Novena a la Inmaculada en preparación al 8 de diciembre

Es una piadosa costumbre que se extiende desde el 30 de noviembre hasta la gran solemnidad del 8 de diciembre. Para vivirla mejor, ofrecemos videos, audios y textos de san Josemaría, que pueden ayudar en el trato con la Virgen en los días previos a la Fiesta de la Inmaculada Concepción.

© Prelatura del Opus Dei

La Novena de la Inmaculada es una costumbre que ha cristalizado en la Iglesia para preparar la gran solemnidad del 8 de diciembre. San Josemaría aconsejaba a sus hijos del Opus Dei que cada uno la viviera personalmente, del modo que considerase más oportuno: poniendo, más empeño en la conversación asidua con la Virgen, con un delicado esmero en la oración, la mortificación, el trabajo profesional; y procurando que parientes, amigos y conocidos —cuantos más, mejor— se acerquen a Jesucristo por medio de nuestra Madre. A Jesús siempre se va y se "vuelve" por María (Camino, 495).

En 1954, el Papa Pío XII proclamó un año mariano en la Iglesia universal, para celebrar el centenario de la definición dogmática de la Inmaculada. San Josemaría nos recordó entonces que el Opus Dei nació y se ha desarrollado bajo el manto de Nuestra Señora. Por eso son tantas las costumbres marianas, que empapan la vida diaria de los hijos de Dios en esta Obra de Dios.

Primer día: 30 de noviembre

En este video, San Josemaría enseña cómo podemos amar a la Virgen con la misma ternura que los niños.

Segundo día: 1 de diciembre

San Josemaría explica que la Maternidad divina de María es la raíz de todas las perfecciones y privilegios que la adornan.

¡Qué humildad, la de mi Madre Santa María! —No la veréis entre las palmas de Jerusalén, ni —fuera de las primicias de Caná— a la hora de los grandes milagros.

—Pero no huye del desprecio del Gólgota: allí está, "iuxta crucem Jesu" —junto a la cruz de Jesús, su Madre. (Camino, 507)

Esa ha sido siempre la fe segura. Contra los que la negaron, el Concilio de Éfeso proclamó que si alguno no confiesa que el Emmanuel es verdaderamente Dios, y que por eso la Santísima Virgen es Madre de Dios, puesto que engendró según la carne al Verbo de Dios encarnado, sea anatema (...).

La Trinidad Santísima, al haber elegido a María como Madre de Cristo, Hombre como nosotros, nos ha puesto a cada uno bajo su manto maternal. Es Madre de Dios y Madre nuestra. (Amigos de Dios, 275)

La Maternidad divina de María es la raíz de todas las perfecciones y privilegios que la adornan. Por ese título, fue concebida inmaculada y es llena de gracia, es siempre virgen, fue subida en cuerpo y alma a los cielos, fue coronada como Reina de la creación entera, por encima de los ángeles y de los santos. Más que Ella, sólo Dios. La Santísima Virgen, por ser Madre de Dios, posee una dignidad en cierto modo infinita, del bien infinito que es Dios. No hay peligro de exagerar. Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima.

Éramos pecadores y enemigos de Dios. La Redención no sólo nos libra del pecado y nos reconcilia con el Señor: nos convierte en hijos, nos entrega una Madre, la misma que engendró al Verbo, según la Humanidad. ¿Cabe más derroche, más exceso de amor? (Amigos de Dios, 276)

Tercer día: 2 de diciembre

La voz de San Josemaría nos explica en este audio de cinco minutos un modo de materializar el amor a Santa María: rezar bien el Santo Rosario.

Cuarto día: 3 de diciembre

San Josemaría, durante una tertulia celebrada en Valencia en 1972 contesta a la pregunta de una de sus hijas, que la Virgen es Madre y como tal nos enseña a caminar en la vida de fe.

