2020-2021: “Houston, we have a problem”

Artículo escrito por el Vicario regional del Opus Dei, Carlos Ma. González, para la Revista digital del IEEM "Hacer empresa".

Finalizando este inaudito 2020 y preparándonos para el 2021, se acumulan en nosotros distintos sentimientos y actitudes. Posiblemente muy similares a los del fin de año pasado, a pesar de las peculiaridades de este periodo. Y es que cada fin de año tenemos la expectativa o incertidumbre de que en el siguiente cambien algunas situaciones, lo que genera un fondo de esperanza. También el fin de año invita a reflexionar sobre el avance del tiempo y cómo lo hemos aprovechado.

“A quien más sabe es a quien más duele perder el tiempo”. Con estas palabras, mientras comienzan la subida al Purgatorio, Virgilio explica a Dante la urgencia que siente de conocer el camino para llegar a la cima de la montaña. Para quien es consciente de una tarea o de un objetivo que debe alcanzar (para “quien más sabe”, por lo tanto), perder el tiempo es doloroso. Qué bueno sería examinarnos frecuentemente —especialmente a fin de año— sobre nuestras metas, para revisarlas y ver si efectivamente estamos siguiendo el camino adecuado en nuestras relaciones con Dios y con los demás.

una de las maneras más sencillas de perder el tiempo ante los objetivos y metas que nos proponemos es no utilizar los recursos disponibles

Quizá hemos experimentado que una de las maneras más sencillas de perder el tiempo ante los objetivos y metas que nos proponemos es no utilizar los recursos disponibles. Perdemos el tiempo quejándonos, echando la culpa a otros, discutiendo estérilmente y cediendo a reacciones instintivas, sin mirar sinceramente todos los factores de la realidad. Fingir que no se sabe algo que sí se sabe es una manera de defendemos de los problemas, tratando de evitar afrontarlos. Pero, por el contrario, la vida real es una aparición continua de problemas que exigen que se afronten y se intenten resolver.

Conocemos bien la historia del Apolo 13, la misión espacial americana que, en 1970, después de una explosión en el módulo de servicio, no llegó a la luna, pero logró devolver vivos a casa a los tres astronautas. “Houston, we have a problem!”. Así empezó todo: dándose cuenta de que tenían un problema. Estaba claro que había que “resolverlo”, a pesar de que todo, desde el agua hasta el oxígeno, iba desapareciendo. Coraje, determinación, preparación y flexibilidad, por parte de los astronautas y del equipo de Houston, todo contribuyó a lograrlo. Y cuando hizo falta construir un adaptador de filtros de anhídrido carbónico, fue el momento en que apareció la intuición para aprovechar los “recursos”. En la base de Houston, los ingenieros de la NASA se encerraron en una sala en busca de una solución posible usando exclusivamente los objetos que los astronautas tenían a bordo: los únicos recursos disponibles. “Inventaron” el adaptador utilizando una media, cinta adhesiva y trozos de plástico que arrancaron de las tapas de los manuales de a bordo. Tenía una forma tan insólita que los astronautas lo llamaron “buzón”, feo pero adecuado para resolver el problema.

los recursos no son lo que nos gustaría tener para resolver problemas, sino los que la realidad nos presenta cada día para “arreglarnos”

Ante la presión de la vida, si somos sinceros con nosotros y estamos abiertos, podemos darnos cuenta de los recursos disponibles. Porque los recursos no son lo que nos gustaría tener para resolver problemas, sino los que la realidad nos presenta cada día para “arreglarnos”. Y es necesaria la humildad de reconocer los propios límites. Por esto, pienso que muchas veces debemos decirnos “fulanito, tenemos un problema”. Y —si profundizamos en el examen— veremos que en la base del problema suele estar el orgullo, el no querer reconocer nuestras fallas. A continuación, voy a poner dos ejemplos: uno de la vida pública y otro de la vida familiar.

