Desde los primeros momentos de la fundación del Opus Dei, Josemaría Escrivá tuvo conciencia y manifestó por escrito que la Obra tenía un horizonte universal y aspiró a extender globalmente el mensaje de la santidad en medio del mundo.
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Ese proyecto se materializó durante el pontificado de Pío XII (1939-1958). Por entonces, la Iglesia tuvo una vitalidad y un crecimiento extraordinarios. También el Opus Dei fue acogido por laicos y sacerdotes de diversas partes del mundo, a las que hombres y mujeres de la Obra llegaron en estas décadas.
El nuevo libro coordinado y editado por los historiadores Fernando Crovetto y Santiago Martínez narra cómo fue esa realidad. A través de diez estudios realizados por investigadores y colaboradores del Instituto de Histórico san Josemaría Escrivá (Roma) y del Centro de Estudios Josemaría Escrivá (Pamplona), se ofrece un mapa sobre la primera expansión internacional del Opus Dei.
Cada capítulo señala los ritmos y las dimensiones de ese proceso y los ubica en sus contextos religioso, cultural, social o político. Además, rescata a los hombres y mujeres que difundieron el mensaje de santidad en medio del mundo en distintos continentes.
Santiago Martínez y Fernando Crovetto son investigadores del Instituto Histórico san Josemaría Escrivá. Crovetto es profesor de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma). Martínez Sánchez es director del Centro de Estudios Josemaría Escrivá y profesor de la Universidad de Navarra (Pamplona). Con ocasión del lanzamiento del libro conversamos con ellos sobre algunas cuestiones.
¿Qué características tuvo el catolicismo de mediados del siglo XX, concretamente durante el pontificado de Pío XII?
Martínez Sánchez: Fue un catolicismo pujante, con seminarios llenos, con una Acción Católica –al menos en Europa y América– con mucha fuerza y con un asociacionismo católico en buen estado. La Iglesia no tuvo por entonces especiales problemas doctrinales o disciplinares. Ese período de la postguerra mundial, caracterizado por la reconstrucción material y moral del mundo, fue también un momento de renovación espiritual de la Iglesia Católica. Después del Concilio Vaticano II sobrevino una nueva dinámica, en parte de crisis e incertidumbre. En definitiva, durante el pontificado de Pío XII se da una etapa de transformación material, moral, psicológica y espiritual colectivas, de la sociedad y de la Iglesia.
Crovetto: Ese contexto ofrece una oportunidad a la Iglesia para proponer la reconstrucción espiritual que ve necesaria por entonces, porque hay un desafío cultural, una búsqueda de sentido y un deseo de que el pensamiento cristiano pueda influir nuevamente en la sociedad. La forma de concretarlo es a través de las instituciones laicas que cobran mayor fuerza en esos años. Ciertamente ese momento de la historia es de crecimiento de iniciativas apostólicas y de internacionalización de la Iglesia.
Sin embargo, a veces he interpretado esa etapa como un período de contraste. Por un lado, se observa mucha vitalidad. Pero, por otro, se produce una apostasía de las masas, una secularización; hay una cultura y una sociedad que están dejando de ser cristianas. Todo ello se verá luego con más fuerza.
¿En qué medida el contexto mundial y eclesiástico de esos años fue favorable para que el Opus Dei se expandiera fuera de España y experimentara un rápido crecimiento?
Martínez Sánchez: Lo que ocurre en la Iglesia católica influye muchísimo en el Opus Dei. Por supuesto que los años del pontificado de Pío XII le ayudaron a expandirse. Ese proceso estuvo determinado por dos factores. Por un lado, el Opus Dei se entiende a sí mismo como un fenómeno global, como una realidad universal. Por otro lado, la Obra tiene un mensaje espiritual al que son muy sensibles los obispos, especialmente en todo lo que tenga que ver con la evangelización de ambientes intelectuales.
Crovetto: Todo ello se da en un contexto de guerra fría: dos bloques enfrentados y el miedo a la posible influencia comunista. Muchos eclesiásticos detectan que los universitarios católicos pierden la fe o la práctica religiosa al llegar a la universidad. En muchos casos, esta problemática se presenta en el Vaticano, donde se conoce que el Opus Dei ha trabajado en España con universitarios y, entonces, recomiendan a los obispos ponerse en contacto con la Obra. A través de esas recomendaciones, el Opus Dei es invitado a varios países para emprender iniciativas apostólicas con universitarios y, después, otros apostolados, porque su labor no se limita al mundo académico.
Esa situación marca su ritmo de la expansión, siendo posible identificar dos momentos. Uno cuando la institución va a un nuevo país sin ser invitada. Es decir, sus miembros viajan por razones profesionales o académicas e intentan poner en marcha iniciativas apostólicas. En esos escenarios cuesta mucho que cuaje el mensaje y de hecho en algunos casos regresan. Un segundo momento se da a partir del año 50, cuando se comienza a viajar a lugares donde los prelados piden ayuda para sus diócesis. Eso hace que la expansión sea “más sencilla”.
Martínez Sánchez: En la medida en que la institución es llamada, hay más posibilidades de que el mensaje arraigue. Aquellos eclesiásticos que solicitan ayuda al Opus Dei, son precisamente los que han descubierto la importancia del papel del laico. Por tanto, tienen una especie de empatía o simpatía natural hacia lo que la Obra es y lo que ésta puede aportar y significar para su diócesis.
Hay que tener en cuenta que el Opus Dei puede desarrollarse donde la Iglesia está activa. Eso sucede en muchos escenarios en los años 50 y, al contrario, un poco después, cuando el catolicismo se desmorona después del Concilio Vaticano II en países como Bélgica u Holanda. Hoy, sin ir más lejos, en España la sociedad está más secularizada y la labor del Opus Dei cuesta más, como es lógico.