Quinto día: 4 de diciembre

San Josemaría, al llegar a México en 1970 en peregrinación al santuario de Guadalupe, comentó: «Cuando vaya a la Villa, tendréis que sacarme de allí con una grúa».

El sábado 16 de mayo, el Padre iniciaba novena a la Virgen Morena. Lo acompañaban don Álvaro del Portillo, don Javier Echevarría y tres personas más. Durante esos nueve días permanecía largo tiempo rezando, con la mirada puesta en la Virgen.

«¿Has oído aquellas palabras del Señor cuando, para manifestar su cariño, dice: pero, es posible que una madre se olvide de sus hijos? Aunque eso sucediera, yo en cambio no me olvidaría del amor que os tengo. Pues tampoco los hijos nos podemos olvidar de la Madre».

El 22 de junio, víspera de su regreso a Roma, estando el Padre reunido con un grupo de hijos suyos, alguien pulsa una guitarra:

«Padre, es una antigua canción popular. Dicen que es demasiado dulzona, pero a mí me gusta. El comienzo es un poco lento»: «Quiero cantarte, mujer, mi más bonita canción, porque eres tú mi querer, reina de mi corazón...»

El Padre poniéndose de pie propuso:

—«¿Por qué no vamos a la Villa todos a cantarle eso a la Virgen, a darle nuestra serenata?».(...) Después entonan «La Morenita» y, así, una y otra letrilla. La emoción cunde, porque allí está un gran trozo del alma de México: se han reunido junto al Padre todos los que recorren este camino de fidelidad a Cristo que es el Opus Dei.

Por su parte, Juan Pablo II en su libro ¡Levantaos, vamos! Cuenta: "Todos los polacos creyentes van en peregrinación a Czstochowa. Yo también iba allí desde pequeño para participar en una u otra peregrinación. En 1936 hubo una muy grande de la juventud universitaria de toda Polonia, que concluyó con el solemne juramento ante la Imagen. Luego se ha repetido cada año (…).

Quizá de aquellas peregrinaciones a Jasna Góra nació el deseo de que los primeros pasos de mi peregrinar como Papa se dirigiesen a un santuario mariano. Este deseo me llevó, en el primer viaje apostólico a México, a los pies de la Virgen de Guadalupe. En el amor que tienen los mexicanos y en general los habitantes de América Central y del Sur por la Virgen de Guadalupe —amor que se expresa de modo espontáneo y emotivo, pero muy intenso y profundo— hay numerosas analogías con la devoción mariana polaca, que fraguó también mi espiritualidad. Afectuosamente llaman a María la Virgen Morenita, nombre que puede ser traducido libremente como, Virgen Negra. Hay allí un canto popular muy conocido que habla del amor de un muchacho por una muchacha; los mexicanos refieren este canto a Nuestra Señora. En mis oídos resuenan siempre estas melodiosas palabras:

Conocí a una linda Morenita... y la quise mucho. Por las tardes iba yo enamorado y cariñoso a verla. Al contemplar sus ojos, mi pasión crecía. Ay Morena, Morenita mía, no te olvidaré. Hay un Amor muy grande que existe entre los dos, entre los dos..."

Sexto día: 5 de diciembre

Las jaculatorias son oraciones breves y afectuosas que se dirigen a Dios y a su Madre, madre de Dios y madre nuestra.

San Josemaría las tomaba de la Sagrada Escritura o del tesoro de la tradición cristiana; otras veces surgían espontáneas: siempre estaban estrechamente relacionadas con la vida, con sus necesidades y las del mundo entero. Las decía poniendo todo el corazón y toda la intensidad de que era capaz.

"Di: Madre mía —tuya, porque eres suyo por muchos títulos—, que tu amor me ate a la Cruz de tu Hijo: que no me falte la Fe, ni la valentía, ni la audacia, para cumplir la voluntad de nuestro Jesús.

¡Oh Madre, Madre!: con esa palabra tuya —"fiat"— nos has hecho hermanos de Dios y herederos de su gloria. —¡Bendita seas!"

