Juan Pablo II y don Álvaro

Durante la Misa celebrada el pasado 23 de marzo por el Siervo de Dios Álvaro del Portillo, el Vicario regional del Opus Dei en Uruguay reseñó en su homilía la estrecha sintonía que Juan Pablo II y don Álvaro mantuvieron en vida.

Ambos han sido Padres y Pastores en sus respectivas funciones, y lo han hecho poniendo en práctica un espíritu de servicio abnegado y humilde hasta el último momento de sus vidas.

En la oración Colecta, al inicio de la Misa, hemos pedido a Dios Padre, “ guarda a tu familia en el camino del bien, que tú le señalaste ”. Esta petición nos recuerda qué importante es que tengamos conciencia de que somos parte de una familia, una gran familia, la familia de los hijos de Dios, la familia de la Iglesia.

Precisamente, hoy nos reunimos para recordar la figura de Mons. Álvaro del Portillo, que para muchos ha sido un Padre cariñoso y fuerte de una familia sobrenatural, parte de la Iglesia: la Obra, el Opus Dei, con todos sus Cooperadores y amigos.

Además, esta Misa se celebra cuando se acerca una fecha importante para la Iglesia y para el Uruguay: la beatificación de Juan Pablo II, el próximo 1 de mayo.

Juan Pablo II y don Álvaro (de quien está avanzado el proceso de beatificación y ya ha terminado la fase instructoria) han vivido heroicamente las enseñanzas del Señor que acabamos de escuchar en el Evangelio: “ el que entre ustedes quiera llegar a ser grande, sea un servidor ”. Ambos han sido Padres y Pastores en sus respectivas funciones, y lo han hecho poniendo en práctica un espíritu de servicio abnegado y humilde hasta el último momento de sus vidas.

El Papa Juan Pablo II y Don Álvaro del Portillo mantuvieron una estrecha relación, incluso desde antes de que Juan Pablo II fuera Papa. Don Álvaro conoció al Cardenal Wojtyla cuando éste era Obispo auxiliar de Cracovia, durante los años del Concilio Vaticano II: se lo presentó otro prelado polaco muy amigo suyo, Mons. Deskur (que había sido compañero de seminario de Karol Wojtyla).

Muchas veces, al saludarse, el Papa le recordaba con cariño a don Álvaro: “Opus Dei… il primo Opus Dei é la Madonna”. “Opus Dei, el primer (en dignidad) Opus Dei –Obra de Dios- es la Virgen”. A lo que don Álvaro asentía feliz.

Así lo recordaba el mismo don Álvaro: “ Cuando no estábamos en las sesiones de trabajo en la Basílica de San Pedro, paseábamos un poco por las naves laterales para descansar. Y fue en uno de esos momentos cuando Monseñor Deskur -era Secretario de una Comisión Conciliar, y yo de otra- me preguntó: ¿quieres que te presente al Obispo Auxiliar de Cracovia, que es muy amigo mío? Venía de frente, paseando con otro. Le dije que me alegraría mucho saludarle, y Monseñor Deskur le pidió que se acercara. Nos encontramos -recuerdo bien hasta el lugar preciso- en la nave lateral derecha entrando por la puerta principal, cerca de las reliquias de un santo oriental: San Josafat. Allí conocí al futuro Papa, entonces un obispo joven, alto, fuerte…”.

Varios años después, en 1978, antes de ser elegido Papa, el Cardenal Wojtyla fue al menos dos veces a almorzar con don Álvaro, en la sede central del Opus Dei, y hubo desde el primer momento una particular sintonía.

