Habíamos pasado un mes sin ir a misa. Sin hacer nada. Fue en medio de esa sequía espiritual que dije, como un chiste:
—“¿Mira, por qué no entramos en el Opus Dei?”
Antes de eso, Danica me había regañado:
—“No podemos pasar así la vida. Algo tenemos que hacer. Dios nos está llamando.”
—“¿Pero a qué?” —le pregunté.
Y ahí fue cuando lancé la idea como una broma.
—“¿POR QUÉ NO VEMOS ESO DEL OPUS DEI? SI AHÍ DICE QUE VAMOS A ENCAJAR MUY BIEN, ¿VERDAD?”
Lo curioso es que no conocíamos nada del Opus Dei. Absolutamente nada. Solo sabíamos que mucha gente pensaba que éramos del Opus Dei… o mormones, porque teníamos tantos niños. Así que, entre risas, dijimos:
—“¿Por qué no vemos eso del Opus Dei? Si ahí dice que vamos a encajar muy bien, ¿verdad?”
Somos Joshua y Danica. Vivimos en Guatemala. Nos conocimos en 2007 por internet, en una página que se llamaba Hi5. Ya no existe. De esas cosas de los tiempos viejos. Pero así fue como Dios quiso que nos encontráramos.
A los días de nuestra primera conversación en línea, la invité a salir. Esa misma noche le pedí que se casara conmigo. Danica pensó que era un chiste, se rió muchísimo y no me tomó en serio. Pero al final de esa semana, volví a pedirle que se casara conmigo. Esta vez sí habló con sus papás.
El detalle es que yo no era católico. Pero ella me invitó a misa pensando que no iba a llegar. Y llegué. Todo eso pasó en la misma semana. Fue muy pronto, sí, pero era parte de las condiciones que le pusieron sus papás.
TODO EL MUNDO DECÍA QUE ESTÁBAMOS LOCOS... PERO BUENO, LOCOS Y TODO, NOS CASAMOS.
Todo el mundo decía que estábamos locos. Que este matrimonio no iba a sobrevivir. Que nos íbamos a divorciar en un año. Pero bueno, locos y todo, nos casamos.
Vivimos un tiempo en Estados Unidos, donde nacieron nuestros dos primeros hijos. Luego sentimos que Dios nos llamaba a volver a Guatemala.
Durante la pandemia, hubo un espacio en el que nos alejamos un poco de Dios. Y fue ahí cuando llegamos al Opus Dei. Literalmente, llegamos a la puerta. Nadie nos invitó, nadie nos llamó. Nos autoinvitamos.
Teníamos un vacío, una búsqueda. Y yo dije, otra vez como un chiste:
—“¿Por qué no vemos lo del Opus Dei?”
Danica se metió a internet, empezó a buscar:
—“Ay, mira, tenemos que hacer eso… o podemos hacer esto…”
Hasta que encontró un número. Llamó. Mandó un correo explicando que éramos una familia católica. Pero en realidad no sabíamos nada de la Obra.
“¿QUIÉN LOS TRAJO AL OPUS DEI?”...“SAN JOSEMARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO.”
Cuando nos preguntan:
—“¿Quién los trajo al Opus Dei?”
Siempre respondemos:
—“San Josemaría y el Espíritu Santo.”
Porque fue así. Yo nunca había oído de San Josemaría. No sabía quién era. Solo había escuchado las típicas ideas erróneas del Opus Dei: que tienen muchos hijos, que son muy estrictos, que son raros… y descubrimos que no son nada de eso.
Aquí estamos nosotros.
La verdad es que el mundo ahorita está como tan bombardeado de tantas ideas sobre lo que implica tener una familia. Casi es como si fuera una carga. Como que tener una familia es imposible. Como que no es necesario.
Todo gira alrededor del yo, yo, yo.
EN ESE AGOTAMIENTO, SENTIMOS QUE DIOS NOS ESTÁ SANTIFICANDO.
Pero cuando uno es papá, te la pasas sacrificándote. En todos los sentidos. Te das, y te das, y te das. Y llega un momento en que uno dice:
—“¿De dónde voy a sacar más? Porque ya no puedo.”
Pero justamente ahí, en ese agotamiento, sentimos que Dios nos está santificando.
“ES QUE VOS TENÉS MUCHOS HIJOS PORQUE SOS BIEN PACIENTE…” Y A MÍ ME DA PENA, PORQUE NATURALMENTE YO NO SOY PACIENTE.
A través del hecho de tener nuestros hijos, nosotros nos vamos santificando. La gente me dice:
—“Es que vos tenés muchos hijos porque sos bien paciente…”
Y a mí me da pena, porque naturalmente yo no soy paciente. No lo era. Sino que con cada hijo que ha venido, ha crecido mi paciencia. También otras virtudes que no teníamos.
No es que tengamos virtudes naturales. Es que, por medio de tener hijos, y de tener esta familia, nos hemos ido santificando unos a otros.
Y no es fácil.
A veces se siente que la casa es muy chiquita. A veces la convivencia entre todos los hermanos se vuelve difícil. Que fulanito me hizo, que menganito no sé qué…
Pero incluso ellos han ido cambiando. Nosotros vemos el bien que les hace tener hermanos. Porque eso es algo que el mundo ya no dice. Ya no lo promueve.
Hoy todo es:
—“Los tiempos están duros.”
—“Está muy caro.”
—“Se va a acabar el mundo en tal año.”
—“Estamos contaminando el planeta…”
Y tantas cosas más, que parecen estar diseñadas para disolver el concepto de familia. Para hacernos creer que tener hijos, tener una familia grande, es una locura. Un problema.
Pero nosotros lo vivimos como una vocación. Como un camino de entrega. Un lugar donde Dios actúa cada día, en lo pequeño, en lo cotidiano.