Semanas antes de escribir estas líneas hubo en nuestro país una discusión sobre la presencialidad o no de las clases en la educación pública. Debido a la distancia que hay que mantener, se duplican las necesidades y faltan muchas cosas (espacio, transporte, docentes), pero también hay otras muchas. Existen recursos que podemos valorar y utilizar, también en una ocasión como esta. Desde recursos materiales hasta las ganas que los alumnos deberían tener de aprender, aprobar el curso, estar con sus compañeros, etc. Otro recurso fundamental debería ser la capacidad para volver a empezar, para buscar soluciones, juntarse, valorar los intentos positivos, vengan de donde vengan, dialogar y ponernos de acuerdo. Si en marzo próximo, entre los que tengan que volver a poner en marcha la educación pública, dominara un deseo positivo de resolver problemas y no solo la contraposición (por razones que poco tienen que ver con el bien de los alumnos), tal vez se podrían identificar antes las posibles soluciones, con menos pérdida de tiempo, con menos daño, con más sabiduría y realismo.

la capacidad para volver a empezar, para buscar soluciones, juntarse, valorar los intentos positivos, vengan de donde vengan, dialogar y ponernos de acuerdo

La diligencia es la pasión de quien sabe que hay que resolver los problemas, formar las clases, hacer que los alumnos puedan llegar a clase, evitar los contagios y garantizar la educación. Y que hay que encontrar las soluciones a todo esto. El querer construir, la positividad al afrontar las cosas es un rasgo humanamente vencedor. Porque responde a la naturaleza humana y, por tanto, contribuye a unir a las personas.

Otros ejemplos se refieren a la vida personal, a cómo el orgullo nos afecta en nuestra propia casa. Una mirada autocrítica a la vida familiar revelará muchas áreas que el orgullo ha empobrecido y llevado por un camino equivocado. Pongamos algunos casos inspirados en un texto del profesor Alfonso Aguiló sobre el carácter:

• Marido que interrumpe a su esposa —o viceversa— y no escucha lo que le dice, como si sus propias opiniones fueran las únicas que merecen ser tenidas en cuenta.
• Madre que no quiere corregir a su hijo por temor a perder el afecto del niño.
• Marido que llega tarde a cenar y no avisa porque “es él quien manda”.
• Hijo consentido que casi nunca ayuda en nada y se queja constantemente de todo.

Más ejemplos en la vida diaria, pero ahora fuera del hogar:

• Alguien que da vueltas en el auto en busca de un lugar para estacionar en una zona concurrida, otro le corta el paso y ocupa el espacio libre que tenía. Se pone furioso, le grita algo, todo con una ira desproporcionada.
• Un jefe que al llegar a la oficina entrega a los colaboradores el trabajo bruscamente, imponiendo órdenes, sin dar las gracias ni mostrarse amable.
• Un médico o abogado que, ante un cliente con un problema, que habla despacio y mucho, y lo pone nervioso, se impacienta y lo castiga con jerga médica o jurídica.
• Una persona que en una fila a la espera de hacer una compra tiene delante a un adulto mayor al que le resulta difícil contar el dinero, se mueve con impaciencia y suspira sonoramente con exasperación.

manifestaciones de egocentrismo y de orgullo, que tienen muchos disfraces: el más evidente es el del vanidoso autorreferencial y narcisista

Todos estos casos son manifestaciones de egocentrismo y de orgullo, que tienen muchos disfraces: el más evidente es el del vanidoso autorreferencial y narcisista. Pero hay otras muchas manifestaciones de egocentrismo, y quienes conviven con nosotros las ven y (en el caso de los hijos) las asumen sin darse cuenta y representan un factor deseducador para la familia.

Por esto, un buen propósito para el año próximo (y para toda la vida, pero hay que ir por pasos con metas parciales) puede ser identificar esas manifestaciones de egocentrismo que tenemos y luchar positivamente para erradicarlas.

Para hacer este examen de conciencia y sacar dos o tres propósitos concretos para el 2021, no me resisto a citar un texto largo de San Josemaría Escrivá: “Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad:

–pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás;

–querer salirte siempre con la tuya;

–disputar sin razón o –cuando la tienes– insistir con tozudez y de mala manera;

–dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;

–despreciar el punto de vista de los demás;

–no mirar todos tus dones y cualidades como prestados;

–no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees;

–citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;

–hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan;

–excusarte cuando se te reprende;

–oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;

–dolerte de que otros sean más estimados que tú;

–negarte a desempeñar oficios inferiores;

–buscar o desear singularizarte;

–insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional…;

–avergonzarte porque careces de ciertos bienes…”. (Surco, n.o 263).

Si logramos identificar y erradicar algunos de esos puntos en nuestra vida personal y familiar, habremos avanzado para solucionar “el problema”. Feliz 2021 para todos.