Mi nombre es Francisco, tengo 34 años, soy de Badajoz y soy cocinero. Procedo de una familia numerosa y he constituido otra. Tengo un restaurante y me dedico a la restauración, después de estudiar Dirección y Administración de empresas hoteleras y cocina.
Cuando era más joven influyó mucho asistir con el Club Juvenil Puentenuevo, en 2011, a la Jornada Mundial de la Juventud. Cuando llegué a Madrid, vi mucha gente joven y esa sensación me encantó: reconforta sentirte integrado, saberte uno más, comprobar que hay mucha gente con tus mismas convicciones y otros que las adquieren allí.
En la Obra me siento arropado
Tras esa Jornada Mundial de la Juventud procuré vivir una vida cristiana intensa, ir a misa casi todos los días, etc. En definitiva, tener una relación cercana con Dios. Hasta que llegó el momento en el que entendí que el camino al que Dios me llamaba era el Opus Dei y tomé la decisión de pedir la admisión en la Obra, hace ahora dos años.
En su momento dudé en solicitarla por el compromiso que suponía, pero luego me arrepentí de no haberlo hecho antes, porque descubrí que en la Obra se trata de recomenzar en tu vida cristiana las veces que haga falta. Recomenzar cada día es reconocer que me he equivocado y que Dios no se cansa de perdonarme. Por eso en la Obra me siento arropado, seguro, ayudado para avanzar en mi camino cristiano.
En estos dos años, he afianzado todo aquello que había vivido en mi familia y aprendido de mis padres, que también son de la Obra. Pienso que aunque los católicos estudiamos Religión en el colegio, y con frecuencia se añade la formación que recibimos en casa, llega un momento –cuando te encuentras en el medio del mundo, por así decirlo–, que necesitas un apoyo más constante y una formación más profunda, que te ayude a encontrar a Dios en tu trabajo y en tu vida familiar.
Cuidar a la familia y a los empleados
Soy cocinero y propietario de un restaurante, sinónimo de estar activo veinticuatro horas al día y siete días a la semana. No es tanto, estoy exagerando, pero es verdad que me levanto muy temprano y me acuesto muy tarde, porque al ser cocinero y dueño del local hago un poco de todo.
En mi vida, la familia es lo más importante. Formo parte de una familia numerosa y nos hemos criado con mucho amor, con mucho cariño, con mucha cercanía. Nuestros padres nos han inculcado que Dios y la familia son lo primero. Creo que es donde se sustenta todo edificio bien edificado, en la familia.
Mi mujer y yo tenemos tres hijos, e intentamos estar el máximo tiempo posible con ellos: es mi obligación y me hace muy feliz. Al tener ambos un trabajo exigente, procuramos planificar bien el día: desayunar con ellos, llevarlos al colegio, ayudarles con las tareas cuando vuelven, acompañarles a actividades extraescolares para que disfruten, etc.
Los domingos es nuestro día preferido: descansamos del trabajo, vamos a Misa, disfrutamos de la comida… Aunque en mi sector los domingos se trabaja, nosotros intentamos que ese día sea para la familia. Aunque mis hijos son todavía pequeñitos, procuramos que vivan cerca de Dios, les llevamos a Misa, les enseñamos a rezar…
Me parece que la mejor manera de evangelizar es a través del ejemplo. Procuramos transmitir a la gente que trabaja con nosotros tranquilidad, templanza, alegría, aunque se trate de una profesión sacrificada.
Por este motivo cerramos el restaurante los domingos por la tarde, los lunes y otro día por la noche. Y hemos llegado a la conclusión –gracias a Dios podemos planteárnoslo– de que queremos cerrar el domingo entero y otro día más, para que los empleados también puedan compatibilizar el trabajo con su familia, para que tengan tiempo para disfrutar de la vida en familia, que es lo que da sentido a todo.
Una estampa de san Josemaría
Procuro tener muy presente a Dios en mi vida cotidiana y a san Josemaría. Hemos puesto su estampa en la barra del restaurante y algunos nos preguntan por él. Aprovecho para explicarles que soy de la Obra y que san Josemaría es el santo que ayuda a santificar el trabajo… Les doy a entender que queremos hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible para ellos y para ofrecérselo a Dios.
En estos dos años en que he recibido la formación del Opus Dei, una de las cosas que he aprendido es su universalidad. Algunos no conocen la Obra, que no es otra cosa que un medio para que la gente corriente sepa acercarse a Dios. Todos necesitamos a Dios en nuestra vida, y cuando llegas a la Obra te das cuenta de que no es algo exclusivo para unos pocos, sino que está al alcance de todas aquellas personas que tengan esa vocación de servir a Dios y los demás.
Al lado de Dios no tienes miedo
Mi esposa y yo nos casamos bastante jóvenes –a los veinticinco años–, y montamos el negocio a los seis meses de casarnos, con tres empleados que a los pocos meses se convirtieron en trece. Algunos amigos, que ahora se están casando y empiezan a tener familia, me preguntan: ¿cómo te atreviste tan joven? Y aunque pueda sonar aventurado, les digo que simplemente lo ponía en manos de Dios. Que en ese momento esperaba que todo saliese bien, pero que si no hubiera salido como lo tenía planeado sabía que Dios tenía otro plan para mí.
Al lado de Dios no tienes miedo. Puedes tener incertidumbre sobre cómo saldrá, pero miedo no, porque sabes que el final siempre va a ser bueno. Y si ese no era tu camino se te cerrará esa puerta, pero se te abrirán otras. Confiar en la Providencia Divina es lo mejor para vivir con valentía y con ganas de acometer nuevas empresas.