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1. Introducción
2. Meditación I: “El verdadero sentido de la vida”
3. Material sobre el trabajo para la meditación II.
4. Lectura espiritual
5. Examen de conciencia
1. Introducción al retiro mensual de noviembre
La Iglesia nos propone en el mes de noviembre la consideración de las realidades últimas –los novísimos–: muerte, juicio, infierno y cielo. Para el cristiano la muerte no es más que la puerta a la Vida (con mayúscula). Al Cielo. Por eso no nos asusta: nos está esperando el Señor, al que tratamos a diario y recibimos con frecuencia en la comunión. Sabemos que esta vida no termina, se transforma en una mejor, en la que podremos contemplar cara cara a Dios que colmará todos nuestros anhelos del corazón.
Así, peregrinamos por este mundo, con la vista puesta en el premio, con la urgencia de aprovechar el tiempo y ganar la vida eterna, porque nada hay más importante.
La cabeza en el cielo, los pies en la tierra. No podemos desentendernos ni del mundo ni de las realidades más materiales que son objeto de santificación: por eso meditaremos sobre el trabajo: con el que nos santificamos, santificamos a los demás y vamos preparando la llegada de la Jerusalén celeste. Con nuestro trabajo transformamos el mundo en uno mejor, cada vez más parecido al Cielo que tanto ansiamos.
2. Primera meditación: El verdadero sentido de la vida (30 min)
3. Segunda meditación: textos para meditar tomados del libro electrónico “Trabajar bien, trabajar por amor”
a) Capítulo X: Santificar con el trabajo.
b) Capítulo XI: Unidad de vida en la profesión.
4. Lectura (15 minutos)
Opción A: Carta de Mons. Javier Echevarría, entonces prelado del Opus Dei, sobre la fiesta de todos los santos (noviembre de 2015).
Opción B: La otra parte de la historia: muerte y resurrección.
5. Preguntas para el examen de conciencia
1. El trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo (…). Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios (Es Cristo que pasa, n. 47). ¿Me apasiona dar forma al mundo a través de mi labor profesional y sé que a través de ella participo en la misión redentora de Cristo, también cuando enfrento el dolor y la cruz?
2. ¿Sé dar a mi trabajo un profundo sentido apostólico –es decir, viendo almas a las que hay que ayudar–, en la seguridad de que es un instrumento para acercar a mis amigos a Dios y a la Iglesia? ¿Aprovecho las ocasiones que me brinda mi trabajo para hacer un gran apostolado de la confesión?
3. ¿Me muevo en el mundo con la soltura de un hijo que sabe que su Padre se lo ha dado por heredad? ¿Quiero servir a través de mi trabajo a la sociedad en la que vivo? ¿Acabo los trabajos, aunque me cueste, sin dejarlos a medio hacer?
4. ¿Tengo conciencia de que para santificarme no basta con ofrecer a Dios mi trabajo, sino que debo esforzarme por realizarlo con amor, y procurar que esas tareas humanas se organicen de acuerdo con las exigencias de la ley moral: respeto a la dignidad de las personas, amor a la libertad, primacía de la caridad, justicia, etc.?
5. Dios, que es la hermosura, la grandeza, la sabiduría, nos anuncia que somos suyos, que hemos sido escogidos como término de su amor infinito. Hace falta una recia vida de fe para no desvirtuar esta maravilla, que la providencia divina pone en nuestras manos (Es Cristo que pasa, n. 32). ¿Procuro descubrir detrás de todo lo que sucede la mano providente de mi Padre Dios? ¿Transmito alegría y serenidad a mi alrededor, comentando el lado positivo de lo que ocurre, evitando dar importancia excesiva a los fracasos, animando a tener una visión de fe?
6. Pensar en la felicidad del Cielo, ¿me llena de esperanza para luchar contra lo que me impide la unión con Dios, consciente de que es el único esfuerzo que realmente vale la pena? Cuando aparece el desánimo, ¿lo combato considerando que Dios tiene más empeño que yo en llevarme al Cielo?
7. ¿La realidad de que un día moriré me sirve para aprovechar lo mejor posible el tiempo que Dios me concede? ¿Comprendo que aprovechar el tiempo significa vivir la caridad, es decir, vivir sirviendo a Dios y a los demás por Dios, con olvido de mí mismo?
8. ¿Me doy cuenta de que muchas devociones a nuestra Madre Santa María, por ejemplo el escapulario, el rezo del Avemaría o la Salve, etc., me disponen a recibir su protección maternal a la hora de morir?
9. Pido a la Madre de Dios que nos sepa, que nos quiera sonreír..., y nos sonreirá. Y, además, en la tierra premiará nuestra generosidad con el mil por uno: ¡el mil por uno, le pido! (Forja, n. 281). ¿Estoy convencido de que a mi Madre la Virgen le alegran los pasos que voy dando hacia la santidad, por más pequeños que me parezcan? ¿Descanso en su cariño por mí?