Evangelio del jueves: acoger el reino de Dios

Comentario del jueves de la 32.ª semana del tiempo ordinario. “Vendrá un tiempo en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del Hombre”. En este tiempo en la tierra nos corresponde poner deseos y atención para escuchar al Señor, dejarle el timón de nuestra alma y luchar por seguir sus inspiraciones en cada momento.

Evangelio (Lc 17,20-25)

En aquel tiempo, interrogado por los fariseos sobre cuándo llegaría el Reino de Dios, él les respondió: — El Reino de Dios no viene con espectáculo; ni se podrá decir: «Mirad, está aquí», o «está allí»; porque daos cuenta de que el Reino de Dios está ya en medio de vosotros. Y les dijo a los discípulos: — Vendrá un tiempo en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis. Entonces os dirá: «Mirad, está aquí», o «Mirad, está allí». No vayáis ni corráis detrás. Porque, como el relámpago fulgurante brilla de un extremo a otro del cielo, así será en su día el Hijo del Hombre. Pero es necesario que antes padezca mucho y sea reprobado por esta generación.


Comentario

Los fariseos pensaban que el reino de Dios se manifestaría de un modo grandioso. Sin embargo el hijo de Dios, desde su nacimiento en Belén, nos da testimonio de que la Redención que va a llevar a cabo seguirá otros derroteros bien distintos a los que ellos se imaginaban.

El reino de Dios ha llegado con tanta sencillez y normalidad que muchos no pueden creer que esté presente ya en medio de ellos. Les resulta demasiado escandaloso que la Verdad más profunda irrumpa de una forma tan sencilla y discreta.

Jesús nos enseña que la fe es un don que Dios concede a los sencillos de corazón: a aquellas personas que saben encontrarle en medio de las ocupaciones ordinarias y en las personas con que se relacionan. Basta que tengan el corazón abierto para acoger y joven para querer aprender lo que Él nos enseña.

Dios nos habla a través del Espíritu. Y lo hace cuando quiere y donde quiere. Así lo expresaba santa Teresita: «El Doctor de los doctores enseña sin grandes discursos. Nunca le oí hablar, pero sé que está en mí. En todos los instantes me guía y me inspira; pero precisamente en el momento oportuno es cuando descubro claridades desconocidas hasta entonces. Regularmente no brillan a mis ojos en las horas de oración, sino en medio de las ocupaciones del día»[1].

A nosotros nos corresponde poner deseos y atención para escucharle; en definitiva, dejarle el timón de nuestra alma y luchar por seguir sus inspiraciones en cada momento.


[1] Sta. Teresa de Lisieux, Historia de un alma.

Pablo Erdozáin // Caleb Gregory - Unsplash