¿Cómo fue pensada la expansión de la Obra por el fundador? ¿Cómo se puso en marcha ese proyecto?
Martínez Sánchez: Fue una estrategia fundamentalmente centrada en las personas. Se pensó enviar grupos reducidos de hombres y mujeres, entre ellos algún sacerdote, para facilitar la integración e inculturación en esos países.
Nunca se pensó en una labor previa de propaganda. El Opus Dei no lanzó periódicos ni revistas, ni antes de su llegada a un nuevo sitio buscó difundir “Camino”, el primer libro escrito por el Fundador. En último término, san Josemaría no quiso que la expansión fuera fría, sino cálida y amable a través de personas, del contacto uno a uno.
Esos primeros que llegaban a un nuevo país se ponían en contacto con la gente del lugar a través de sus realidades profesionales, en su propio espacio de trabajo. También creaban iniciativas con una dimensión pública que pudiesen ayudar a conocer gente. Por lo general, los varones comenzaban con una residencia universitaria y las mujeres con escuelas hogares. Hay que tener en cuenta que el gran eco del movimiento feminista es posterior a los años 50. En ese sentido, el Opus Dei es deudor de su contexto e impulsa iniciativas en función de las necesidades de las sociedades e iglesias locales.
Crovetto: También se puede hablar de una estrategia geográfica. Es decir, desde el principio se intenta que no se realice la expansión sólo en Europa. Se busca llegar a América, empezando por Estados Unidos y México. Un país de lengua inglesa y otro española. Esta expansión se empieza en el 48, logrando diez años más tarde llegar a otros continentes: África y Asia. Es decir, que parte de la táctica era también estar en países muy distintos, no solo los afines como podían ser los países de América Latina en los que existe una cercanía de idioma y cultura con la mayoría de los miembros del Opus Dei, que por entonces eran españoles.
¿Cuáles fueron los principales obstáculos que debieron enfrentar quienes realizaron los viajes de expansión?
Martínez Sánchez: Uno de los primeros obstáculos fue la falta de recursos materiales. Viajaban casi con lo puesto y debían buscarse la vida. Les tocaba poner en marcha iniciativas sin dinero o con escasos recursos humanos. Otro obstáculo fueron las incomprensiones puntuales al mensaje de la llamada universal a la santidad, porque esto también era una idea relativamente nueva. Hay que tener en cuenta que en el siglo XX se redescubre que los sacerdotes, los párrocos, pueden ser santos. Aquella idea se había perdido, al igual que la de que los laicos podemos ser santos.
Crovetto: La vocación a la santidad laical es un mensaje de difícil asimilación en ese momento, porque se entiende que la vocación religiosa y sacerdotal es superior a la laical. Por eso hay algunas pequeñas incomprensiones, que actualmente ya no se dan pero que en aquella época estaban presentes.
Hubo también problemas eclesiásticos puntuales. A veces se cuestionó para qué había ido el Opus Dei a tal diócesis. Eso respondía a la concepción del momento y a la existencia de una estructura eclesiástica más territorial y vertical, que a lo largo del siglo XX va cambiando en la medida en que la Acción Católica y algunos movimientos se extendieron por distintos países.
Por último, también se pueden señalar algunas dificultades básicas que debieron afrontar los miembros de la Obra que viajaban a otros países. Puntualmente el idioma y la cultura.
¿En qué medida las historias sobre hombres y mujeres que protagonizaron el despertar de los laicos a la misión de la Iglesia pueden ser inspiradoras para aquellos que hoy buscan vivir su fe?
Crovetto: Me parece que es muy animante ver personas que se propusieron y lograron difundir un mensaje de santidad. Tuvieron que enfrentarse a una situación que, aunque a veces pensemos que fue mejor a la actual, en realidad no fue así. Cuando vas entrando en ellas, a través de las fuentes documentales, te das cuenta que no fue tan sencillo. Pero lo lograron con serenidad y bastante trabajo. A mí eso me anima porque también hoy tenemos dificultades pero, igual que ellos, podremos sacarlas adelante.
En ese sentido, el estudio de la historia humaniza a sus protagonistas y podemos ver que no tuvieron capa, sino que afrontaron una realidad similar a la que nos pasaría a cada uno de nosotros si tuviéramos que empezar hoy una iniciativa en un lugar donde no conocemos a casi nadie. Sin embargo, pasa el tiempo y aquello sirvió, fructificó. Eso es un estímulo para los cristianos de hoy que tenemos muchos desafíos por delante.
Martínez Sánchez: Sin duda ninguna, fueron hombres y mujeres profundamente convencidos de la fuerza y belleza del mensaje que tenían entre manos. Da igual a quién mires: sacerdotes o seglares, hombres o mujeres, casados o célibes. Aquella primera generación, en sentido amplio de la palabra, comprendió y trató de vivir muy bien el espíritu de la Obra, sin cosas raras. Ojalá nosotros también hoy podamos tener este mismo convencimiento sobre la belleza, utilidad y bondad para los demás de ese mensaje.
Otro punto para reflexionar es que el mensaje de la Obra tuvo acogida porque había sed de algo que ayudase a vivir la fe y el deseo de servir a la sociedad sin abandonar tus convicciones religiosas. Hoy también hay mucha gente que busca algo distinto de la oferta material o hedonista que tenemos por todas partes porque sienten que no calma la sed. Descubrir que hay personas contentas, que viven un ideal de servicio hoy como ayer, me parece que ayuda a querer participar de este ideal cristiano.