¿Por qué buscan los cristianos obedecer a Dios?

«Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Juan 4, 34). Así describe Jesús toda su vida, como una llamada a vivir en libertad, haciéndose servidor de todos, por medio del amor.

Preguntas sobre la fe cristiana ¿Por qué buscamos obedecer a Dios? «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Juan 4, 34). Así describe Jesús toda su vida: una llamada a la libertad y el servicio por amor.

Sumario

  1. ¿Qué es la obediencia?
  2. ¿Por qué se busca obedecer a Dios?
  3. ¿Hay que obedecer a la Iglesia?
  4. ¿Con qué disposición se obedece a Dios?
  5. ¿Es la obediencia lo opuesto a la libertad?
  6. Textos complementarios que te pueden interesar

1. ¿Qué es la obediencia?

El diccionario define obedecer como “cumplir la voluntad de quien manda”. El verbo que utilizamos, sin embargo, proviene de la combinación latina ob-audire, es decir, “escuchar hacia”, por lo que demuestra la actitud de escucha de quien obedece. De esta escucha nace la posibilidad de conocer la voluntad del otro, entenderla y hacerla propia. De ese modo, uno se esfuerza por cumplir esa voluntad: es lo que llamamos obedecer.

En la relación de los hombres con Dios, se llama “obediencia de la fe” a la respuesta del hombre a Dios, que es el primero en darse a conocer. Ante la realidad de Dios, el hombre somete su inteligencia y voluntad, asintiendo de esta forma con todo su ser a Dios, que ha salido a su encuentro (cfr. Catecismo, 143).

“Obedecer en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma” (Catecismo, 144). Cuando Dios se revela y transmite al hombre su plan de salvación, el hombre entiende que puede confiar plenamente en Él, responder libremente a Dios y disponerse para cumplir su voluntad.

En la biblia hay muchos ejemplos de obediencia a Dios: desde Abraham, que obedeció a Dios y así se convirtió en padre del pueblo elegido, hasta María, que con su sí hizo posible la Encarnación del Hijo de Dios. Continuamente encontramos personajes que reciben un mensaje de Dios y se fían de Él, poniendo en práctica lo que el Señor les propone en relación con su propia vida, la historia del pueblo de Israel, etc.

En su carta a los filipenses, san Pablo alaba a Cristo que obedeció hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2, 8). Con su obediencia, que es la cumbre de la historia de la relación de los hombres con Dios, Cristo nos trajo la salvación que habíamos perdido tras la desobediencia de Adán y Eva. A partir de la venida de Cristo, los hombres podemos volver a escuchar la Palabra de Dios y seguirla de una forma nueva.

También los santos son ejemplo de obediencia a Dios: mediante la oración, entienden cuál es el plan de Dios para su vida, y lo llevan a cabo viviendo de forma plena, cumpliendo la misión que Dios tiene para cada uno.

2. ¿Por qué se busca obedecer a Dios?

Entre todas las criaturas, el ser humano fue la única que Dios hizo a su imagen y semejanza, lo que implica que somos capaces de conocerlo y amarlo y de comprender el orden de las cosas por Él establecido.

El hombre mira hacia Dios y encuentra en Él su realización, porque percibe la relación entre criatura y creador como una dependencia de amor: nacemos del amor y al amor somos ordenados. Y así, al asimilar el hecho de que todo el orden de la creación está dirigido a su realización en Dios, cada persona se siente llamada a buscar libremente la bienaventuranza divina mientras va conformándose con el bien por Él establecido.

La obediencia que todo ser humano ha de vivir se concreta en la búsqueda por identificarse con su Creador, en rescatar y hace relucir en su vida aquella identidad y semejanza inicial. Pero la imagen perfecta de Dios es el Verbo, que se encarnó para nuestra salvación y “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (Gaudium et Spes, 22.1). “En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original” (Catecismo, 1701). En consecuencia, nuestra identificación plena con Dios pasa por la identificación con Jesucristo. Cristo es el camino para unirnos con Dios. Somos Hijos de Dios en Cristo, hijos en el Hijo. Y nuestra conciencia filial nos lleva a tener con relación a la voluntad del Padre la misma disponibilidad que tuvo Cristo. Por la fe se tiene confianza en que Cristo, que es el Señor de todas las cosas, es también Señor nuestro, sabe cuál es nuestro verdadero bien y nos conduce a la grandeza y dignidad humana.

