San Josemaría decidió lanzarse al ruedo para confirmar a la gente en la fe y darle razón de su esperanza. A partir de 1970 realizó largos viajes de catequesis por diversos países del mundo.Tuvo numerosos encuentros multitudinarios con hombres y mujeres de los más diversos ambientes para hablarles en familia, de múltiples aspectos de la doctrina de la fe y de la práctica de la doctrina de Jesucristo. Esas reuniones multitudinarias en las que le planteaban preguntas sobre las cuestiones más candentes y vitales, tenían sabor de intimidad gracias a su vibrante y cordial predicación, y a sus respuestas personales y directas.
1970 en México
Su catequesis en México duró un mes, desde el 15 de mayo al 22 de junio. Durante ese tiempo, habló de Dios a miles de personas de los ambientes más variados: madres de familia, obreros, estudiantes, jóvenes profesionales, etc. A los campesinos del Estado de Morelos, algunos miembros del Opus Dei, junto con otras personas que habían puesto en marcha una escuela agrícola, les decía: “Todos, vosotros y nosotros, estamos preocupados en que mejoréis, en que salgáis de esta situación, de manera que no tengáis agobios económicos... Vamos a procurar también que vuestros hijos adquieran cultura: veréis cómo entre todos lo lograremos, y que —los que tengan talento y deseo de estudiar— lleguen muy alto. Al principio serán pocos, pero con los años... Y ¿cómo lo haremos? ¿Como quien hace un favor?... No, mis hijos, ¡eso no! ¿No os he dicho que todos somos iguales?”
1972 en la Península Ibérica
Dos años más tarde, realizó un viaje de catequesis por la Península Ibérica que duró dos meses, desde el 4 de octubre al 30 de noviembre de 1972. Fue un viaje agotador; se conservan testimonios cinematográficos donde se observa el afán de almas que le llevaba a sobreponerse a su propio cansancio para responder una y otra vez a las preguntas que le hacían sobre la vida cristiana. Hablaba con vigor y simpatía, con mucha gracia humana; con la sencillez de un catequista, la doctrina de un teólogo y la fe de un santo. Siempre que podía, visitaba algún monasterio de clausura para pedir oraciones y testimoniar su amor por los religiosos.
1974 en Sudamérica
Año y medio después, el 22 de mayo de 1974, inició su segundo viaje por América. Realizó una intensa labor de catequesis en Brasil, Argentina, Chile, Perú, Ecuador y Venezuela, que duró hasta el 31 de agosto. Miles de sudamericanos escucharon sus palabras encendidas, llenas de amor a la Iglesia y al Papa, exigiendo fidelidad al Magisterio y a las enseñanzas del Vaticano II.
“En Brasil hay mucho que hacer —dijo en São Paulo—, porque hay gente necesitada de lo más elemental. No sólo de instrucción religiosa —hay tantos sin bautizar— sino también de elementos de cultura corrientes. Los hemos de promover de tal manera que no haya nadie sin trabajo, que no haya un anciano que se preocupe porque está mal asistido; que no haya un enfermo que se encuentre abandonado; que no haya nadie con hambre y sed de justicia, y que no sepa el valor del sufrimiento”.
Le preguntaron en Buenos Aires:
—Cuando usted se vaya, Padre, ¿qué quiere dejarnos en el corazón a todos sus hijos sudamericanos?
—“Que sembréis la paz y la alegría por todos lados; que no digáis ninguna palabra molesta para nadie; que sepáis ir del brazo de los que no piensan como vosotros. Que no os maltratéis jamás; que seáis hermanos de todas las criaturas, sembradores de paz y de alegría”.
En Venezuela, un padre le preguntó por la educación de sus hijos.
—“Yo los pasearía un poco —le dijo— por esos barrios que hay alrededor de la gran ciudad de Caracas para que vieran las chabolas, unas encima de otras. Que sepan que el dinero lo tienen que aprovechar bien; que han de saberlo administrar, de modo que todos participen de alguna manera de los bienes de la tierra. Porque es muy fácil decir: yo soy muy bueno, si no se ha pasado ninguna necesidad.
Un amigo, hombre de mucho dinero, me decía una vez: yo no sé si soy bueno, porque nunca he tenido a mi mujer enferma, encontrándome sin trabajo y sin un céntimo; no he tenido a mis hijos debilitados por el hambre, estando sin trabajo y sin un céntimo; no me he encontrado en medio de la calle, tendido y sin un cobijo... No sé si soy un hombre honrado: ¿qué habría hecho yo, si me hubiera sucedido todo eso?
Mirad, hemos de procurar que no le pase a nadie; hay que habilitar a la gente para que, con su trabajo, pueda asegurarse un bienestar mínimo, estar tranquilos en la vejez y en la enfermedad, cuidar de la educación de los hijos, y tantas otras cosas necesarias. Nada de los demás puede resultarnos indiferente y, desde nuestro sitio, hemos de procurar que se fomente la caridad y la justicia”.
Conversión
Recordaba siempre la necesidad de la conversión, mediante el sacramento de la confesión sacramental. Peregrinaba a los principales lugares de devoción mariana de cada país para rezar a la Madre de Dios, y bastaba que una persona se reconciliase con el Señor, para tener por buenos sus esfuerzos y las incomodidades de aquellos viajes.
En Perú, una afección bronquial le retuvo varios días en cama. Aún no repuesto del todo, quiso proseguir su catequesis. El 1 de agosto llegó a Ecuador, donde además sufrió los efectos del soroche (mal de altura); sin embargo, tuvo encuentros apostólicos con varios grupos de personas, tanto allí como en Venezuela, hasta que los médicos le indicaron que suspendiera sus actividades.
1975, de nuevo América
El 4 de febrero de 1975 regresó de nuevo a América: estuvo en Guatemala y en Venezuela. Entre la numerosa muchedumbre que asistió para escucharle en la ciudad de Guatemala, se encontraban muchos indígenas. Hablándoles de san José, decía: “Él nos ha enseñado el valor del trabajo ordinario, que es el medio humano de santificación que tenemos al alcance de la mano: hacer lo de todos los días, lo de cada hora, lo de cada minuto, con cariño de manera que lo podamos ofrecer al Señor... Lo mismo si es un rascacielos como si es un cestillo de mimbre que teje una hijita mía, indita”.
Y concluyó con mucha fuerza:
—”¡Tanto me da el rascacielos como el cesto, si están hechos con amor!”
Volvió a caer enfermo. Se vio obligado de nuevo a acortar el viaje y regresó antes de lo previsto, el día 23. San Josemaría aceptó la Voluntad de Dios y ofreció aquel contratiempo al Señor, pidiendo por la Iglesia en tierras americanas.