Pensar África desde África, a la luz de la fe

Nadie conoce mejor la propia tierra que quien ha nacido, crecido y vivido en ella. Por eso, para reflexionar sobre cómo contribuir al desarrollo de la Iglesia en África, un grupo de fieles del Opus Dei de diversos países del continente se reunieron en Uganda.

Uno de los santos más conocidos de la historia, san Agustín, era africano. ¿Africano? Sí, africano. El santo y padre de la Iglesia, cuyo proceso de conversión quedó reflejado en su libro Las confesiones, fue obispo de Hipona, una ciudad que formaba parte de la actual Argelia. De hecho, nació y murió en ese país, en el año 430 d.C. No solo Agustín era africano, también lo eran grandes doctores y escritores de los primeros siglos, como Orígenes, san Atanasio, san Cirilo, Tertuliano y san Cipriano. Desde el siglo II al siglo IV, la vida cristiana en las regiones del norte de África era muy intensa. Pero las invasiones bárbaras y otras dificultades hicieron que el cristianismo desapareciera casi por completo de esa zona evangelizada por san Marcos.

¿Cómo hacer para que las enseñanzas del Evangelio tengan una marcada identidad africana?

La historia de la evangelización de África continuó, siglos más adelante, en dos fases. Entre los siglos XV y XVI, hubo misiones evangelizadoras en regiones del sur del Sahara, pero por diversas dificultades no tuvieron continuidad. La tercera y última fase de evangelización de África comenzó en el siglo XIX. Fue un período de rápido crecimiento. Durante estas últimas décadas, numerosos países africanos han celebrado el centenario del comienzo de su evangelización. El África moderna ha dado a la Iglesia santos, como los mártires de Uganda, que fallecieron en 1886 por entregar su vida en testimonio de fe (cfr. Juan Pablo II, Ecclesia in Africa, 14 de septiembre de 1995).

Desarrollo del Opus Dei en África

Aunque la vida cristiana en muchos lugares de África es todavía muy reciente, gracias a Dios, tiene ya muchos frutos. Distintas instituciones y realidades eclesiales han ido desarrollándose y echando raíces en el continente. Entre ellas, el Opus Dei. En 1958, algunas personas de la Obra viajaron a Kenia para difundir el mensaje de la llamada universal a la santidad en tierras africanas. Desde sus inicios, san Josemaría había vislumbrado que el Opus Dei habría de ser una realidad católica, universal, en la que tuvieran sitio personas de todas las razas y condiciones en su camino de santidad en medio del mundo.

De Kenia, la Obra se extendió a Nigeria (1965), para más tarde ir a Costa de Marfil y Congo (1980), Camerún (1988), Uganda (1996) y Sudáfrica (1998). Desde entonces, personas solteras y casadas, mayores y jóvenes fueron descubriendo su vocación al Opus Dei en servicio de la Iglesia. Diversas iniciativas sociales y educativas, de identidad cristiana, han surgido también allí por iniciativa de personas de la Obra, cooperadores y amigos, como Strathmore University, cuyo origen se encuentra en la primera escuela interracial de Kenia (Strathmore School); Lagoon School, en Nigeria; o el Hospital Monkole, en Congo.

A medida que pasa el tiempo, el crecimiento y desarrollo de la labor apostólica va presentando distintos retos. En un continente con una breve tradición cristiana, ¿cómo hacer para que las enseñanzas del Evangelio tengan una marcada identidad africana? En países con ricas tradiciones culturales, ¿cómo aprovechar mejor lo que enriquece la vida de la fe? ¿Cómo puede ser la familia africana foco y testimonio de vida cristiana?

Para trabajar sobre algunos de estos interrogantes y retos de formación, mujeres africanas del Opus Dei, provenientes de distintos países, se encontraron en el Centro de Convenciones Tusimba, a orillas del lago Victoria, en Uganda, del 1 al 25 de julio de 2019. Con workshops y trabajos en grupo, intercambios sobre distintos temas y reflexiones, experiencias vividas en un sitio y en otro, se trató del primer curso de formación panafricano, con el objetivo de pensar África desde África. Nadie conoce mejor la propia tierra que quien ha nacido, crecido y vivido en ella.

Tres conclusiones

Quienes participaron de ese curso destacaron tres ideas de fondo que son como una guía para alcanzar esta meta. En primer lugar, la conciencia cristiana, es decir, el saberse hijo de Dios y el saber que los demás son hijos queridos de Dios, es un impulso transformador de la realidad circundante, de la vida familiar, de las relaciones sociales, del entorno laboral. Por otro lado, la libertad. La mayor riqueza de la libertad es poder elegir lo mejor: amar. Cuando se elige pensando no solo en uno mismo, sino también en el bien del otro (de la comunidad, de la sociedad), uno se engrandece, crece en virtudes y es más libre. Finalmente, el valor cristiano del trabajo bien hecho, por amor a Dios, es un activo que abre horizontes, que hace crecer y desarrollarse integralmente.

La semilla del Evangelio ha sido sembrada y ha crecido. Hacer vida de la propia vida el mensaje y la luz del Evangelio es el grandioso desafío que tienen en sus manos los descendientes de los primeros cristianos de África. Es el momento de “pensar África desde África”.