Marcelo Vidal, padre de familia

No es poca la gente que conoce en Montevideo a “los Vidal”, una familia de 12 hermanos que se distinguen por su buen humor, por ser hombres de trabajo y por su pasión por el fútbol. Marcelo, supernumerario del Opus Dei, era uno de ellos. Falleció a los 49 años, en diciembre de 2004, luego de una larga enfermdad degenerativa. Su esposa, Carolita, lo recuerda así.

Carolita y Marcelo

Marcelo y yo nos ennoviamos en 1976. Él vivía en Montevideo y yo en Tacuarembó. Cinco años estuvimos de novios, tratándonos por carta... Las suyas no bajaban de cuatro hojas donde yo veía cómo se preocupaba por los demás. Las mías no pasaban de una hoja, y él se enojaba...

Marcelo estaba en todos los detalles y en el cuidado de la piedad, de su familia y de sus amigos, a los que valoraba mucho y les dedicaba tiempo y esfuerzo

En 1978 terminó la Escuela Agraria y se puso a hacer “trabajitos” hasta que decidió irse a Argentina. Venía, con suerte, cada dos meses y nuestra comunicación seguían siendo las cartas. Durante una inundación pasé más de un mes y medio sin tener noticias suyas y uno de mis hermanos me decía con ironía: “no te preocupes, se lo llevó la corriente”... 

En el ´81 volvió al país para trabajar en la Escuela Familiar Agraria “Los Nogales”, en Joanicó. Fueron años de mucho sufrir y esperar, luchar y ahorrar, para podernos casar, pero ¡valió la pena! Para mi cumpleaños me regaló el contrato de compra de un apartamento de la calle Pablo de María, que le costó sudor y lágrimas.

Carolita y Marcelo

Marcelo siempre estaba en todos los detalles y en el cuidado de las normas de piedad de su plan de vida espiritual, la confesión frecuente y la Misa, de su familia y de sus amigos, a los cuales valoraba mucho y les dedicaba tiempo y esfuerzo. 

YA CASADOS

Cuando regresamos del viaje de bodas, a comienzos de 1982, nos encontramos con la noticia de que la EFA se cerraba y, para colmo, dos meses después me despidieron a mí de la empresa donde trabajaba, justo cuando supe que estaba embarazada. Ahí comenzó una ardua tarea para encontrar trabajo...

Sería muy extenso contar todos los avatares de nuestra vida, entre varias mudanzas de domicilios por un motivo u otro, mis sucesivos embarazos, todos sin excepción sujetos a total quietud y circlage, mientras él trabajaba todo el día. Cuando volvía a casa, tenía que venir a lavar a mano ropas y pañales, cocinar, hacer mandados, atender a los chicos y bañarlos porque no teníamos ni empleada ¡ni lavarropa!... 

La compra de la casa en que actualmente vivimos, en la Unión, también tuvo sus angustias y emociones. Para empezar, pedían mucho más de lo que podíamos pagar, pero para mí ésta era “la” casa que queríamos, con un gran fondo. Al final, casi por milagro, logramos una buena rebaja. Pero el mismo día en que yo firmaba, le decían a Marcelo que se quedaba sin trabajo. Vuelta a empezar.

Marcelo y Carolita con sus hijos, hace 10 años

Después de un tiempo y de algunas experiencias comerciales frustradas, comenzamos una etapa de muchísimo trabajo que hacíamos en familia: una distribución de productos alimenticios que dejaba buenos dividendos, por lo que pudimos vivir más holgados. Pero por una injusticia que le hicieron perdió ese trabajo, el mismo día en que lo felicitaban por el nacimiento del noveno hijo. Con su gran espíritu y bondad supo perdonar, y se enojaba conmigo porque siempre me costó más hacerlo.

Después consiguió algo con una AFAP y a los pocos meses con una empresa de seguros. En un momento dado tuvo que dejar la AFAP por el cansancio que tenía. Ya se hacían sentir los síntomas de la enfermedad –que aún no sospechábamos- y había adelgazado muchísimo. Pero, por más que tuviera su tiempo bien ocupado, nunca dejó la oración, la lectura espiritual mientras tomaba el mate, porque era el único tiempo que le quedaba. El rosario lo rezaba por la calle todos los días y, siempre que podía, iba a Misa de 12 en la Catedral. 

Entonces me contestó asombrado: “¿Por qué? ¡Si soy FELIZ!”

LA ENFERMEDAD

A mediados del ´97 se empezó a sentir mal: le costaba caminar, arrastraba las piernas, se tropezaba en los cordones de la vereda y, si no conseguía asiento en el ómnibus, no tenía fuerzas para sujetarse y era lo mismo que ir sobre un jabón. 

Luego de numerosos estudios y de dos operaciones en el cuello para aliviarle la opresión de la médula, en el año 2000 le diagnosticaron una esclerosis lateral amniotrófica, una enfermedad degenerativa. Nunca dejó de padecer la compresión medular. 

Fue entonces que empecé a trabajar yo con los seguros. Tenía que caminar mucho y un día, en el que volví agotada, me senté frente a él, estando ya en su silla de ruedas, y le pregunté: “Decime, ¿a veces no tenés ganas de gritar, llorar o patear por no poder moverte y ni poder pasar las hojas del libro, y casi ni hablar?”. Entonces me contestó asombrado: “¿Por qué? ¡Si soy FELIZ!”

Es que era tan grande su espíritu, que había aceptado la voluntad de Dios y se había entregado de tal forma que tenía esa felicidad y esa alegría. Además, como podía estar más tiempo con los hijos, los disfrutaba al máximo.

Por todos los lados por los que pasó, Marcelo hizo cantidad de amigos que, durante su enfermedad, le hicieron mucha compañía. Ahora son amigos de toda nuestra familia.

Pienso en Marcelo constantemente y lo recuerdo sonriente, con su mirada pícara, haciéndonos reír con sus chistes. Estoy segura de que está en el Cielo, y que nos ve y nos ayuda, y nos enseña la fórmula para vivir felices en la tierra, en medio del dolor: amar la voluntad de Dios.