Hace ahora algo más de setenta años, el 14 de abril de 1949, justamente el día que cumplía 34, Álvaro d’Ors, catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Santiago y, para entonces, padre de sus dos primeros hijos, pidió la admisión en el Opus Dei a san Josemaría Escrivá. El hecho tuvo lugar en Molinoviejo, una casa en Ortigosa del Monte (Segovia), donde el Fundador predicaba el segundo curso de retiro dirigido especialmente a personas casadas. Unos meses antes, a finales de septiembre de 1948, había predicado otro, en el que pidieron la admisión en la Obra Tomás Alvira, Víctor García Hoz y Mariano Navarro Rubio, los tres primeros supernumerarios.
La relación de Álvaro d’Ors con san Josemaría se remonta al 4 de enero de 1941, cuando acudió a verlo con un compañero de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, Rafael de Balbín, que se lo presentó. En un cuaderno en el que apuntaba ideas para desarrollar trabajos, material tomado de algunas lecturas y también algunos hechos significativos de su vida, aquel día anotó escuetamente: “Visito al P. Escrivá”. Por entonces, a pesar de que el fundador había visto desde el principio que la Obra era también para personas casadas, no era posible todavía su encaje jurídico. Desde aquel día, salvo un encuentro casual poco después de la muerte de la madre de san Josemaría y algunas cartas que se cruzaron, apenas tuvieron más contacto. Indirectamente, Álvaro d’Ors tendría noticias del Padre a través de sus amigos Amadeo de Fuenmayor y Laureano López Rodó, catedráticos como él en la Universidad de Santiago de Compostela.
De este modo llegó el 14 de enero de 1948, cuando, en un viaje que el fundador hizo de Milán a Roma, mientras atravesaba un improvisado puente de barcazas sobre el río Po, a la altura de Piacenza, dio con la fórmula para que pudieran incorporarse a la Obra personas casadas. “¡Caben!” fue su exclamación gozosa. Y no iban a “caber” como si fueran un añadido, sino exactamente igual que los demás, con la misma vocación, la única que existe para entregarse a Dios en la Obra. A partir de ahí se preparó un plan de formación para los destinatarios de este nuevo campo de apostolado que se abría. En carta a sus hijos del Consejo General, san Josemaría les decía que “no se trata de la inscripción de unos señores en determinada asociación […]. ¡Es mucha gracia ser supernumerario!”.
Así lo entendió Álvaro d’Ors desde el principio. Hay una anotación suya fechada el mismo día en el que pidió su admisión: “En Molinoviejo. ¡Dios me haga santo!”. Desde entonces iba a disponer de casi 54 años para tratar de ser, día a día, consecuente con su vocación hasta el final de su vida.
En 1961, después de más de dos décadas en Santiago de Compostela, Álvaro d’Ors se trasladó a Pamplona para ocuparse de la enseñanza del Derecho Romano en la Universidad de Navarra. San Josemaría no había sido ajeno a aquella decisión que suponía adaptarse con nueve hijos a una ciudad nueva y con un nivel de vida mucho más caro. Además de la docencia, también iba a encargarse de la creación de la Biblioteca, a la que dedicó muchísimas horas de trabajo, ocupándose tanto de aspectos materiales, como la confección de las estanterías, hasta de la formación de las primeras bibliotecarias.
Otro mes de abril
En 1996 Álvaro escribió un apresurado resumen autobiográfico con motivo de un premio que le concedió la Sociedad de Estudios Vascos - Eusko Ikaskuntza. Le pidieron que espigara una serie de fotografías significativas de su trayectoria vital con un pequeño comentario, a modo de pie de foto. Al texto resultante le llamó Autoscopia, si bien no llegó a ver la luz. Como prólogo a su escrito explica que hay tres factores determinantes de su talante personal: educación, ideología y espiritualidad. Hablando de esta última faceta dice: “No se trataba simplemente de congruencia católica, sino del propósito vital de realizar una unidad de vida sin fisuras, y congruente con la filiación de un bautizado laico. Es comprensible que la opción fuera aquí por la espiritualidad del Opus Dei. No tiene éste una doctrina distinta de la común de la Iglesia, pero, como es sabido, sí ofrecía una propia espiritualidad, que con el tiempo se va generalizando en toda la Iglesia, consistente en dar una clave ajustada para la conducta de los fieles laicos que no abandonan su actual estado, profesión o civismo: una espiritualidad civil y fiel a la Iglesia universal, radicalmente centrada en la conciencia de la filiación divina”.
