"El secreto de la vida reside en la sonrisa y en la humildad" (G.K Chesterton)
El próximo sábado 27 será beatificado en la ciudad de Madrid, el venerable Álvaro del Portillo, obispo prelado del Opus Dei y primer sucesor de San Josemaría Escrivá. El nuevo beato estuvo en tres oportunidades en nuestro país, acompañando a San Josemaría durante su catequesis por América. Su presencia callada pero eficaz al lado del fundador fue siempre ejemplo e inspiración de fidelidad a la Iglesia, desempeñando numerosos encargos de servicio a la santa sede durante el Concilio Vaticano II y hasta el final de su vida. Un hombre admirable que entre otras muchas cualidades estaba dotado de un intelecto privilegiado, que lo llevó a acumular cuatro doctorados académicos.
Pero al mismo tiempo un hombre lleno de Dios que transmitía paz y serenidad a todos los que lo conocieron, debido a su profunda humildad y fe en Jesucristo.
Don Álvaro del Portillo tuvo una gran capacidad de hacer amigos. Tal vez una de sus amistades más significativas fue la que mantuvo con San Juan Pablo II. Coincidieron durante varios años en Roma, y estuvieron en contacto directo en un sin número de ocasiones. Esta amistad llevó a que el 23 de marzo de 1994 al morir Don Álvaro, el entonces Papa Juan Pablo II acudiera inmediatamente a rezar frente sus restos mortales. En esa oportunidad, al llegar el momento de pedir por el alma del difunto, Juan Pablo II con la intuición de los santos y la autoridad del Obispo de Roma, quiso rezar una Salve. El tiempo nos ha mostrado la razón.
Desde su tránsito al Cielo, muchos experimentamos la intercesión poderosa de Don Álvaro, desde cosas muy pequeñas y cotidianas, hasta en grandes favores de tipo material y moral.
Un verdadero amigo al que se puede acudir en las más diversas ocasiones y que, como fue su vida en la Tierra, está pendiente de ayudar a todos los que acuden a él, ahora en el Cielo.