“Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo. Que ames a Cristo”

Este breve texto de San Josemaría fue escrito el 29 de mayo de 1933, hace casi 73 años. En él se resume un mensaje central en la formación que el Opus Dei imparte en todo el mundo. Hoy queremos recordar la historia que hay detrás de estas palabras.

El siguiente texto ha sido extraído de la Edición histórico-crítica de “Camino” de Pedro Rodríguez editado por Rialp. Se trata del comentario al punto 382.

382. Al regalarte aquella Historia de Jesús, puse como dedicatoria: "Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo". — Son tres etapas clarísimas. ¿Has intentado, por lo menos, vivir la primera?

Texto escrito sobre una octavilla con dorso en blanco. Es una hermosa historia ésta que apenas asoma en el brevísimo relato del Autor. El que la cuenta es Ricardo Fernández Vallespín, (futuro Director de la Academia de Estudiantes DYA). Relata su primera visita a Josemaría Escrivá, que vivía entonces en la calle Martínez Campos, 4. Era el 29-V-1933:

«El Padre me habló de las cosas del alma, no de los problemas políticos; me aconsejó, me animó a ser mejor; pienso que también recibió mi confesión en el sacramento de la Penitencia. Recuerdo perfectamente, con una memoria visual, que antes de despedirme, el Padre se levantó, fue a una librería, cogió un libro que estaba usado por él y en la primera página puso, a modo de dedicatoria, estas tres frases:

+ Madrid – 29-V-33.

Que busques a Cristo.

Que encuentres a Cristo.

Que ames a Cristo.

El libro era ‘La Historia de la Pasión’ del Padre Luis de la Palma».

El Autor de Camino escribió esta «gaitica» en la Legación de Honduras, probablemente cuando Vallespín ya había logrado pasarse a la otra zona. Recuerda en ella el comienzo de la historia que llevó al joven arquitecto a la entrega total a Jesucristo. Pero no es sólo relato, sino propuesta al lector, invitación a recorrer esas «tres etapas clarísimas».

El Autor, personalmente, las recorría, desde años atrás, en clave mariana. En el Cuaderno III, en diálogo con la Santísima Virgen, dejó escrito el día de la Inmaculada Concepción, año 1930:

«No me dejes, ¡Madre!: haz que busque a tu Hijo: haz que encuentre a tu Hijo: haz que ame a tu Hijo... ¡con todo mi ser! Acuérdate, Señora, acuérdate».

En 1967, en una homilía titulada «Hacia la santidad», San Josemaría se expresaba sobre el tema hablando de cuatro escalones:

«En este esfuerzo por identificarse con Cristo, he distinguido como cuatro escalones: buscarle, encontrarle, tratarle, amarle. Quizá comprendéis que estáis como en la primera etapa. Buscadlo con hambre, buscadlo en vosotros mismos con todas vuestras fuerzas. Si obráis con este empeño, me atrevo a garantizar que ya lo habéis encontrado, y que habéis comenzado a tratarlo y a amarlo, y a tener vuestra conversación en los cielos (Cfr Phil III, 20)».

El Autor, a treinta años de la redacción del punto de Camino, hace una concentración de la relación con Cristo en la primera etapa: buscarle con sinceridad es ya, de alguna manera, encuentro, trato y amor. Por otra parte, las tres etapas de que habla el punto de Camino o los cuatro escalones de Amigos de Dios, como en general las etapas de la vida interior que señalan los autores de teología espiritual, no son propiamente etapas cronológicas sino dimensiones del progresivo encuentro del alma con el Señor.

"Como un personaje más"

San Josemaría aconsejaba tratar a Jesucristo “metiéndose” en las escenas del Evangelio como un personaje más. Así se puede vivir con el Hijo de Dios las escenas que los evangelistas nos cuentan. Como ejemplo de esta forma de tratar con cercanía Cristo incluimos algunos textos de San Josemaría del libro “Santo Rosario”.

Comentario al primer misterio gozoso: La Anunciación

No olvides, amigo mío, que somos niños. La Señora del dulce nombre, María, está recogida en oración.

Tú eres, en aquella casa, lo que quieras ser: un amigo, un criado, un curioso, un vecino... –Yo ahora no me atrevo a ser nada. Me escondo detrás de ti y, pasmado, contemplo la escena:

El Arcángel dice su embajada... ¿Quomodo fiet istud, quoniam virum non cognosco? –¿De qué modo se hará esto si no conozco varón? (Luc., I, 34.)

La voz de nuestra Madre agolpa en mi memoria, por contraste, todas las impurezas de los hombres..., las mías también.

Y ¡cómo odio entonces esas bajas miserias de la tierra!... ¡Qué propósitos!

Fiat mihi secundum verbum tuum –Hágase en mí según tu palabra. (Luc., I, 38.) Al encanto de estas palabras virginales, el Verbo se hizo carne.

Va a terminar la primera decena... Aún tengo tiempo de decir a mi Dios, antes que mortal alguno: Jesús, te amo.

Comentario al primer misterio doloroso: La Oración en el huerto

Orad, para que no entréis en la tentación. –Y se durmió Pedro. –Y los demás apóstoles. –Y te dormiste tú, niño amigo..., y yo fui también otro Pedro dormilón.

Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre.

De rodillas sobre el duro suelo, persevera en oración... Llora por ti... y por mí: le aplasta el peso de los pecados de los hombres.

Pater, si vis, transfer calicem istum a me –Padre, si quieres, haz que pase este cáliz de mí... Pero no se haga mi voluntad, sed tua fiat sino la tuya. (Luc., XXII, 42.)

Un Angel del cielo le conforta. –Está Jesús en la agonía. –Continúa prolixius más intensamente orando... –Se acerca a nosotros, que dormimos: levantaos, orad –nos repite–, para que no caigáis en la tentación. (Luc., XXII, 46.)

Judas el traidor: un beso. –La espada de Pedro brilla en la noche. –Jesús habla: ¿como a un ladrón venís a buscarme? (Marc., XIV, 48.)

Somos cobardes: le seguimos de lejos, pero despiertos y orando. –Oración... Oración...

Comentario al segundo misterio glorioso: La Ascensión del Señor

Adoctrina ahora el Maestro a sus discípulos: les ha abierto la inteligencia, para que entiendan las Escrituras y les toma por testigos de su vida y de sus milagros, de su pasión y muerte, y de la gloria de su resurrección. (Luc., XXIV, 45 y 48.)

Después los lleva camino de Betania, levanta las manos y los bendice. –Y, mientras, se va separando de ellos y se eleva al cielo (Luc., XXIV, 50), hasta que le ocultó una nube. (Act., I, 9.)

Se fue Jesús con el Padre. –Dos Angeles de blancas vestiduras se aproximan a nosotros y nos dicen: Varones de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? (Act., I, 11.)

Pedro y los demás vuelven a Jerusalén –cum gaudio magno con gran alegría. (Luc., XXIV, 52.) –Es justo que la Santa Humanidad de Cristo reciba el homenaje, la aclamación y adoración de todas las jerarquías de los Angeles y de todas las legiones de los bienaventurados de la Gloria.

Pero, tú y yo sentimos la orfandad: estamos tristes, y vamos a consolarnos con María.