Ordenación episcopal de Mons. Álvaro del Portillo (Basílica de San Pedro, 6-I-1991)

Al día siguiente de ser elegido Juan Pablo II, don Álvaro acudió al Hospital Gemelli, para visitar a Mons. Deskur (ese buen amigo común), que había sufrido poco antes una trombosis cerebral, y estaba muy grave. Nadie podía imaginar de ninguna manera que, en su primera jornada papal, Juan Pablo II saldría del Vaticano, para ver a su gran amigo. Esta feliz coincidencia permitió que don Álvaro estuviera unos instantes con el Papa, quien le dio un gran abrazo, con un par de besos -según la costumbre polaca, también común en Italia-, mientras le decía palabras cariñosas. Se saludaban con cariño y mucha confianza. Por ej., recuerdo que muchas veces, al saludarse, el Papa le recordaba con cariño a don Álvaro: “Opus Dei… il primo Opus Dei é la Madonna”. “Opus Dei, El primer (en dignidad) Opus Dei –Obra de Dios- es la Virgen”. A lo que don Álvaro asentía feliz.

Juan Pablo II conocía también que el único poder, la fuerza del Opus Dei era la oración. Le había impresionado fuertemente una carta (en realidad una postal) que monseñor del Portillo le escribió -desde el santuario de la Mentorella- en 1978, en las primeras semanas del Pontificado. En esa postal, le ofrecía el único tesoro de la Obra: la oración y las misas diarias de sus miembros, que entonces eran unos 60.000. Podemos ahora renovar esa intención de apoyar siempre, con las intenciones de nuestras Misas las intenciones del Santo Padre, que son más urgentes e importantes que las nuestras….

Uno de los tantos puntos en los que se daba esa fuerte afinidad era en la importancia que daban al Sacramento de la Reconciliación (...) Se notaba esa fuerte sintonía con Juan Pablo II, como las iniciativas en defensa de la vida humana desde la concepción

Don Álvaro pedía constantemente oraciones para poder ayudar mejor al Santo Padre. Repasando en mi agenda, encontré muchas anotaciones, como una del 17 de marzo de 1980: me dijo “ a las 13.00 tengo entrevista con el Santo Padre. Pedid que sea para el mejor servicio a la Iglesia” . Esto mismo solía repetir a menudo: que rezáramos por el Papa y para que seamos buenos hijos de la Iglesia secundando siempre las intenciones del Romano Pontífice.

Mencioné antes la afinidad que había entre los dos. Uno de los tantos puntos en los que se daba esa fuerte afinidad era en la importancia que daban al Sacramento de la Reconciliación. Basta recordar la impresionante Exhortación Apostólica que Juan Pablo II escribió en 1984, “ Reconciliatio et Paenitentia ”, que conviene repasar frecuentemente. Cuatro años antes de ese documento, en un viaje en coche, en 1980, don Álvaro me comentó que el Romano Pontífice deseaba comenzar a celebrar, en Adviento y en Cuaresma, una Misa para los universitarios de Roma, como solía hacer en Cracovia y facilitar que se acercaran al Sacramento de la Penitencia. Don Álvaro dijo que inicialmente el Papa no había encontrado una respuesta muy entusiasta a esa iniciativa, entre sus colaboradores inmediatos, pero que él –don Álvaro- deseaba ayudar con fuerza y había ofrecido al Santo Padre la disponibilidad de todos los sacerdotes necesarios para las confesiones y estaba impulsando una invitación capilar a los universitarios de Roma, a través de los fieles de la Prelatura.

De hecho, a partir de ese año (1980) el Papa pudo organizar anualmente esas Misas para universitarios, contando siempre con un gran número de sacerdotes de la Obra que estaban en la Basílica de San Pedro, desde varias horas antes, disponibles para confesar. Por este motivo y otros hechos similares, Juan Pablo II solía decir que “los fieles del Opus Dei tienen el carisma de la confesión”; y cuando a don Álvaro le llegaban este tipo de comentarios nos advertía: ojalá que sea así, pero en cualquier caso es una gran responsabilidad que el Santo Padre lo diga y no le podemos defraudar .

