Queridos hermanos:
Celebramos la Misa para nutrirnos de Cristo, que se nos da en la Palabra y en el Sacramento del Altar. En el momento de la comunión que hoy contemplamos, Jesús se nos sigue dando en su Cuerpo y en su Sangre, por el ministerio de la Iglesia, como hizo con los discípulos en la Última Cena.
Jesús se nos sigue dando en su Cuerpo y en su Sangre, por el ministerio de la Iglesia
Después de la Fracción del Pan, el sacerdote nos invita a mirar «al Cordero que quita el pecado del mundo», reconociendo la distancia que nos separa de la santidad de Dios y de su bondad al darnos como medicina su preciosa Sangre, derramada para el perdón de los pecados. Somos, por tanto, convocados «al banquete de bodas del Cordero», reconociéndonos indignos de que entre en nuestra casa, pero confiados en la fuerza de su Palabra salvadora.
Caminamos hacia el altar para nutrirnos de la Eucaristía, para dejarnos transformar por quien recibimos, como dice san Agustín: «Yo soy el alimento de las almas adultas; crece y me comerás. Pero no me transformarás en ti como asimilas los alimentos de la carne, sino que tú te transformarás en mí».
Con la oración de la comunión damos gracias a Dios por este inefable don y le pedimos también que transforme nuestra vida
La Liturgia eucarística se concluye con la oración de la comunión. En ella damos gracias a Dios por este inefable don y le pedimos también que transforme nuestra vida, siendo medicina en nuestra debilidad, que sane las enfermedades de nuestro espíritu y nos asegure su constante protección.
SaludosSaludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Exhorto a la comunión frecuente, haciendo presente el misterio de amor que se encierra en el Sacramento, para que la unidad con Cristo y con su Iglesia se manifieste en nuestro actuar cotidiano y testimonie nuestra vida nueva en Cristo. Gracias.
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