Evangelio (Lc 13, 22-30)
Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén.
Y uno le dijo:
—Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él les contestó:
—Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Y os responderá: “No sé de dónde sois”. Entonces empezaréis a decir: “Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas”. Y os dirá: “No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los servidores de la iniquidad. Allí habrá llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de oriente y de occidente y del norte y del sur y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.
Comentario al Evangelio
Para hablarnos del Reino de los Cielos y de nuestro destino eterno, el Señor se sirvió más de una vez de la metáfora del banquete. Era una imagen muy sugestiva para la mentalidad de los orientales, en concreto de los semitas. Lo hizo sobre todo en la famosa parábola de los invitados al festín, con su invitación no menos famosa a “obliga a entrar” (“compelle intrare”; cfr. Lucas 14, 15 ss.), es decir a convencer a los recalcitrantes que hagan lo necesario para ocupar la plaza que Dios les reserva en la sala del banquete.
En el texto de hoy, encontramos la misma idea, con algunos matices propios. El principal es, probablemente, el carácter definitivo del tema, puesto que, si la puerta se cierra por nuestra culpa, ya nadie podrá abrirla. La afirmación de que la puerta es “angosta” subraya aún más la radicalidad del asunto. En la vida, podemos fracasar en muchos casos, pero nuestra santidad, es decir la salvación eterna, es esencial, por lo que de ningún modo podemos fallar.
El propósito que podríamos sacar de la meditación de este pasaje es sin duda la necesidad de vivir con mayor celo y dedicación nuestra misión de apóstoles, que nos corresponde en cuanto cristianos. Hemos de proponernos, de manera positiva pero firme, que los que nos rodean se tomen en serio su vida, piensen en su destino eterno y traten de vivir según las enseñanzas de nuestro Señor, tal y como la Iglesia nos las expone. Sólo así darán a sus vidas el sentido oportuno.