Una de las fotografías que seleccionó Álvaro d’Ors para ese resumen biográfico al que hemos aludido se tomó en un salón del rectorado de la Universidad de Navarra, también en el mes de abril, el día 30, en 1968. En ella aparece san Josemaría con Eduardo Ortiz de Landázuri y Álvaro d’Ors. El pie de foto correspondiente dice así:
“En Pamplona nos encontramos, unidos por el mismo afán de contribuir algo a ese milagro que es la Universidad de Navarra, el doctor Eduardo Ortiz de Landázuri y yo: él, prometeico, y yo, epimeteico; él muy santo, y yo, no tanto. Fuimos los responsables, en cierta medida, de dos ‘excesos’ de esa Universidad: respectivamente, la ‘Clínica Universitaria’ y el ‘Servicio de Bibliotecas’. ‘Excesos’ muy desiguales, por lo demás, desde el punto de vista económico, sobre todo, y de la trascendencia social, así como por su ulterior desarrollo, que nos desbordó felizmente; pero ambos ‘excesos’ procedían de aquel mismo afán común. Dios liberó antes a D. Eduardo del cuerpo de muerte. Aunque él nos dejó el halo singular de sus virtudes, en el cementerio de Pamplona nuestras sepulturas se ven emparejadas. En esta fotografía de 1968, el beato Josemaría Escrivá, fundador y Gran Canciller de la Universidad de Navarra, quiso asociarnos en vida”. Efectivamente, los panteones donde reposan los dos se encuentran a muy pocos metros de distancia en el cementerio de Pamplona y son exactamente iguales, obra del mismo arquitecto.
San Josemaría había acudido a Pamplona con motivo de la constitución de los consejos de patronos para los centros de estudios eclesiásticos y el correspondiente a los centros de estudios civiles. Fue en este último día (30 de abril) cuando organizó lo necesario para fotografiarse con esos dos hijos suyos, queriendo significar con aquel gesto la ingente labor que estaban desarrollando.
Sabemos que el Padre le preguntó en una ocasión a don Eduardo por su cometido en Pamplona y que, ante la respuesta de que se estaba ocupando de poner en marcha la Clínica, cariñosamente le rectificó para señalarle que su objetivo era hacerse santo mientras acometía aquella empresa. No tenemos constancia de que se haya producido una conversación similar con Álvaro d’Ors, pero es más que probable que le escuchara algo en el mismo sentido, durante el tiempo en que permaneció al frente del Istituto Giuridico Spagnolo en Roma, donde pasaba dos temporadas al año. En su declaración testifical para el proceso de beatificación y canonización de san Josemaría da cuenta de estas visitas: “Desde 1953 visité al Padre, ya en Roma, con cierta frecuencia, una o dos veces al año. En los primeros años me enseñaba la marcha de las obras del Colegio Romano; luego, ya terminadas aquellas, las visitas se hicieron en distintas salas, y solían prolongarse una media hora. Tanto primero en Santiago como luego en Pamplona, volví a tener ocasión de hablar con él, aparte, naturalmente, las grandes tertulias que se organizaron los últimos años. En Zaragoza, cuando su doctorado honoris causa, me recibió también en el Colegio Mayor Miraflores, y yo le comuniqué que pensaba incorporarme al entonces Estudio General de Navarra a partir del curso siguiente. Me impresionó la alegría que parecía haberle dado, y luego comprendí que quizá podía deberse, en parte, a que siempre me sobrevaloró; alguna vez traté de explicar a D. Álvaro [del Portillo] cómo el cariño del Padre le cegaba en esa estimación que de mí tenía”.
La fotografía tiene todavía un poco más de historia. A los pocos días de habérsela hecho, Eduardo y Álvaro la recibieron con una dedicatoria del Padre en la que se incluía a sus esposas, Laurita y Palmira, y también con una particularidad: las cartulinas de uno y otro estaban recortadas, de manera que en cada caso aparecían ellos a solas con san Josemaría. El retrato pasó a ocupar un lugar destacado en su despacho.
La rica trayectoria personal y profesional de Álvaro d'Ors, figura reconocida de la ciencia jurídica a nivel nacional e internacional, ha quedado recogida en Sinfonía de una vida, biografía escrita por Gabriel Pérez, periodista, profesor de Comunicación y yerno de Álvaro.