Si nos sentimos hijos predilectos de nuestro Padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿cómo no vamos a estar alegres siempre? –Piénsalo. (Forja, 266)
¡Qué hermosa es nuestra vocación de cristianos –¡de hijos de Dios!–, que nos trae en la tierra la alegría y la paz que el mundo no puede dar! (Forja, 269) Ut in gratiarum semper actione maneamus! Dios mío, gracias, gracias por todo: por lo que me contraría, por lo que no entiendo, por lo que me hace sufrir.
Los golpes son necesarios para arrancar lo que sobra del gran bloque de mármol. Así esculpe Dios en las almas la imagen de su Hijo. ¡Agradece al Señor esas delicadezas! (Via Crucis, Estación VI, n. 4)
Cuando los cristianos lo pasamos mal, es porque no damos a esta vida todo su sentido divino. Donde la mano siente el pinchazo de las espinas, los ojos descubren un ramo de rosas espléndidas, llenas de aroma. (Via Crucis, Estación VI, n. 5)