"¿Que por momentos te faltan las fuerzas? —¿Por qué no se lo dices a tu Madre: consolatrix afflictorum, auxilium christianorum..., Spes nostra, Regina apostolorum? Consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos..., Esperanza nuestra, Reina de los apóstoles".

"¡Madre! —Llámala fuerte, fuerte. —Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha".

Monstra te esse Matrem! ¡Muestra que eres Madre!

Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum! Corazón Dulcísimo de María, preparanos un camino seguro".

Sancta Maria, Refugium nostrum et virtus! Santa María, ¡refugio y fortaleza nuestra!

Sancta Maria, filios tuos adiuva: filias tuas adiuva! Santa María, ¡ayuda a tus hijos, ayuda a tus hijas!

Sancta Maria, Spes nostra, Sedes Sapientiae, ora pro nobis. Santa María, esperanza nuestra, asiento de la Sabiduría, ¡ruega por nosotros!

Sancta Maria, Spes nostra, Ancilla Domini, ora pro nobis! Santa María, Esperanza Nuestra, Esclava del Señor, ¡ruega por nosotros!

Dominus tecum! ¡El Señor está contigo! Ave María purísima, sin pecado concebida.

Bendita sea la Madre que te trajo al mundo.

Beata Mater et intacta Virgo, intercede pro nobis! Bienaventurada Madre y Virgen sin mancha, ¡intercede por nosotros!

Domina, ut videam! Domina, ut sit! Señora, ¡que vea! Señora, ¡que sea!

Regina Pacis, ora pro nobis! Reina de la Paz, ¡ruega por nosotros!

Séptimo día: 6 de diciembre

En este video, un sacerdote pregunta a San Josemaría cuál debe ser nuestra auténtica devoción filial para con la Santísima Virgen.

Octavo día: 7 de diciembre

Algunos puntos de San Josemaría para meditar sobre la filiación a Santa María.

Te aconsejo que hagas, si no lo has hecho todavía, tu experiencia particular del amor materno de María. No basta saber que Ella es Madre, considerarla de este modo, hablar así de Ella. Es tu Madre y tú eres su hijo; te quiere como si fueras el hijo único suyo en este mundo. Trátala en consecuencia: cuéntale todo lo que te pasa, hónrala, quiérela. Nadie lo hará por ti, tan bien como tú, si tú no lo haces. (Amigos de Dios, 293)

Madre! —Llámala fuerte, fuerte. —Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha. (Camino, 516)

Madre de la ciencia es María, porque con Ella se aprende la lección que más importa: que nada vale la pena, si no estamos junto al Señor; que de nada sirven todas las maravillas de la tierra, todas las ambiciones colmadas, si en nuestro pecho no arde la llama de amor vivo, la luz de la santa esperanza que es un anticipo del amor interminable en nuestra definitiva Patria. (Amigos de Dios, 278)

No me dejes, ¡Madre!: haz que busque a tu Hijo; haz que encuentre a tu Hijo; haz que ame a tu Hijo... ¡con todo mi ser! —Acuérdate, Señora, acuérdate. (Forja, 157)

Madre mía del Cielo: haz que yo vuelva al fervor, al entregamiento, a la abnegación: en una palabra, al Amor. (Forja, 162)

El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza. (Camino, 492)

Antes, solo, no podías... —Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil! (Camino, 513)

Meditemos frecuentemente todo lo que hemos oído de Nuestra Madre, en una oración sosegada y tranquila. Y, como poso, se irá grabando en nuestra alma ese compendio, para acudir sin vacilar a Ella, especialmente cuando no tengamos otro asidero. ¿No es esto interés personal, por nuestra parte? Ciertamente lo es. Pero ¿acaso las madres ignoran que los hijos somos de ordinario un poco interesados, y que a menudo nos dirigimos a ellas como al último remedio? Están convencidas y no les importa: por eso son madres, y su amor desinteresado percibe —en nuestro aparente egoísmo— nuestro afecto filial y nuestra confianza segura.