Cristo nos exhorta a cumplir sus mandamientos para comportarnos, como Él, como hijos del Padre y permanecer en su amor:

Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa. (Juan 15, 10-11)

Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención (cfr. Lumen Gentium, 3) La motivación de un cristiano en buscar obedecer a Dios está en el reconocimiento de esta virtud como un camino real para alcanzar la felicidad a la que están llamados los hijos de Dios.

Jesucristo nos presenta el testimonio de una obediencia al Padre que nos lleva al amor entre nosotros, pues Él entregó su vida para la salvación de la humanidad. Con Cristo, la identificación divina a la cual todos somos llamados se hace más tangible, ya que al hacernos cristianos pasamos a ser hijos en el Hijo de Dios. Así, la obediencia a la voluntad divina gana el relieve de una obediencia filial, que puede introducirnos en el plan divino de la Redención, haciéndonos colaborar con Cristo, llevando su mensaje de salvación a la humanidad.

Meditar con san Josemaría

Ahora (...) es una buena ocasión para examinar nuestros deseos de vida cristiana, de santidad; para reaccionar con un acto de fe ante nuestras debilidades, y confiando en el poder de Dios, hacer el propósito de poner amor en las cosas de nuestra jornada. Es Cristo que pasa, 96.

La fe nos lleva a reconocer a Cristo como Dios, a verle como nuestro Salvador, a identificarnos con Él, obrando como Él obró. Es Cristo que pasa, 106.

Dios nos llama a través de las incidencias de la vida de cada día, en el sufrimiento y en la alegría de las personas con las que convivimos, en los afanes humanos de nuestros compañeros, en las menudencias de la vida de familia. Dios nos llama también a través de los grandes problemas, conflictos y tareas que definen cada época histórica, atrayendo esfuerzos e ilusiones de gran parte de la humanidad. Es Cristo que pasa, 110.

Dios exige que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe, pues su voluntad no se manifiesta con bombo y platillo. A veces el Señor sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario escuchar atentos, para distinguir esa voz y serle fieles. Es Cristo que pasa, 17.

3. ¿Hay que obedecer a la Iglesia?

A lo largo de la historia del pueblo de Israel, Dios fue guiándoles hacia una vida en unión con Él. A través de ritos y alianzas, el pueblo hebreo fue aprendiendo a tratar a Dios. Un paso importante fue la recepción de las tablas de la ley, que Dios dio a Moisés: eran leyes que regulaban tanto el trato del hombre con Dios como las relaciones sociales. Los diez mandamientos indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decálogo es un camino de vida. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2057)

Después de la venida de Cristo, la Iglesia es la descendencia del pueblo de Dios en la tierra, y sigue buscando cumplir su voluntad para realizar su plan de redención. Este plan no es abstracto, intangible, sino que, de acuerdo con nuestra naturaleza — cuerpo y alma —, se concreta en acciones que nos ayudan a encontrar a Dios en nuestra vida. Por eso la Iglesia propone a sus hijos el modo de cumplir la voluntad de Dios, según lo que encontramos en la Biblia y lo que los cristianos de todos los tiempos han discernido: aparte de la ley natural, hay normas que impulsan nuestra vida espiritual: ir a misa los domingos, hacer penitencia en determinados momentos del año… Son algunas directrices que indican por dónde queremos avanzar los cristianos. Estos mandamientos son pocos, porque la Iglesia cuenta con que cada cristiano busca con iniciativa crecer en su trato con Dios, pero al mismo tiempo, como buena madre, encontramos en la Iglesia enseñanzas que nos guían.

