Eduardo Rey: recuerdos de un hijo

Gabriel Rey, el cuarto de los hijos de Eduardo Rey, ante la cercanía de la fiesta de la Virgen del Pilar, el próximo 12 de octubre, de quien era muy devoto Eduardo, nos hace llegar un entrañable recuerdo de su papá.

Eduardo, Susy y sus seis hijos antes del matrimonio de Mariana en julio de 2016

A veces solo el tiempo nos da la perspectiva suficiente para ver las cosas con claridad, de un modo que ayude a comprender o sobrellevar situaciones difíciles, como la pérdida de un ser querido.

San Josemaría animaba a quienes pertenecen al Opus Dei a confiar en la Providencia divina, a cultivar una visión sobrenatural con la cual ver la vida y sus acontecimientos. Y así, es muy diferente ver el dolor, la enfermedad y cualquier adversidad.

COMO FIEL DEL OPUS DEI, TENÍA CLARO QUE LO FUNDAMENTAL ES IRSE AL CIELO, Y GOZAR CON DIOS DE LA FELICIDAD ETERNA, ALGO A LO QUE SAN JOSEMARÍA LLAMABA: “GANAR LA ÚLTIMA BATALLA”.

Mi papá, Eduardo, murió en marzo de este año después de luchar contra una enfermedad que llegó de modo intempestivo y lo obligó a cambiar muchos planes. Sin embargo, al mismo tiempo, él era consciente de que en esta vida estamos de paso. Como fiel del Opus Dei, tenía claro que lo fundamental es irse al cielo, y gozar con Dios de la felicidad eterna, algo a lo que san Josemaría llamaba: “ganar la última batalla”.

Eduardo, Susy y sus 6 hijos antes del matrimonio de Miguel, el mayor, en marzo de 2019.

Al poco tiempo de su muerte, descubrimos un audio que había dejado mi papá a Andrea, mi hermana. Fiel a su estilo, claro y concreto, mi papá decía —en resumen— que la razón de ser de nuestra vida era poder llegar a gozar de la felicidad eterna en el cielo. Esa era nuestra meta y nuestro destino en la tierra. Que aquí estamos de paso.

EN SUS PROPIAS PALABRAS: “SI EL DÍA DE MAÑANA ME TOCA MORIRME, ME VOY FELIZ DE LA VIDA, ¡ME VOY A VER AL AMOR DE MI VIDA!”.

Paradójicamente, en ese mismo audio hablaba de la muerte (sin que tuviéramos idea de que al poco tiempo él mismo se iría). Decía que no podíamos tenerle miedo, porque la muerte -además de ser la única certeza de nuestras vidas—­ era el momento en que nos encontraríamos con Cristo. En sus propias palabras: “Si el día de mañana me toca morirme, me voy feliz de la vida, ¡me voy a ver al amor de mi vida!”.

En la misma línea, san Josemaría decía que nuestro destino en la tierra es luchar por amor hasta el último instante; mencionaba también que aquí en la tierra el tiempo es corto para amar.

Eduardo y sus 4 hijos hombres, el primer encuentro de todos durante la pandemia en 2020.

Mi papá siempre nos enseñó a amar y aprender a ser felices según la voluntad de Dios, aunque no la entendiéramos en un primer momento. Y por eso vivía cada uno de sus días con una pasión incomparable, disfrutando al máximo su vida —y en especial— en las cosas mínimas del día a día.

Como hijo, soy testigo de primera mano de cómo su enfermedad fue el origen de una conversión en no pocas almas. Puso a rezar a muchos amigos suyos, algunos de los cuáles se encontraban lejos de la práctica de la fe y de los sacramentos. Otros amigos en común de mi papá, encontraron en su enfermedad y su muerte, la razón para amistarse y a hablar después de años.

DIOS SE HA SERVIDO DE MI PAPÁ, COMO “CAUSA SEGUNDA” PARA AYUDAR A VOLVER A ÉL A MUCHA GENTE.

Y así, otros casos más en los que Dios se sirvió de la enfermedad de mi padre para lograr pequeños milagros. Dios, como padre acogedor del Hijo Pródigo, hizo que mi familia y la gente que conocía a mi papá nos acercáramos más a Él. Dios se ha servido de mi papá, como “causa segunda” para ayudar a volver a Él a mucha gente.

Eduardo, Susy y Gabriel, el cuarto hijo, en Ámsterdam en noviembre de 2018

Quiero terminar recordando cómo mi padre a lo largo de su vida pasó por varias etapas. Nos decía, medio en broma, medio en serio, pero lleno de orgullo, que había pasado de ser conocido por ser “el hijo de Ricardo” —primer Rector de la Universidad de Piura— y “el hermano de Rafael” —político de larga trayectoria en el país— para finalmente ser “padre de Miguel, Mariana, Daniel, Gabriel, Andrea e Ismael”; quienes tuvimos la suerte de ser su razón para luchar por darnos ejemplo y procurar ser santo, junto a nuestra mamá, Susana. Ellos compartieron ese proyecto y nos enseñaron a nosotros a seguirlo también.

Gracias, papá, por darnos a tus hijos tantas lecciones de vida, que aún hoy estamos en etapa de aprendizaje. Gracias porque siempre estuviste ahí, a nuestro lado cuando te necesitábamos. Esa es y será la mejor herencia que nos dejaste como un hombre apasionado que fuiste por tu familia.

UN HOMBRE PERFECTAMENTE IMPERFECTO Y ORDINARIAMENTE EXTRAORDINARIO, QUE VIVIÓ HASTA EL ÚLTIMO SEGUNDO CON UN CORAZÓN ENAMORADO.

Dejo este testimonio con la única finalidad de que —ojalá— pueda servir a alguien para ser un mejor hijo, un mejor amigo, un mejor padre o un mejor cristiano. No quisiera llevarme este recuerdo a la tumba, no sin antes haberlo compartido con los amigos de mi padre, quienes hasta hoy le guardan un inmenso cariño. Un hombre perfectamente imperfecto y ordinariamente extraordinario, que vivió hasta el último segundo con un corazón enamorado.

Gabriel Rey Conroy