Año nuevo, lucha nueva

Artículo escrito por el Vicario regional del Opus Dei, Carlos Ma. González, para la Revista de Negocios del IEEM.

© Opusdei.org.uy

Cuentan que un intelectual estaba muy preocupado por los problemas del país y de la humanidad. Estaba en su casa, dando vueltas al asunto y buscando respuestas a sus inquietudes, cuando uno de sus hijos, que tenía nueve años, entró en su estudio y se puso a hablar con él distrayéndolo. El hombre se puso nervioso por la interrupción y le dijo al niño que se fuera jugar a otro sitio, pero no consiguió que se alejara. Entonces buscó algo para mantenerlo ocupado y vio una revista con un mapa del mundo (o del país, en este caso da lo mismo). Agarró una tijera y cortó el mapa en muchos pedazos. Se los entregó a su hijo, junto con un rollo de cinta adhesiva, y le dijo: “Como te gustan los rompecabezas, te doy este mapa del mundo roto en pedazos —que es como en realidad está, pensó para sí el papá—y ármalo, sin ayuda de nadie”.

Calculó que armar ese mapa le iba a llevar a su hijo unas horas, si es que llegaba a conseguirlo. Sin embargo, pasados unos minutos, escuchó la voz del niño: “Papá, ya lo terminé”. Al principio no se lo tomó en serio. Era imposible que, a su edad, hubiese logrado recomponer un mapa que apenas había visto antes. Levantó la vista y, para su sorpresa, el mapa estaba perfecto. Todos los pedazos estaban en su debido lugar.

“Cuando conseguí arreglar el hombre, di vuelta la hoja y había arreglado el mundo”

Asombrado le preguntó: “Vos no sabías cómo era el mundo, ¿cómo hiciste para armarlo?” La respuesta fue sencilla: “Papá, yo no sabía cómo era el mundo. Pero, cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que en la otra cara del papel estaba la figura de un hombre. Así que di vuelta los recortes y empecé a recomponer al hombre, que sé cómo es. Cuando conseguí arreglar el hombre, di vuelta la hoja y había arreglado el mundo”.

Arreglar al hombre es arreglar el mundo. Arreglar al ciudadano es arreglar al país. Fácil de decir y suena a ingenuidad

Arreglar al hombre es arreglar el mundo. Arreglar al ciudadano es arreglar al país. Fácil de decir y suena a ingenuidad. Pero mayor ingenuidad sería lo contario: hacer programas de gobierno y propuestas de reforma de un país, sin afrontar la visión del hombre que se procura conseguir. Al leer programas y propuestas, parece bueno preguntarse qué modelo de persona y de familia se busca, qué ejemplo de personas se pone, qué imagen dan los gobernantes con su conducta, qué modelo educativo se pretende, etc.

Estas reflexiones me vinieron a la cabeza en Florida el pasado 10 de noviembre, escuchando la homilía del Cardenal Daniel Sturla en la Misa de la Virgen de los Treinta y Tres. Recordó las históricas y abundantes raíces cristianas de la patria. Pero aclaró: “Hoy, en la sociedad plural y democrática que integramos, no se trata de tener nostalgia de nuestra nacimiento cristiano sino de aportar al Uruguay con renovadas energías la verdad que nos hace libres, es decir: el anuncio de Jesucristo (…) la prioridad para nosotros, el servicio más útil a nuestros hermanos, lo más práctico que podemos realizar, la tarea más urgente es hacer presente a Dios y facilitar a todos el acceso a Él”.

En el fondo, más que cumplir un conjunto de reglas, se trata de encontrar un ideal (para los cristianos, una persona: Cristo), por el que vale la pena luchar y mejorar individual y socialmente

Esas frases de Sturla pueden resultar incoherentes en un análisis político: ¿se quiere reformar la sociedad y se concluye que lo más práctico es hablar de Jesucristo? ¿No se mencionan políticas sociales? En realidad, el enfoque va en la línea de la anécdota del niño que arma bien el rompecabezas. Si consideramos los orígenes de la Iglesia católica, encontramos que eran hombres y mujeres sencillos, incultos, la mayoría pescadores, uno de ellos falló feo, traicionando a Jesús. Además fueron perseguidos por el imperio, con pena de muerte si se reunían los domingos. Sin embargo, la institución perdura 21 siglos después, a pesar de los errores y defectos de sus integrantes. Su mensaje va dirigido a la conversión personal, aunque tiene evidentes consecuencias sociales. En el fondo, más que cumplir un conjunto de reglas, se trata de encontrar un ideal (para los cristianos, una persona: Cristo), por el que vale la pena luchar y mejorar individual y socialmente.

Los santos son los verdaderos reformadores. Solo de los santos, solo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo

Como ha señalado Benedicto XVI en 2005, el esfuerzo personal es algo esencial, y eludir esa evidencia es engañarse. Lo explicaba respecto a la Iglesia, pero se puede aplicar a la sociedad civil: "El futuro de la Iglesia solo puede venir y solo vendrá de la fuerza de aquellos que tienen raíces profundas y viven con plenitud su fe. No vendrá de aquellos que hacen solo teorías. No vendrá de aquellos que solo eligen el camino más cómodo. De los que esquivan la pasión de la fe y declaran falso y superado todo aquello que exige el esfuerzo del hombre, que le cuesta superarse y darse a sí mismo. El futuro de la Iglesia está marcado, siempre, por los santos. Por personas que captan más que las solas frases huecas que están de moda (…) En las vicisitudes de la historia, los santos han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han remontado a la humanidad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de precipitar; y la han iluminado siempre de nuevo. Los santos son los verdaderos reformadores. Solo de los santos, solo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo".

Pero hay que entender bien qué quiere decir “santos”. No hablamos de unas caricaturas de personas blanditas, dulcecitas, demasiado místicas, encerradas en la sacristía

Así como una sociedad cristiana se mide por su capacidad de generar santos, una sociedad civil se mide por su capacidad de engendrar ciudadanos honestos. Pero hay que entender bien qué quiere decir “santos”. No hablamos de unas caricaturas de personas blanditas, dulcecitas, demasiado místicas, encerradas en la sacristía. Tomados en su realidad histórica, se ve cómo las personas que la Iglesia reconoce como santas “queman”. No son como los centauros o las sirenas, una especie de seres mitológicos, sino seres normales, con defectos, quizá con más defectos que otras personas, pero su santidad se plasmó sobre todo en el esfuerzo de dominarlos. No nacieron santos, sino que llegaron a serlo gracias a su lucha diaria por superarse.

Por eso, ante el año que comienza, sugiero seguir el ejemplo de una de estas personas, San Josemaría Escrivá, que, en lugar de augurar “año nuevo, vida nueva”, solía decir: “Año nuevo, lucha nueva”. Feliz Navidad y fecundo 2020 para todos.