La Iglesia no quiere “añadir” preceptos, o “inventar” nuevas leyes. Se limita a custodiar lo que ha recibido de Cristo a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres (cfr. Lumen Gentium, n. 8), consciente de que ella misma debe obedecer a Dios para cumplir su misión.

Meditar con san Josemaría

Yo he visto con gozo a muchas almas que se han jugado la vida —como tú, Señor, usque ad mortem—, al cumplir lo que la voluntad de Dios les pedía: han dedicado sus afanes y su trabajo profesional al servicio de la Iglesia, por el bien de todos los hombres. Es Cristo que pasa, 19.

No cabe escudarse en razones aparentemente piadosas, para expoliar a los otros de aquello que les pertenece: si alguno dice: sí, yo amo a Dios, al paso que aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pero también se engaña el que regatea al Señor el amor y la reverencia —la adoración— que le son debidos como Creador y Padre Nuestro; y el que se niega a obedecer a sus mandamientos, con la falsa excusa de que alguno resulta incompatible con el servicio a los hombres, pues claramente advierte San Juan que en esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. Porque el amor de Dios consiste en que observemos sus mandatos; y sus mandatos no son pesados. Amigos de Dios, 166.

No concibo que pueda haber obediencia verdaderamente cristiana, si esa obediencia no es voluntaria y responsable. Los hijos de Dios no son piedras o cadáveres: son seres inteligentes y libres, y elevados todos al mismo orden sobrenatural, como la persona que manda. Pero no podrá hacer nunca recto uso de la inteligencia y de la libertad —para obedecer, lo mismo que para opinar— quien carezca de suficiente formación cristiana. (...) Ciertamente, el Espíritu Santo distribuye la abundancia de sus dones entre los miembros del Pueblo de Dios —que son todos corresponsables de la misión de la Iglesia—, pero esto no exime a nadie, sino todo lo contrario, del deber de adquirir esa adecuada formación doctrinal. Conversaciones, 2.

4. ¿Con qué disposición se busca obedecer a Dios?

La obediencia a Dios está profundamente ligada al don sobrenatural de la fe, expresión del reconocimiento del Creador y Padre que ha fundado todo y que nos antecede en el amor. Al considerar esa lógica divina, surge la respuesta del hombre de confianza filial que, como no podría ser de otro modo, está permeada también de amor.

Sería equivocado considerar que la obediencia a Dios es una consecuencia del miedo, como si se estuviera delante de un castigador implacable. Es más coherente con la fe cristiana reconocerlo como un Buen Padre, cuya voluntad es lo mejor para sus hijos.

En la Carta Apostólica Patris Corde del Papa Francisco, la Iglesia asume como ejemplo la actitud de la obediencia de San José, llamándolo Padre en la obediencia. Su disposición es de una fe activa, con una docilidad que no tiene nada que ver con el conformismo y que no se deja arrastrar por los acontecimientos, sino que se basa en una escucha inteligente, a partir de la cual pudo alcanzar un grado de verdadera sabiduría del Señor para obrar conforme a los designios divinos (cfr. san Josemaría, Es Cristo que pasa, 42).

Por tanto, la obediencia cristiana tampoco es ciega, porque la voluntad de Dios no es arbitraria, sino que se manifiesta en la vida de cada hombre por medio de una vida de oración profunda. La disposición de una fe activa viene acompañada de poner los medios para descubrir la voluntad de Dios, lo que luego ordena activamente el entendimiento y la voluntad para seguirla y aceptar la responsabilidad consiguiente en cada acto de obediencia. Por fin, esa disposición es siempre humilde, porque la obediencia es la humildad de la voluntad. (Camino, 259)

Meditar con san Josemaría

Ahora, que te cuesta obedecer, acuérdate de tu Señor, factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis —¡obediente hasta la muerte, y muerte de cruz! Camino, 628

¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano.

—Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron piscium multitudinem copiosam —una gran cantidad de peces.

