanzaba a construir y a generar sin los recursos necesarios, muchas veces fuera de la lógica humana…
P.B: Ahí se ve claramente lo que él decía, el Opus Dei no lo había inventado él, el Opus Dei se lo había puesto en las manos Dios y había que ponerlo en práctica, entonces no paraba, no se detenía ante ninguna dificultad. Él decía que las cosas nunca dejaban de salir por falta de medios, que dejaban de salir por falta de santidad que es distinto, por falta de sentido sobrenatural. Y el ponía en todo ese sentido sobrenatural pero con la mayor normalidad del mundo.
Los comienzos de la Obra en Uruguay
P.R: ¿Cómo son los comienzos de la llegada del Opus Dei al Uruguay?
P.B: El Padre tenía muy claro que el Opus Dei no era para España exclusivamente, como nació el cristianismo en Palestina, que era para extenderse por el mundo entero. Entonces siempre prontos con la idea de extenderse a otros lugares. Y cuando estuve en Roma, yo estuve allí de 1953 a 1956, el Padre estaba programando y viendo, con la obra aún pequeña, como llegar a más gente. Tengo entendido, no lo puedo certificar, que Monseñor Alfredo Viola (N. de R.: Obispo de Salto entre 1940 y 1968) insistió mucho cuando iba a Roma, sobre todo a Monseñor Álvaro Del Portillo que era su amigo, que viniera el Opus Dei al Uruguay. Él decía que por supuesto en su diócesis estaban abiertas todas las puertas, pero que le parecía que entrar al Uruguay por Salto era entrar por la ventana y que mejor sería por Montevideo. Entonces el Padre nos mandó a venir para acá. Primero vino el Padre Ricardo Fernández Vallespín que estaba en Argentina con otro sacerdote, cuatro laicos y nadie más. Venía para algo que siempre quiso san Josemaría que se cumpliera, que nunca se iniciara la labor en una diócesis sin el beneplácito del obispo de esa diócesis. Al parecer al principio a Monseñor Barbieri mucha gracia no le hacía, porque al parecer no era muy partidario de curas españoles. Era una época en la que acá se miraba a España un poquito de reojo.
P.R: ¿Y cómo le cae a usted la noticia de ser, junto al P. Agustín los encargados de venir a Uruguay?
P.B: Me cayó a la uruguaya, sin esperarla. El Padre nos hablaba muchas veces, sobre todo en ese último año en Roma , de que se estaba preparando la venida a Uruguay. Nos pedía a los alumnos que estábamos allá, ciento y tantos, que rezáramos por Uruguay, que era un país de América Latina que aunque era muy chiquito tenía mucha influencia, era democrático, de muy buen nivel cultural. Y yo rezaba por Uruguay como ahora rezo por Taiwan, por los lugares donde se está empezando. Pero nunca pensé que iba a venir para acá. Y me acuerdo un día, cuando estaba por ordenarme de sacerdote, yo era diácono, que me dijeron que el Padre había decidido que me preguntaran si estaba dispuesto a venir a Uruguay. Me lo preguntaron, me pegué una sorpresa fenomenal. Y cuando uno se hace cura no anda preguntando a dónde va o dónde no.
P.R: Ustedes cuando llegaron a Uruguay, llegaron a una realidad que les costó mucho, incluso lo material…
P.B: Lo único que me traje de la casa de mis padres fue una cajita para la llave del sagrario, cuando tuviéramos oratorio. No se me ocurrió traer, viniendo en barco, una frazada, unas sábanas, unas toallas, nada.
P.R: ¿Y cómo fueron los primeros tiempos?
P.B: Llegamos bien de noche me acuerdo. Nos estaban esperando las únicas dos familias que conocían la Obra, las familias Gianolli y Abel, que ellos quizás no se daban cuenta lo que representaba llegar a un país totalmente nuevo, de noche, después de un viaje de 14 días. Encontrarte gente que viene a saludarte, te llama por tu nombre y que te sientes rápidamente identificado con ellos, eso es un regalo del Cielo, no cabe dudas. Llegamos a las 11 de la noche, luego nos acompañaron a casa ; habían preparado un pequeño brindis pero no pudo ser porque todavía era ayuno eucarístico. Y entonces nos quedamos los tres, el P. Fernández Vallespín seguía para Buenos Aires pero el barco hacía noche en Montevideo. Cuando llegó el momento de ir a la cama había sólo dos sommiers y éramos tres. Gracias a Dios no nos peleábamos por las camas y el que terminó en el piso fue el P. Fernández Vallespín que nos dijo “vosotros a la cama que yo me las arreglo”. Y él agarró unas cortinas limpias pero viejas que había, se fue a otra habitación y paso la noche sobre el acogedor piso de madera…y es que no había otra cosa. Pero como siempre nunca faltó lo necesario, enseguida encontramos unas cuantas familias que nos abrieron los brazos, que nos ayudaron muchísimo. Así que ahí un poco la cosa de que si teníamos para comer o no teníamos… siempre teníamos para comer. Que no fuera para comer caviar está bien… pero para comer teníamos.
