Evangelio (Mt 7,15-20)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘Guardaos bien de los falsos profetas, que se os acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces. Por sus frutos los conoceréis: ¿es que se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. Por tanto, por sus frutos los conoceréis.’
Comentario
El Sermón de la Montaña, que tuvo lugar en una época relativamente temprana de la vida pública de Nuestro Señor, asombró a sus oyentes y amplió sus horizontes; fueron llamados nada menos que a la perfección. Al final de este magnífico discurso, quedaron pasmados “porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas” (Mt 7,28). Su palabra era segura, era definitiva; en su enseñanza no había ni una sombra de duda o vacilación. Su mensaje era comprensible para todos, y se expresaba en su lenguaje cotidiano. Pero al mismo tiempo era sublime, y era manifiestamente la palabra de Dios.
El Evangelio de hoy es un buen ejemplo de lo que impresionó tanto a la multitud. Nuestro Señor juzga a los falsos profetas, y pronuncia la sentencia de condena sobre ellos, con su propia autoridad: “Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego” (Mt 7,19).
Es un problema perenne. Hubo muchos profetas del Antiguo Testamento que extraviaron al pueblo, y más tarde, en tiempos de los Padres de la Iglesia, hubo maestros aparentemente piadosos y celosos, pero que en realidad no tenían los sentimientos de Cristo (cf. San Jerónimo, Comm in Matth., 7). Lo mismo puede ocurrir incluso hoy en día.
En el Discurso de la Última Cena, Jesús amplió su enseñanza anterior: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es arrojado fuera, como los sarmientos, y se seca; luego los recogen, los arrojan al fuego y arden” (Jn 15,5-6).
La clave del discernimiento, por tanto, es si el maestro difunde la caridad y la unidad, o si, por el contrario, produce disensión y desunión -un mal fruto- en el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. A veces se afirma que hay una dicotomía entre proclamar la verdad, por un lado, y ser caritativo, por otro. El Señor nos dice en este pasaje que, en realidad, la verdad y la caridad van juntas. Por tanto, el discípulo busca la verdad en unidad con el Magisterio de la Iglesia, a través del cual se anuncia al mundo la enseñanza de Cristo.