—Créeme: el milagro se repite cada día. Camino, 629

No nos oculta el Señor que esa obediencia rendida a la voluntad de Dios exige renuncia y entrega, porque el Amor no pide derechos: quiere servir. Él ha recorrido primero el camino. Jesús, ¿cómo obedeciste tú? Usque ad mortem, mortem autem crucis, hasta la muerte y muerte de la cruz. Hay que salir de uno mismo, complicarse la vida, perderla por amor de Dios y de las almas. Es Cristo que pasa, 19

Obedece sin tantas cavilaciones inútiles... Mostrar tristeza o desgana ante el mandato es falta muy considerable. Pero sentirla nada más, no sólo no es culpa, sino que puede ser la ocasión de un vencimiento grande, de coronar un acto de virtud heroico.

No me lo invento yo. ¿Te acuerdas? Narra el Evangelio que un padre de familia hizo el mismo encargo a sus dos hijos... Y Jesús se goza en el que, a pesar de haber puesto dificultades, ¡cumple!; se goza, porque la disciplina es fruto del Amor. Surco, 378

5. ¿Es la obediencia lo opuesto a la libertad?

El Concilio Vaticano II dice que «la verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección» (Gaudium et spes, n. 17). Por eso, la libertad “alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1731). La libertad tiene como condición la ausencia de coacción externa e interna, pero su ejercicio consiste en el amor, en la autónoma adhesión a lo que se conoce como bien. Se ejercita rectamente la libertad que se adhiere al verdadero bien, al bien ordenado a la bienaventuranza que Dios nos ha preparado, y que solo se dará a quien libremente acoja la acción salvífica de Dios en Cristo. Efectivamente, nuestras elecciones nos acercan o nos alejan de Dios, nos hacen más felices cuando hacemos el bien, o infelices cuando lo rechazamos y elegimos algo desordenado.

Las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia nos muestran dónde está el verdadero bien. Quien ama a Dios se adhiere autónomamente al bien así conocido. Esto no quita la libertad, porque quien hace lo que ama, obra libremente. Lo que está en juego no es el ser más o menos libre, sino el amar los bienes que satisfacen completamente el corazón humano y llevan a la bienaventuranza eterna. Desde esa perspectiva la obediencia es camino para la libertad que lleva a la plenitud humana y cristiana del hombre. La libertad podría emplearse también para destruirse a sí mismo o a los demás, pero esa libertad no es un valor humano ni cristiano. Es solo una triste y trágica posibilidad.

La obediencia filial es siempre libre, incluso en las cosas arduas, pues, además de elegirse porque reconocemos bueno lo que se nos manda, está también movida por el amor a Quien nos ha dado el mandato: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos” (Juan 14, 15). Quien ama busca identificarse con el amado: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Juan 4, 34); “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42).

Meditar con san Josemaría

Veritas liberabit vos; la verdad os hará libres. ¿Qué verdad es ésta, que inicia y consuma en toda nuestra vida el camino de la libertad? Os la resumiré, con la alegría y con la certeza que provienen de la relación entre Dios y sus criaturas: saber que hemos salido de las manos de Dios, que somos objeto de la predilección de la Trinidad Beatísima, que somos hijos de tan gran Padre. Yo pido a mi Señor que nos decidamos a darnos cuenta de eso, a saborearlo día a día: así obraremos como personas libres. No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas las cosas. Amigos de Dios, 26.

La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las servidumbres. Amigos de Dios, 27.

Nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad. Amigos de Dios, 30.

Amar es... no albergar más que un solo pensamiento, vivir para la persona amada, no pertenecerse, estar sometido venturosa y libremente, con el alma y el corazón, a una voluntad ajena... y a la vez propia. Surco, 797.

El Reino de Cristo es de libertad: aquí no existen más siervos que los que libremente se encadenan, por Amor a Dios. ¡Bendita esclavitud de amor, que nos hace libres! Sin libertad, no podemos corresponder a la gracia; sin libertad, no podemos entregarnos libremente al Señor, con la razón más sobrenatural: porque nos da la gana. Es Cristo que pasa, 184.

Acto de identificación con la Voluntad de Dios: ¿Lo quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero! Camino, 762.


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