P.R: Me contaron una anécdota. Que en un momento ustedes dos cayeron enfermos, vino un doctor, que tengo entendido que no era católico y que su señora sí…
P.B: Efectivamente, sería por finales del 56 o 57, que hubo una pequeña epidemia de gripe asiática o algo así. Y es verdad que nos la agarramos el P. Agustín y yo. Estábamos en cama y el doctor Herrera Ramos estaba casado con la dueña de la casa, y como vivían al lado en seguida vino a vernos. Enseguida, no había que pedirle horario. El decía que no tenía la suerte de tener fe. Yo creo que él está en el Cielo, era un hombre muy bueno, muy bueno. Pero el nos vio, y al rato cayó un sobrino suyo con unas latas de guayabada y de esas cosas. Parece que el doctor comentó en la casa que esos dos curas (por nosotros), más que gripe era que estaban muy flacos los dos, jajaja. Pero es que nosotros somos delgados.
P.R: ¿Alguna vez tuvo ganas de volver?
P.B: Recuerdo un momento claramente. Yo tenía que tomar de mañana bien temprano el 121 hacia Punta Carretas para celebrar la Misa en la casa de las mujeres de la Obra. Y recuerdo una mañana, de estas de viento y de lluvia, en fin que tenemos acá como en todas partes, y recuerdo que yo llevaba una bolsita con los purificadores y demás para que las chicas los lavaran, un paraguas y en ese tiempo además los curas íbamos con sombrero y unas clavinas. Entonces bajé del ómnibus, se me voló el sombrero, el paraguas se me volvió, la clavina se me vino a la cabeza, y yo dije: “¿qué demonios hago yo acá?” La única vez que se me ocurrió pensar: “yo estoy loco, que hago acá”. Pero llegué a la Misa, que en ese tiempo era de liturgia antigua, y decía: “Tu es sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech”. Y me dije bueno, aquí está la contestación, de aquí a la eternidad. Nunca más se me ocurrió volverme a plantear el futuro, me sentí perfectamente ubicado en el país desde la llegada. Creí que iba a identificarme más en el modo de hablar, pero ya ven que después de 60 años sigo siendo, en eso, un gallego recién llegado. Pero la gente me decía, no se preocupe por eso, usted hable como le sale. Desde entonces hablo como me sale.
P.R: Mirando ahora, 60 años después, con todas las presencias de la Obra tan importantes para la sociedad, ¿cómo está viviendo esta etapa, esta realidad ya afianzada?
P.B: Le repito mucho al Señor una jaculatoria que escuché una vez a Don Álvaro del Portillo: “Gracias, perdón y ayúdame más”. Darle muchas gracias, porque yo cuando vine pensaba tengo que hacer el Opus Dei que consiste en difundir la santidad en la vida ordinaria. Una manera buena de hacerlo es comenzar por los jóvenes, pues bueno vamos a empezar por los jóvenes. Y ante la pregunta “¿usted pensaba que iba a haber una escuela agraria o una universidad?”, no nunca lo pensé. Yo pensé que la Obra iba a prender acá como en todas partes y lo importante es que hubiera gente que buscase la santidad en la vida ordinaria. Y luego durante cinco años no conseguimos nada en cuestión vocacional sacerdotal. Pero luego el Señor empezó a enviar vocaciones: fíjense que hoy día hay gente, algunos sacerdotes, pero la mayoría laicos que conocían el Opus Dei acá y que están hoy en China. Un sanducero, por ejemplo, que está en Hong Kong. Hay gente del Uruguay que está en Letonia y en Lituania.
P.R: Para terminar, ¿le queda algo pendiente como sacerdote de la Obra?
P.B: Pues seguir haciendo la Obra, en servicio de la Iglesia local, que para eso vinimos. Nosotros en el Opus Dei no vinimos para que fuera una república independiente, sino para servicio de la Iglesia local. Sin el permiso expreso del Obispo no habríamos puesto los pies aquí. Tuve la gran alegría, eso sí, de escuchar al Cardenal Daniel Sturla el otro día, con la Catedral llena de gente, diciendo cosas lindas de la Obra. ¿Quién no se siente bien pagado por lo vivido viendo cosas así? Estoy activo para la edad que tengo, con siete by-pass en el corazón, tengo el corazón hecho pomada. Tengo que cuidarme del frío y de no levantar pesos porque el corazón se para sólo una vez. Yo nací en el 27 como los Ford T, que tenían una carrocería de tanque más que de auto pero el motor del 27. Así que yo me siento como un Ford T, la carrocería perfecta pero el corazón frágil. Hay que estar preparado. Además yo ya tengo mi lugar acá, ya me caducó el pasaporte hace un par de años y ni lo he renovado. Tengo la idea de que me quedo acá. Yo en broma digo que tengo un apartamentito allí en el Buceo con vista al mar,jajaja.
P.R: Gracias P.Gonzalo por esa decisión, esa valentía de haber aceptado la propuesta del Padre, de junto con el P. Agustín venir a Uruguay y ser hoy una realidad tan importante para nuestra Iglesia.
P.B: Rezar, rezar, rezar. Todos por todos tenemos que rezar. Si los cristianos rezáramos todos mucho más unos por otros, en lugar de criticarnos como tantas veces sucede, habría paz en el mundo entero. Reza y ya está, yo no veo otro camino.
Opus Dei, P. Agustín Falceto, P. Gonzalo Bueno, san Josemaría Escrivá de Balaguer