“Querer a todos, comprender, disculpar”

El amor a las almas, por Dios, nos hace querer a todos, comprender, disculpar, perdonar... Debemos tener un amor que cubra la multitud de las deficiencias de las miserias humanas. Debemos tener una caridad maravillosa, “veritatem facientes in caritate”, defendiendo la verdad, sin herir. (Forja, 559)

Vosotros, como yo, os encontraréis a diario cargados con muchos errores, si os examináis con valentía en la presencia de Dios. Cuando se lucha por quitarlos, con la ayuda divina, carecen de decisiva importancia y se superan, aunque parezca que nunca se consigue desarraigarlos del todo. Además, por encima de esas debilidades, tú contribuirás a remediar las grandes deficiencias de otros, siempre que te empeñes en corresponder a la gracia de Dios. Al reconocerte tan flaco como ellos -capaz de todos los errores y de todos los horrores-, serás más comprensivo, más delicado y, al mismo tiempo, más exigente para que todos nos decidamos a amar a Dios con el corazón entero.

Los cristianos, los hijos de Dios, hemos de asistir a los demás llevando a la práctica con honradez lo que aquellos hipócritas musitaban aviesamente al Maestro: no miras a la calidad de las personas. Es decir, rechazaremos por completo la acepción de personas -¡nos interesan todas las almas!-, aunque, lógicamente, hayamos de comenzar por ocuparnos de las que por una circunstancia o por otra -también por motivos sólo humanos, en apariencia- Dios ha colocado a nuestro lado. (Amigos de Dios, 162)

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