Sexto día con San Josemaría

Para preparar la fiesta del próximo 26 de junio, aniversario de la marcha al cielo de San Josemaría, publicamos cada día algunos fragmentos del libro "15 días con Josemaría Escrivá" de D. Guillaume Derville, editado por Ciudad Nueva.

Lázaro, Marta y María Un amor humano y divino

No es admisible pensar que, para ser cristiano, haya que dar la espalda al mundo, ser un derrotista de la naturaleza humana. Todo, hasta el más pequeño de los acontecimientos honestos, encierra un sentido humano y divino. Cristo, perfecto hombre, no ha venido a destruir lo humano, sino a ennoblecerlo, asumiendo nuestra naturaleza humana, menos el pecado: ha venido a compartir todos los afanes del hombre, menos la triste aventura del mal (Es Cristo que pasa 125).

«Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11, 5). Betania es ese pequeño pueblo donde se encuentra su casa, en la vertiente sureste del monte de los Olivos. Allí, Jesús es esperado. Allí, como en Nazaret, su humanidad revela el rostro humano de Dios. Marta corre a recibir al amigo de la familia; activa, práctica, se deja absorber por el servicio. María se queda sentada a los pies del Maestro. Marta termina por impacientarse al quedarse sola ante la organización material. María esta cautivada por la enseñanza de Jesús. Marta acaba por interrumpirles e interpela a Jesús, pues es la única que trabaja. «Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, y sólo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). Marta debe aprender a amar a María con su manera de ser, muy diferente de la suya. Sus temperamentos no pueden separarlas. Ser sobrenaturales supone ser muy humanos (Forja 290).

A menudo Josemaría dirá que el cristiano debe seguir el ejemplo de las dos hermanas: conversar con Jesús es rezar y es también trabajar. Las dos actitudes son inseparables: ¡Que yo tenga las manos de Marta y el alma de María! Betania es la intimidad con el Maestro, la confidencia, el crecimiento interior, compartir los mismos sentimientos, en la contemplación y en la acción, que es también contemplación, porque Jesús está presente. Su caridad produce resultados concretos de amistad, de comprensión, de cariño humano, de paz. [...] «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos» (1Jn 3, 14) (Es Cristo que pasa 166).

Betania es también las lágrimas de Cristo. Jesús se estremeció interiormente cuando vio sollozar a María y a los demás. Después, conmovido, pregunta dónde han puesto a Lázaro. «Señor, ven y verás». Jesús llora. Los judíos exclaman: «¡Mirad cómo le amaba!» (n 11, 34-36).

Yo no cuento con un corazón para amar a Dios, y con otro para amar a las personas de la tierra. Con el mismo corazón con el que he querido a mis padres y quiero a mis amigos, con ese mismo corazón amo yo a Cristo, y al Padre, y el Espíritu Santo y a Santa María. No me cansaré de repetirlo: tenemos que ser muy humanos; porque, de otro modo, tampoco podremos ser divinos. El amor humano, el amor de aquí abajo en la tierra cuando es verdadero, nos ayuda a saborear el amor divino. Así entrevemos el amor con que gozaremos de Dios y el que mediará entre nosotros, allá en el cielo, cuando el Señor sea «todo en todos» (1Co 15, 28) . Ese comenzar a entender lo que es el amor divino nos empujará a manifestarnos habitualmente más compasivos, más generosos, más entregados (Es Cristo que pasa 166).

Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.