«Cambié mi vida para siempre»

Tras una infancia marcada por una carencia extrema, a los 13 años pudo salir de la calle al conseguir un puesto en un taller mecánico. Y su vida cambió para siempre. Con el paso de los años, Felipe pudo transformar el dolor en servicio y encontró a Dios en lo cotidiano de cada día. Hoy tiene su empresa y una fundación que da trabajo a gente en situación de calle.

La historia de Felipe (Argentina) forma parte del multimedia «El viaje del viaje», que se editó con ocasión del 50 aniversario de las catequesis de san Josemaría por América del Sur. A continuación reproducimos su testimonio.


Una infancia marcada por el rechazo y la calle

Nací en Concepción de Tucumán. Mi madre tuvo un desencuentro con mi padre, a quien nunca conocí. Luego, ella se mudó a Buenos Aires y se relacionó con otra persona, pero este hombre no me aceptaba como su hijo biológico. Desde entonces, empecé a sentir la discriminación y el maltrato. A menudo vivía más en la calle que en casa. Un día, antes de cumplir los 8 años, decidí irme definitivamente y nunca regresé.

Desde ese momento, empecé a vender pastillas y a pedir en los trenes. Veía a muchas madres con sus hijos pequeños, llorando porque no tenían qué comer. Escuchaba cómo rezaban a Dios, y me inspiró a hacer lo mismo. En una ocasión, comí de la basura, lo que me provocó una infección muy fuerte, por lo que me internaron y me pusieron suero. Después de eso, me llevaron a un hogar de menores, donde aprendí a leer y escribir. Permanecí allí hasta los 13 años, cuando decidí escaparme.

Buscando trabajo, encontré un taller mecánico. Aunque no tenía experiencia, me ofrecieron lavar piezas y acepté. A partir de ese momento, mi vida comenzó a cambiar. Conocí a un chofer de Tucumán que me prometió ayudarme a sacar mi licencia de conductor cuando cumpliera 21 años, y así lo hizo. Desde entonces, trabajé como conductor profesional.

Felipe trabajando con uno de sus empleados.

Durante cinco años trabajé como chofer. En ese tiempo, los dueños notaron que tenía habilidades mecánicas, ya que solía arreglar mi propio auto cuando fallaba. Entonces, me pasaron al área de mecánica. Después de completar cinco años en ese trabajo, decidí volver al transporte y mi vida dio otro giro.

El compromiso social: ayuda a personas en situación de calle

Comencé a trabajar en una planta en el parque industrial de Pilar. Siempre quise ser comerciante, así que propuse vender el excedente de producción de la planta. Me dieron la oportunidad y, además, me ayudaron a comprar un camión para distribuir los productos. En poco tiempo, me convertí en empresario.

Hoy, soy proveedor de cloro y otros productos. Mi vida familiar también creció: tengo cuatro hijos, uno de ellos ya se graduó como contadora y trabaja conmigo en la oficina. Mi esposa y yo vivimos en José C. Paz, y, después de un tiempo sin comulgar, decidimos casarnos y recibir todos los sacramentos. Nuestra boda fue una celebración sencilla, pero muy significativa para nosotros.

Más adelante, participé en un proyecto para ayudar a personas en situación de calle. Propuse la creación de un hogar donde pudieran bañarse y comer. Con el apoyo del municipio y del Estado, logramos construir un edificio que aún hoy está en funcionamiento. Al abrirlo, atendimos a 120 personas. El proyecto incluía una red de personas que recorrían las calles buscando a quienes necesitaban ayuda, con la pregunta: “¿En qué te puedo ayudar?” Esa es mi filosofía: ayudar sin juzgar ni lastimar.

Este camino me llevó a comenzar la Fundación San Alberto Hurtado, que opera en mi propiedad y da empleo a personas en situación de calle. Nos encargamos de la logística y el envasado de productos, proporcionando una oportunidad de trabajo digna. En mi negocio, siempre trato de mantener los valores que aprendí y comparto la fe con quienes me rodean.

Una experiencia cercana a la muerte y un nuevo despertar espiritual

En 2016, emprendí un viaje a Turquía, pero allí me enfermé gravemente. Contraje un virus y tuve fiebre muy alta, por lo que me internaron. Estuve a punto de perder la vida, con solo un 20 % de posibilidades de sobrevivir. Mi familia ya estaba preparada para lo peor. Sin embargo, apareció un cardiólogo que realizó un procedimiento que milagrosamente estabilizó mi estado. Desde ese momento, mi recuperación fue sorprendente.

Felipe con su mujer.

Después de esta experiencia, sentí un llamado espiritual. El médico me invitó a unos retiros del Opus Dei, y comencé a asistir todos los sábados. Me dijo que iba a hacer una peregrinación a Tierra Santa y me fui con él. La vocación creo la traje dentro de mí de Tierra Santa. Iba derecho a los retiros, quería algo más en mi vida. Yo lo que no sabía es que podía ser santo con mi trabajo, con mi vida ordinaria. Ahora si vas a mi trabajo verás 

Soy supernumerario del Opus Dei, pero no saco nada de ello, sólo trato de aportar a quien más lo necesita y trato de ser santo en la medida de lo posible en mi vida ordinaria.