Juan Pablo II ante los restos mortales de don Álvaro (Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz, Roma, 23-III-1994)

Ahora que estamos sufriendo distintos conflictos bélicos (por ej. en Libia y en Costa de Marfil) podemos señalar otra de esas afinidades grandes entre Juan Pablo II y don Álvaro: la preocupación real por la paz entre las naciones y la petición constante por esta intención. Recuerdo que el Papa, en un discurso pronunciado en Lyon el 4 de octubre de 1986, pidió a los gobiernos involucrados en distintos conflictos que observaran, "al menos durante todo el día 27 de octubre, una tregua completa en los combates". Ese día iba a celebrarse en Asís una Jornada ecuménica e interreligiosa de oración en favor de la paz. Con este motivo, don Álvaro nos dirigió el día 11 de ese mes una carta fuerte a los Centros de la Prelatura en todo el mundo, con un objetivo bien claro: " nos hemos de esforzar en que suba al Cielo un gran clamor de oración, unida al ayuno, por la paz del mundo "; y pidió que en todos los Centros se celebrara la Santa Misa “ pro pace et iustitia servanda ”.

Por aquella época, animó de nuevo a acudir a la intercesión maternal de Santa María, Reina de la Paz: hacía considerar que " la paz es un bien de valor incalculable, necesario para que las personas y los pueblos puedan vivir y progresar de un modo digno del hombre, imagen y semejanza de Dios. Por contraste, ¡hay tanta falta de paz en el mundo!, ¡hay tanta injusticia, tanto odio, tanta división! ".

Son de verdad innumerables las intervenciones de don Álvaro en este sentido, secundando y reforzando las peticiones del Santo Padre por la paz en distintas situaciones. Para no alargar la homilía, señalaré brevemente una más, con el fin de ayudarnos a rezar más en las circunstancias actuales por conflictos similares o incluso peores. En 1989, Juan Pablo II pidió a los obispos que convocasen un día de plegaria en favor del Líbano. Como Ordinario del Opus Dei, don Álvaro dispuso que todos los fieles de la Prelatura, además de cumplir lo que cada obispo estableciera en su diócesis, dedicaran el 7 de octubre, fiesta de la Virgen del Rosario, a esa oración especial por el Líbano.

Frente a tantas críticas superficiales que a veces le llegaban contra la Iglesia, el Papa o los Obispos, [Don Álvaro] aclaraba que "Un buen hijo habla de su madre con cariño, con comprensión, siempre: no pregona nada peyorativo".

No me detengo ahora en otros temas en los que se notaba esa fuerte sintonía con Juan Pablo II, como las iniciativas en defensa de la vida humana desde la concepción, en defensa de la familia, el cuidado por una liturgia digna, etc.

Resumiendo esta actitud de don Álvaro, puedo testimoniar que se traslucía que su amor al Romano Pontífice y a la Iglesia era profundamente teológico, y también afectuoso, pero nada sentimental: "La Iglesia es santa e inmaculada -sintetizaba- ; es la Esposa de Cristo, siempre joven, siempre bella. Pero está formada por hombres, que sí somos miserables y pecadores. Es injusto fijarse en las manchas de los hijos, y atribuirlas a la Madre". Con este argumento sencillo, hacía frente a tantas críticas superficiales, o a las susurraciones y habladurías que a veces le llegaban contra la Iglesia, el Papa o los Obispos; aclaraba que "Un buen hijo habla de su madre con cariño, con comprensión, siempre: no pregona nada peyorativo ".

Esta frase resume muy bien su carácter afable, positivo y su prudencia ejemplar. Dentro de poco más de un mes veremos en los altares a Juan Pablo II. Rezamos para que también podamos ver, en su momento, la beatificación y canonización de don Álvaro, a quien Juan Pablo II quería con afecto sincero (el mismo 23 de marzo, de tarde, a las pocas horas de conocer la noticia de su fallecimiento, fue a rezar emocionado ante los restos de don Álvaro) y a quien escuchaba siempre con atención.

Acudimos a la intercesión de Santa María, a la que Juan Pablo II y don Álvaro querían con devoción filial, para que nos ayuden a ser buenos hijos de la Iglesia y a sentir la responsabilidad de la evangelización, como ellos la sintieron y vivieron.