No pretendo —ni para mí, ni para vosotros— que nuestra devoción a Santa María se limite a estas llamadas apremiantes. Pienso —sin embargo— que no debe humillarnos, si nos ocurre eso en algún momento. Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de Nuestra Madre Santa María. (Amigos de Dios, 280)

No estás solo. —Lleva con alegría la tribulación. —No sientes en tu mano, pobre niño, la mano de tu Madre: es verdad. —Pero... ¿has visto a las madres de la tierra, con los brazos extendidos, seguir a sus pequeños, cuando se aventuran, temblorosos, a dar sin ayuda de nadie los primeros pasos? —No estás solo: María está junto a ti. (Camino, 900)

Te daré un consejo, que no me cansaré de repetir a las almas: que ames con locura a la Madre de Dios, que es Madre nuestra. (Forja, 77)

Di: Madre mía —tuya, porque eres suyo por muchos títulos—, que tu amor me ate a la Cruz de tu Hijo: que no me falte la Fe, ni la valentía, ni la audacia, para cumplir la voluntad de nuestro Jesús. (Camino, 497)

Si estás orgulloso de ser hijo de Santa María, pregúntate: ¿cuántas manifestaciones de devoción a la Virgen tengo durante la jornada, de la mañana a la noche? (Forja, 433)

¡Cuánto crecerían en nosotros las virtudes sobrenaturales, si lográsemos tratar de verdad a María, que es Madre Nuestra! Que no nos importe repetirle durante el día —con el corazón, sin necesidad de palabras— pequeñas oraciones, jaculatorias. La devoción cristiana ha reunido muchos de esos elogios encendidos en las Letanías que acompañan al Santo Rosario. Pero cada uno es libre de aumentarlas, dirigiéndole nuevas alabanzas, diciéndole lo que —por un santo pudor que Ella entiende y aprueba— no nos atreveríamos a pronunciar en voz alta.

Te aseguro que, si emprendes este camino, encontrarás enseguida todo el amor de Cristo: y te verás metido en esa vida inefable de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Sacarás fuerzas para cumplir acabadamente la Voluntad de Dios, te llenarás de deseos de servir a todos los hombres. Serás el cristiano que a veces sueñas ser: lleno de obras de caridad y de justicia, alegre y fuerte, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. (Amigos de Dios, 293)

8 de diciembre: Inmaculada Concepción

En 1854 el Papa Pío IX, declaró solemnemente la Inmaculada Concepción de la Virgen, que celebramos cada 8 de diciembre.

Esto significa que fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original desde el primer instante de su concepción —por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente— en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano.
El ángel Gabriel, entrando en su presencia, dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". (Lc, 1,28)

Para este día, algunos textos de san Josemaría para meditar sobre el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen.

Busca a Dios en el fondo de tu corazón limpio, puro; en el fondo de tu alma cuando le eres fiel, ¡y no pierdas nunca esa intimidad!

—Y, si alguna vez no sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves a buscar a Jesús dentro de ti, acude a María, "tota pulchra" —toda pura, maravillosa—, para confiarle: Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que fueras tú, con tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñame —enséñanos a todos— a tratar a tu Hijo! (Forja, 84)

Me conmovió la súplica encendida que salió de tus labios: "Dios mío: sólo deseo ser agradable a tus ojos: todo lo demás no me importa. —Madre Inmaculada, haz que me mueva exclusivamente el Amor". (Forja, 1028)

¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!... —Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole: Dios te salve, María, Hija de Dios Padre: Dios te salve María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios! (Camino, 496)

Cuando te veas con el corazón seco, sin saber qué decir, acude con confianza a la Virgen. Dile: Madre mía Inmaculada, interceded por mí. Si la invocas con fe, Ella te hará gustar —en medio de esa sequedad—de la cercanía de Dios. (Surco, 695)